Por alguna razón habían tenido el detalle de cuidarla hasta que se pudo recuperar por completo. Kyra recibió sus tres comidas en esa una casa estilo cabaña, a unos pasos del castillo, que había quedado solo para ella. Sin embargo después de un tiempo recostada fue imposible no aburrirse. Salió del recinto con muchas preguntas y pocas respuestas, solo para darse el lujo de investigar un poco más el lugar. Allí afuera de la cabaña donde ahora habitaba, incluso a una distancia más alejada, pudo dislumbrar un invernadero rodeado de lindas flores de diferentes colores. Y al lado derecho, el majestuoso castillo que la invitaba a entrar. Quería saber todo cuanto pudiera ver allí, libros grandes, fotografías viejas o, lo más importante, una enorme librería con respuestas a todas sus preguntas sobre lobos.
Una pequeña corazonada levantó su ilusión al pensarlo. ¿Habría algún libro oculto que pudiera solucionar su problema con su loba? De solo pensarlo se le revolvía el estómago de una extraña emoción. No quería alimentar su corazón con falsas esperanzas, pero era una buena oportunidad para buscarlo. Aquella vez que estuvo en la biblioteca había visto algunos libros interesantes que podrían resultarle de ayuda.
Años atrás, Kyra había sido la primera de su promoción en conseguir transformarse en loba años atrás. Usualmente la edad promedio de transformación era de dieciocho años, pero ella lo logró a los quince. Había tenido tiempo suficiente para hacerse una de las lobas jóvenes más fuertes de la manada, en aquel entonces, hasta aquella noche del accidente. Aún la recordaba ya que no era una loba común: ni grande, ni temible a simple vista, pero había algo en ella que se imponía a los demás.
Su pelaje era largo y espeso, de un tono blanco perlado con vetas grises y plateadas que centelleaban bajo la luz de la luna, como si cargara consigo restos de la niebla. En ciertas luces, sobre todo bajo lunas llenas o rojas, recordaba su pelaje adoptarse una leve iridiscencia, como si estuviera tejida bajo el reflejo de las estrellas. Era hermosa, hasta aquel día que no la tuvo más.
Definitivamente su loba no fue todo lo que perdió ese día, sino también a sus padres. Después de ese trauma vivido no pudo transformarse nunca más y ella quedó bajo el cuidado de sus tíos, quienes tomaron el puesto del alfa que dejó su padre fallecido. Nada volvió a ser igual, definitivamente. Se volvió de pronto la más débil de todos sus compañeros, una pequeña escoria en la manada que tanto forjó durante los primeros años.
Le dolía pensarlo y recordarlo, pero por eso estaba ahí. Había escapado de su manada de nacimiento porque quería encontrar su lugar en el mundo, quizá en el mundo humano donde todos eran como ella, ese era el plan inicial. Pero la idea de recuperar a su compañera lobuna la llenaba de regocijo, una cálida sensación de esperanza recorriéndola por completo. Estaba en el castillo, en el palacio del rey de todos los lobos. Quizá allí podría encontrar una respuesta: iba a investigar un poco antes de irse, definitivamente.
Había escapado y no pensaba regresar a su antigua manada. Potencialmente era manada podría ser suya si tan solo tuviera a su loba; después de ello no fue más que un estorbo para todos. El desprecio de los demás, como si no fuera más que una basura a quien alimentar; ahora que tenía veintiuno. Así que sus planes se resumían a dos grandes puntos: enfrascarse en esa aventura donde poder transformarse nuevamente en su loba y conocer el mundo humano que tanto le llamaba la atención desde niña.
Como era tan curiosa, Kyra no dudó en salir a investigar nuevamente aquellos viejos libros que vio el día anterior. Quería saber si podía encontrar alguna respuesta relacionada a su pérdida de poderes ancestrales y la biblioteca del castillo no era una mala idea para empezar. Recorrió los pasillos rápidamente en literatura de todas las culturas posibles, las mayorías humanas, hasta dar con el pasillo final que estaba recordando. Habían libros desde clarividencia y quiromancia en lobos, hasta estrategias para derrotar al enemigo en treinta pasos. Ninguno parecía ser muy útil a simple vista y tampoco después de recorrer la mirada por dos largas horas.
De derecha a izquierda recorrió la vista sobre todos los libros que tenía al alcance en la sección "Literatura lobuna", a ver si encontraba alguna pizca interesante.
—No después de que intentó escapar, quiero que la mantengas vigilada. No quiero que se haga daño otra vez.
Kyra se cubrió la boca con la palma de la mano al oír las voces afuera de la librería, paseando por el pasillo. Se deslizó ligeramente, mirando por encima de los libros y acercándose ligeramente para oír mejor
¿Estaban hablando de ella?
—Bueno, ¿te preocupas, Alec? —rió la voz de Quinn, como si estuviera jugándole una broma.
—Basta —respondió el rey con tono autoritario—. Quinn, escúchame bien, sobre lo que hablamos adentro, que nadie se entere de eso, sobre todo Briana. Es confidencial, ¿sabes a qué me refiero?
Frunció el ceño al ver que se mantenían mirando fijamente a los ojos, seguramente dándose algún tipo de mensaje súper confidencial por medio de la conexión.
—Por supuesto.
—Y sobre la renegada, asígnale un sitio. No importa dónde, hoy también estaré ocupado.
Kyra volvió sigilosa hacia detrás de las estanterías, en silencio, y fingió leer nerviosa un libro cuando escuchó a alguien dentro, ¿o le pareció? Los lobos podían ser ruidosos o muy sigilosos, si se quedaba allí un rato lejos de la triada real sería perfecto. De paso que indagaba un poco más el lugar, nunca le había interesado tanto el castillo como en ese momento. Le gustaba la idea de ver tanta información y personas importantes que podrían ayudarla a recuperar su loba. Quería llevarse un par de tomos para investigar, quizá encontraba alguna respuesta. Sí, su plan inicial había sido ir al mundo humano, pero reconectar con su loba interior era la prioridad siempre. ¿Qué mejor sitio que el castillo?