Rey Bestia

Capítulo 2

ALEC.-

Alecsander Lombardi se mantuvo impasible, renegando de su desdichada suerte el camino que su destino acababa de tomar. Su mirada, cargada de fastidio, dictaba la ley de la manada con una crueldad indomable y no había ningún lobo que se atreviese a retarle. Así debía ser y así debía continuar por la eternidad. Aunque la silueta inerte de esa muchacha en medio de su oscuro salón, le vitoreaba un pequeño problema.

Sus dedos cosquilleaban como una corriente eléctrica de pies a cabeza, y su mente pensaba muy lentamente sobre qué debía hacer. Entre los prisioneros yacía una joven, de cabellos oscuros como la medianoche y ojos que destellaron un pésimo augurio, apagándose frente a él casi inconsciente hasta el desmayo. Su lobo le había gruñido un importante problema apenas trajeron aquellos lacayos a sus pies, un problema que había decidido ignorar con fuerza, porque definitivamente ese... nauseabundo aroma confundía sus sentidos.

Aparentemente era su mate, esa pareja celestial que te asignaba la Luna, supuestamente, una vez en la vida.

Había deseado con todas sus fuerzas que aquella mujer que estaba enloqueciendo a su lobo era la deliciosa la ninfa que lo miraba coqueta, ya que alguien que no fuera de su especie lobuna le facilitaba la salida a un rechazo desinteresado. Era sencillo rechazar a una pareja "Luna" que no fuera lobo, ya que las leyes no obligaban ningún tipo de castigo sobre él, un rey.

—¿Alfa? —preguntó uno de sus soldados a pocos metros de ella, quien esperaba la orden final para arrancarle la cabeza a esa mujer que había tenido la osadía de desmayarse frente al rey.

La solución más sencilla era asesinarla de una vez y ahorrarse molestias innecesarias, seguramente así terminarían sus desdichas mucho más rápido antes de iniciar. El problema era que siendo un lobo líder, aquello podría afectar directamente en su poderío, lo cual le ponía en un peligro importante.

No... no podía arriesgarse en lo más mínimo. Debía asegurarse que el poder que lo envolvía no iba a desaparecer por rechazar a su pareja celestial. Debía confirmar que seguiría siendo el poderoso rey sin importar qué le sucedería a esa... mujer. Sabía que, algunas veces, si rechazabas erróneamente a tu pareja podía flaquear el aura, un elemento sumamente importante en su vida.

El rey Alfa, envuelto en su manto de pelaje oscuro, sintió un dilema envolverlo en un ambiente de indecisión, como hacía muchos años no le sucedía. La manada esperaba que su compañera estuviera a la altura de su reinado, dotada de la ferocidad que él mismo personificaba, alguien que estuviera a la altura, por supuesto. Sin embargo, aquella joven representaba la fragilidad humana, y la manada no tardaría en cuestionar su liderazgo al ver una reina que no compartía el perfil de caza y lucha que caracterizaba a la manada, a todo su reino. No pudo sentir a una loba en ella, en el peor de los casos ni siquiera tenía una. Y no quería a alguien con quien cargar o cuidar durante el resto de sus días porque no podía protegerse por sí sola. Tenía que hacerle el favor de rechazarla tan pronto encontrase la respuesta.

—Kenai, encárgate de todo esto.

Esperó a que todos salieran del recinto, tan angustiado que su compañero Beta podía sentirlo incluso. Se movía de extremo a extremo, mirando hacia el techo con desesperación a que todos salieran, como si de esa manera pudiera leer la respuesta a su repentino problema. Necesitaba respuestas urgentemente, y la desesperación no le permitía pensar con claridad.

—¿Qué está sucediendo? —preguntó Quinn con los ojos entronados y el entrecejo fruncido. Había pasado muchísimo tiempo después de la última vez que vio a su rey en ese estado, perdiendo los estribos.

—Necesito a... —Alec suspiró profundo, llenándose de valentía para aplastar su propio orgullo con lo que necesitaba en ese momento—: La bruja.

No podía creer lo que acababa de decir. Y al parecer su Beta tampoco, Quinn mantuvo silencio hasta que simplemente pudo decir, ocultando una sonrisa—¿Estás hablando en serio?

—¿Parece que estoy bromeando? —escupió con rabia, los ojos inyectados de un negro oscuro como el carbón.

—Debes estar desesperado si vas a recurrir a la bruja —dijo su amigo con una media sonrisa y se sentó al lado de la joven desmayada con los brazos cruzados detrás de la cabeza, como si aquello fuera algo de todos los días—. Mejor hay que calmarnos, y pensar inteligentemente ¿Qué haría un rey en estos casos? —Se preguntó en voz alta, mirando el cielo estrellado a través de la gran ventana dorada que mostraba el despacho. Al rey le quedaba ya poca paciencia cuando Quinn se atrevió a levantar las piernas sobre su escritorio, dejando lucir esos calcetines romboidales que solo al Beta Real podía gustarle—. ¿Que haría Ragnar en estos casos?

—Déjate de joder —masculló Alec entre dientes, tirándole las piernas con fuerza antes de sostenerle de los hombros y zarandearle de lado a lado. Miraba a su Beta con los ojos rojos relampagueando desorbitados— ¡¿No entiendes lo que está sucediendo?!

Quinn levantó la ceja con bastante tranquilidad y sonrió de lado, completamente relajado. Parecía estar disfrutando de ese pequeño momento angustiante que recorría a Alec.

—Creo que deberías calmarte. Y cuando estés calmado deberías hablar con ella —El Beta se encogió de hombros y suspiro profundamente—. Ni siquiera han conversado y ya estás volviéndote loco. Digo, quizá no es quien... crees que es, quizá solo es una confusión.

Alec presionó las manos en un par de puños, queriendo golpear a la única persona que podía ayudarle en ese momento. Definitivamente ninguno de esos dos hombres lobo sabía sobre conexiones de ese estilo.

—Quinn... —masculló en voz lenta y baja, pasándose las manos por la sien, sus ojos cerrados.

—¿Cómo sabes que sí es tu pareja? Quizá solo... te gusta como huele.

Entonces Alecsander soltó una risa estruendosa, no tan divertida, sino más desesperada. Frunció el ceño, una carcajada que se confundía fácilmente con un largo lamento. Ni él entendía qué estaba sucediendo ni cómo debía suceder, nunca le había dado la importancia necesaria a ese tema de... las parejas de la luna.




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