—¿Y qué opinas, Rex?
—Me parece perfecto, Tomas. Un trabajo de medio tiempo es justo lo que necesito para no volverme loco. Tengo que ir a Buenos Aires la próxima semana, y así será cuando sea necesario, porque no puedo dejar todo tirado. Me vendrá bien ejercer aquí.
—Y a mí la ayuda extra, alguien con experiencia y carácter. No es fácil encontrar buenos abogados en la isla. Muchos proceden de otros lugares solo por dinero y no tienen idea de qué hacer. Termino con el doble de trabajo.
—Ya me tienes.
Estrechamos las manos.
Finalmente, opté por contactar al abogado de mis progenitores para consultar si tenía conocimiento de alguien que necesitara un abogado a tiempo parcial, lo cual me resultó sorprendente. Por ahora serán tres veces a la semana, cuatro horas cada día. No puedo descuidar mi trabajo en Buenos Aires.
—¿Cómo va la convivencia con tus hermanos?
—Mejor de lo que esperaba. Tenemos nuestras discrepancias, tales como la falta de orden en Willa y Cian encerrado en su mundo de la informática. Aun así, estamos bien.
—Me alegro. Sé que sus padres no fueron buenos con ustedes y no me parece justo que pierdan la relación de hermanos debido a ello.
Asiento.
—Llevas siendo abogado de mi familia desde hace años. Ni siquiera comprendo cómo mi padre lograba mantener la casa y pagarte luego de que el alcohol se apoderara de él y perdiera el trabajo.
—Tu madre sacaba dinero a escondidas y lo ponía en una cuenta de ahorro. Si no perdieron la casa y pudieron mantenerse, fue debido a ella. Yo era su abogado de palabra, no es que solicitaran mis servicios. Tu madre me contactó antes de que muriera para asegurarse de que su esposo no intentara nada contra ustedes. La casa pertenecía a tus abuelos maternos, tu madre la heredó y se mudaron desde Córdoba cuando tu padre quedó sin trabajo. Como es herencia de tu madre…
—Con su muerte pasó a nosotros, pero no lo sabíamos. Podríamos haberlo sacado de ahí.
—Tu madre me pidió que los contactara para facilitarles esta información, pero no tuve éxito. No sabía cómo ubicar a Willa. A Cian pude contactarlo después de su muerte, y tú no quisiste escucharme. Ninguno apareció en el entierro de tu madre, así que dejé las cosas como estaban hasta la muerte de tu padre.
—Me enviaste un correo.
—No sabía si lo leerías o no. Con Cian logré hablar por teléfono, y él le informó a Willa.
Asiento, comprendiendo que debí atender su llamada y escuchar lo que tenía que decir.
—¿Conocías a mis abuelos maternos? ¿Son oriundos de aquí?
—Sí. Religiosos muy estrictos que controlaban mucho a tu madre. Asumo que ella se cansó de eso y se fue al cumplir la mayoría de edad.
Es posible que mis abuelos la hayan atormentado con sus ideologías, logrando que creciera con una mente inocente y trastornada, dándole acceso a un manipulador para manejarla a su antojo.
—¿Cómo era mi madre antes de irse?
—Asocial, retraída, siempre con la cabeza baja. Yo soy cristiano y creo en Dios, pero respeto a quienes no creen. Sigo los mandamientos y trato de entender este mundo porque es donde vivimos. Tus abuelos no. Cuando tu madre regresó a la isla con su esposo, tus abuelos ya habían fallecido. Cian y tú eran apenas unos bebés. Ella dijo que aquí estarían mejor, más tranquilos. Parecía feliz, y tu padre también, aunque tenía esa aura de hombre autoritario. Mi esposa me dijo que no le agradaba. —asiento.
—¿Por qué no lo dejó? ¿Por qué nos hizo pasar ese infierno?
—No lo sé, Rex. Tal vez deberías revisar las cosas en la casa. Están almacenadas en el ático. Quizás ahí encuentres más respuestas.
—¿Tú por qué crees que se quedó?
—Creo que tu madre atravesaba una situación emocional complicada. Estoy casi seguro de que sufría depresión. ¿Sabes cómo murió?
—De un paro cardiorrespiratorio.
Lo único que me dijeron fue que tuvo un paro cardiaco. No pedí detalles, y supongo que mis hermanos tampoco.
—Sufría depresión. En los últimos tiempos no comía, decía que no podía tragar y devolvía lo poco que ingería. Su corazón falló —se quita las gafas y las limpia con una servilleta de papel que saca del escritorio, luego se las vuelve a colocar—. Tengo la impresión de que la marcha tuya y de tus hermanos la terminó de hundir. Tal vez no tuvo el valor de dejar a su esposo o él tenía demasiado poder sobre ella. A partir de ahí, perdió las ganas de vivir.
Una punzada dolorosa se instala en el centro de mi estómago y no puedo evitar sentir algo de culpa. Nunca me detuve a analizar sus emociones ni sus acciones.
Lola me pidió que no la juzgara porque no sabía por lo que había pasado, y no imaginé que hubiera sufrido toda su vida a manos de sus padres, para terminar con un esposo controlador.
Nosotros no la comprendimos, la culpamos… y murió sin ayuda. Ni siquiera estuvimos en su entierro.
Tal vez si la hubiéramos alejado de nuestro padre, podría haber buscado apoyo y hoy estaría con vida, intentando compensarnos por no haber sido una buena madre.