Kyra no pertenecía al reino de la noche. Ella venía de un pueblo cercano donde los las hadas, las ninfas y los seres mitológicos no existían, solo los hombres lobo y algún vampiro por ahí.
Había escapado de casa para hacerse de su propio destino, sin tener que vivir bajo la sombra de su prima, ni tener que soportar las miradas decepcionantes de su propia familia. Después de cumplir veintiuno, y cumpliendo el límite de edad, Kyra no había conseguido transformarse a una loba... otra vez. Era una decepción, una escoria que los líderes de la manada debían olvidar para evitar confrontaciones entre su propia gente. Mejor, ellos debían enfocarse en su prima, siempre perfecta y destinada a grandezas. Por eso su familia la había dejado andar a su libre albedrío con tal de soltar ese inútil peso que ella significaba.
Había divagado entre bosques, pueblos perdidos y gente sin nombre, seres mitológicos que nunca antes había visto. Más se adentraba a ese nuevo lugar y más se convencía que, en lugar de acercarse al mundo humano, estaba alejándose. No tenía mucho conocimiento de más allá de hombres lobo y de vampiros, un vampiro en específico, su amigo Sebastián Lastarria. Había recibido días atrás, después de contarle su plan de escape, una invitación para visitarle en el reino de la noche, en zona vampírica. No sonaba un plan apetecible, precisamente porque ella era lo mismo que un humano común y corriente, no tenía poderes ni fuerza especial para defenderse de algún ataque.
Así que una sombría tarde de invierno, Kyra llegó a las afueras de un pueblo antiguo, perdido en el tiempo y envuelto en una misteriosa neblina que parecía negar la existencia de la misma. Las casas, construidas con vetustas piedras y techos de madera, parecían recibir el susurro de un secreto que solo el viento y los árboles conocían. Había un poco de todo: algunas criaturas de orejas puntiagudas que la seguían de cerca, rechazándola en silencio e ignorando a cada pregunta que ella les hacía. Habían otros de aspecto tan común como el suyo, salvo por sus afilados colmillos, ojos rojos y piel tan pálida como la muerte.
Estuvo divagando por allí, intentando ingresar a cuánto podía mientras algunas puertas eran cerradas en sus narices. Encontró una tienda de antaño que iban desde pociones, hasta amuletos para todo tipo de seres mitológicos: duendes, ninfas, lobos, vampiros, centauros, adas y sirenas. La luz cálida apenas lograba darle una visión más exacta de qué era lo que se amontonaba en pequeñas cestas de mimbre, estratégicamente colocadas bajo estanterías de libros forrados en tapa de cuero de colores, según la especie. Con el dinero que había reunido de su herencia y algunas joyas que fue vendiendo en el camino, le dio la curiosidad por comprar un poco de todo en aquella tienda mágica. Habían una zonas que le interesaba un poco más, una roja y otra verde.
En una esquina, cerca a la puerta, la luz grisácea que se filtraba por la ventana le permitió observar con más claridad la sección de Vampyrus. Habían piedras preciosas, colmillos de juguete, y capas aterciopeladas de color Esmeralda acomodadas con cuidado.
—¿Puedo ayudarte en algo? —Le llegó una voz cansada desde atrás—. No eres de por aquí.
—Yo... solo veía algo que me pudiera servir para mi viaje. Nunca sabes con qué puedes toparte.
La señora de aspecto senil le dio una mirada dura, y los ojos se iluminaron de un extraño tono violeta. Extendió una mano hacia Kyra, y la tomó con cuidado, cubriéndola contra su torso mientras las pupilas se dilataban aún más. No era la primera vez que veía algo así, a su padre solían llegarle brujos como consultores para ayudarle a predecir el futuro, a encontrar la mejor manera de torcer el tiempo a su favor.
—¿Qué ves?
La señora pareció volver de su trance, y con suma indiferencia respondió—: La lectura son cien mil reales.
Eso era demasiado. Kyra suspiro rendida y volvió su atención a la estantería que se alzaba a dos metros de ella. Había mucho que ver para el poco tiempo que quería tomarse en ello.
—Es mucho, no tengo ese dinero.
—Bueno, pero te puedo recomendar esto —dijo la señora y hurgo los dedos flácidos en una canastilla algo escondida a unos espacios de su cabeza. Era un collar con una piedra oscura y tallada colgando como si fuera una pata de conejo. No se veía precisamente bello o estético.
—¿Para qué es? —preguntó con curiosidad, preguntándose internamente si no estaban tratando de estafarla de alguna manera.
—Es turmalina, para protegerte de criaturas... hostiles. Seguro te cruzarás con algunos en tu camino —dijo la señora con desdén y bastante lastima—. Sirve para que no puedan olerte, es como si no existieras. Lo sabrás cuando te metas a la fosa.
—¿A la qué? Está bien... —respondió no muy convencida y se colocó el collar ante la mirada expectante de la señora. Le dio una sonrisa de triunfo y entonces la anciana se giró hacia el mostrador-¿Cuánto es?
—Eres un lobo, ¿cierto? Porque no te llevas algo para leer en el camino, seguro descubres cosas interesantes aquí —dijo la señora y le empujó un libro de tapa dura azul, con la figura de un lobo bajo la luna, tallada en papel plateado.
—No creo que haya algo de lobos que yo no sepa.
—Son setenta reales, en total —Insistió la anciana y le volvió a empujar el libro. Pero entonces miro hacia atrás de ella y continuo—:Y creo que tengo algo de pociones, ¿no te interesa la magia? Mira, caramelos de hoja de coca, solo comete uno y piensa en algo que quieras ver en ese momento, son para espiar. Y los de cacao son para ver el futuro, pero son más caros —Apunto a una canastilla llena de dulces y continuo—: Los de Limón son para hacerte invisible. Tengo de frutas, para pedir un deseo, no te molestes pidiendo cosas importantes. Por ejemplo, yo me comí uno para pedir clientes y acá estás —Kyra sonrío por primera vez de manera genuina.
Entornó los ojos hacia la anciana y se metió la mano en el bolsillo con sumo cuidado, intentando no hacer un movimiento en falso para que no le ofreciera ninguna cosa más que le resultara igual de interesante. Kyra quería llevarse todos los talismanes y definitivamente todo ese posillo de dulces. Luego se preocuparía en lamentarse por haber sido estafada.