Los padres de Maico tienen la mirada sobre Valentina, quien está oculta detrás de mí aferrando sus brazos a mi pierna.
Lola le pide que salude y ella apenas se asoma para hacerlo.
A Cecilia Leguizamón se le llenan los ojos de lágrimas contemplando a su nieta y mira a su esposo con una sonrisa. Este parece con las emociones más controladas, pero igual está mirando a Valentina con ansías.
—No podía creerlo cuando Cian nos contó todo—dice Cecilia y se levanta—. Hola, Val. Soy tu abuela.
Ella se asoma, me mira y sale por completo, pero deja su mano aferrada a mi pierna.
—¿Usted me quiere llevar como el esperma de alcantarilla?
Lola se tapa la boca y mi hermana suelta una carcajada sin poder evitarlo.
—Ella se refiere a su hijo—habla Willa—. Lo siento. No lo tenemos en buen concepto.
El señor Leguizamón suspira.
—No los culpo. No pensé que sería capaz de algo así cuando le dije que si no planeaba sentar cabeza o demostrar algo de responsabilidad se quedaría fuera del patrimonio familiar. Creo que pensó que, llevándonos a nuestra nieta, nos ablandaríamos y cambiaríamos de opinión. —explica.
—Y lo sentimos mucho—exclama la señora Leguizamón sonriéndole a su nieta—. Te prometo, Valentina, que tu padre no te llevará a ningún lado. Nunca te separaríamos de tu madre. Nosotros tampoco vinimos a llevarte, solo queremos conocerte.
Ella frunce el ceño.
—Él es mi papá—dice, soltando mi pierna y agarrando mi mano—. Mi papá dino Rex. Es el esposo de mi mamá y nos quiere a las dos.
Sonrío.
La señora Leguizamón sonríe. Puedo notar el dolor en su mirada, sin embargo, no puedo hacer nada al respecto.
Soy el padre que eligió mientras su hijo se fue y solo regresó por conveniencia.
—Estamos aquí para hablar con Maico y hacer que desista de esa absurda idea—explica el señor Leguizamón—. Todavía no puedo creer que abandonara a una mujer embarazada.
—¿Ustedes creen que yo no le dije? —pregunta Lola.
El matrimonio comparte una mirada.
—No creemos eso. —responde el hombre bajando la mirada durante un momento.
—Maico dejó embarazada a otra mujer—habla Cian—y también se largó en cuanto pudo. La mujer perdió al bebé antes de terminar el primer trimestre de embarazo, aunque ella no lo iba a dejar salirse con la suya. Mientras que tú aceptaste que él se fuera y seguiste adelante, la mujer esa no lo iba a permitir. Con la perdida del bebé, lo dejó estar.
—Por eso le puse límites a mi hijo y le dije que lo sacaría del negocio si no empezaba a ser responsable y hacer las cosas bien. —agrega el señor Leguizamón.
—¡Qué bastardo! —dice Willa y se lleva un regaño por parte de Cian—. No jodan. Sus propios padres saben la clase de rata que es su hijo. Nosotros tuvimos padres de mierda y ellos tienen un hijo de mierda. Las cosas como son.
Ruedo los ojos.
Valentina pasa de los señores y se acerca a Cian.
—Me alegra que hayas vuelto. Ahora eres mi tío legal porque mamá y papá se casaron con un juez.
Mi hermano sonríe.
—Ya me contaron. Un gusto tenerte de sobrina legal.
—Pasen, tomen asiento—dice Willa—. Sacaré la comida de las bolsas y fingiré que cociné.
—Yo ayudo, tía Willa.
Valentina se va a la cocina con Willa mientras los demás tomamos asiento. Tomo la mano de Lola y entrelazo nuestros dedos. Ella me sonríe.
—Lola, estamos de tu lado. Hablaremos con Maico para que quite esa demanda y nos aseguraremos de que te deje en paz, a ti y a Valentina. Está claro que ella ya tiene un padre que quiere y no queremos arruinarle eso. —manifiesta la señora Leguizamón.
—¿A cambio de qué? —pregunta Lola con desconfianza.
—A cambio de que nos perdones. Nos gustaría ver a nuestra nieta, pero entenderemos que no lo aceptes y no haremos nada al respecto. Cian nos contó un poco sobre tu historia, de como cuidaste a tu madre enferma, que tu padre tu traicionó robándote y que aun así criaste a una niña asombrosa asegurándote de que nada le faltara. Soy madre y te admiro como tal, aunque nosotros no supimos criar a nuestro hijo.
—Le dimos muchas libertades en vez de ponerle límites—agrega el señor Leguizamón—. Pensamos que, si lo dejábamos viajar, se cansaría y adquiriría responsabilidad, aunque regresó a Mendoza para trabajar con nosotros, no fue lo que esperábamos… En fin, mi esposa y yo estamos de acuerdo en ayudarlos y en no exigir nada a cambio.
—Vamos a compensarte por los últimos seis años. Te daremos lo que le hubiese correspondido de manutención a Valentina todos estos años.
Mi esposa niega con la cabeza.
—No quiero su dinero. No lo necesito. Valentina tiene todo lo que necesita y no estamos solas.
Aprieto su mano y asiento en su dirección. Sé que no solo habla de mí, sino de mis hermanos, de sus amigos y Matilde.
—Este dinero es de Valentina. Te lo daremos quieras o no. Puedes dárselo a ella cuando sea mayor de edad o usarlo para algo que desee mucho y no esté a su alcance.