Hasta el momento, una de sus partes del castillo era, definitivamente allí afuera de la cabaña. Y había dos lugares en específico que le causaban bastante curiosidad: el invernadero detrás del jardín y el ala oeste que estaba terminantemente prohibido para todo ser andante. ¿Sería posible que estuviera allí la zona restringida? Estaba dividida entre escabullirse al jardín e intentar entrar a ver esss bonitas flores que cuidaban con tanto esmero, o aventurarse al ala oeste que le pertenecía solo al rey. Quizá debía ser inteligente e ingresar a esa zona cuando Alec no estuviera cerca, de lo contrario las cosas podrían no resultar bien. Dejando lo mejor para el final, camino por el gran salón del palacio, mirando las bonitas estatuas y altos cuadros que adornaban el primer piso. El castillo no hacía ruido, pero tampoco era silencioso.
Mientras caminaba por el primer piso, Kyra sentía el eco de sus propios pasos rebotar contra las paredes de mármol pálido. Las luces estaban colocadas en intervalos perfectos, como si marcaran un ritmo de respiración, una coreografía invisible. El aire olía a piedra antigua y a incienso ligero, quizá dejado por alguno de los centinelas del ala sur.
A su izquierda, una hilera de retratos colgaba de una galería alta. Hombres y mujeres de mirada dura, de ojos de oro o plata, con armaduras oscuras, trajes ceremoniales o pieles de batalla. Algunos tenían a sus lobos retratados a sus pies, miradas idénticas, como si fueran una misma criatura en dos cuerpos. Debajo, las placas brillaban con nombres antiguos: Aegir del Velo, Lyra de las Aguas Altas, Edmund el Silente.
Un poco más adelante, se alzaban tres estatuas. La primera mostraba a una mujer de cabello recogido, con un báculo trenzado de ramas en la mano y un lobo de dos colas a sus pies. La segunda era un alfa caído en combate, con una espada rota y una expresión de calma en la muerte. Y la tercera... no tenía rostro. La piedra había sido borrada a propósito o por el tiempo, y lo único que quedaba era una figura femenina con una capa al viento, abrazando a una criatura indefinida: ¿una loba? ¿una bestia? ¿un hijo?
Siguió caminando.
Las ventanas eran altas, con vitrales que dejaban pasar la luz de la tarde teñida de rojo y azul. El piso, de piedra gris pulida, dejaba ver su reflejo como si caminara por agua sólida. Pasó un pasillo más y llegó a una puerta semiabierta, de roble envejecido, de donde salía un murmullo bajo y algún tintineo de cristales. La curiosidad pudo más que el decoro.
Empujó suavemente la puerta y se asomó.
Era una sala pequeña, pero cálida. A diferencia del resto del castillo, allí había mantas sobre los sillones, una alfombra, una pequeña chimenea apagada y estantes repletos de libros desordenados. Sobre el escritorio, había una copa de vino, papeles apilados y un par de dagas clavadas en el marco de la pared como decoración.
Parecía que alguien había estado ocupando esa oficina bastante pronto. Le dio curusidad los libros apilados en un par de estantes, justo al lado de una puerta cerrada, ¿encontraría allí lo que estaba buscando?
—Ah, finalmente llegaste hasta aquí —dijo Quinn desde detrás del escritorio, sin levantar la mirada del mapa que tenía frente a él—. Pensé cuántos días ibas a tardar más en aburrirte y empezar a husmear más allá de la biblioteca. No esperaba que fuese tan pronto.
Kyra parpadeó, sorprendida. Quinn tenía la voz más despreocupada que había oído en días, se veía incluso algo feliz, muy tranquilo. Dio otro vistazo a su alrededor para un veridcto final y concluir que ese debía ser la oficina del beta Quinn.
—No estoy husmeando —dijo con una media sonrisa, caminando un poco más adentro como si la hubiese invitado a entrar con esas palabras—. Solo estoy... explorando.
Levantó la vista entonces, y ella pudo ver sus ojos café chispeando diversión. Quinn era más joven de lo que había imaginado, o al menos lo parecía con esa sonrisa torcida y el cabello oscuro un poco desordenado. Era años más joven que el rey, pero debía ser bastante fuerte y disciplinado, sobre todo fiel, para haber sido seleccionado como beta a edad tan temprana. Quizá no muy joven, pero seguramente tendría su misma edad.
—¿Y bien? —añadió él, señalando con la cabeza una silla frente a su escritorio—. ¿Quieres un poco de jugo de bayas o prefieres el tour completo de los salones olvidados?
Kyra soltó una risa breve, sorprendida por lo fácil que era hablar con él. Se sentó, con algo de cautela, dejando su abrigo sobre las piernas.
—Creo que el jugo está bien —dijo—. Aunque lo de los salones suena tentador.
Le arrepintió internamente por no haber elegido el tour, aunque tenía que no estuviera hablando en serio, pensó al verlo reír de manera socarrona, como si el hombre acabase de contar un chiste. Por favor, ¿por qué se tomarían el tiempo de hacerle un tour? Ella ni siquiera tenía un lugar en ese castillo aún.
—Te haré un mapa dibujado con mi mala caligrafía —respondió, sirviéndole un poco del líquido rojo oscuro—. ¿Cómo va la investigación en la biblioteca?
¿Encontraste algo interesante?
Ella se tensó apenas, pero disimuló. Miró de lado los libros en los estantes, como si Quinn tuviese algo escondido allí que le pertenecía a Kyra. Se mordió el labio ligeramente, deseando tener más confianza en él para preguntarle si podía ver esos tomos solo por curiosidad. Quería encontrar el bendito libro porque tenía la firme convicción que encontraría la respuesta a su gran problema de transformación lobuna. Y pensaba que encontrarlo por su cuenta era mejor que pedir permiso y verse negado, ¿quizá debía intentarlo?
—No muy bien. Pero encontré un libro viejo... parecía que no era su lugar.
—Ah, los mejores siempre están perdidos —murmuró Quinn, cruzándose de brazos—. Todo lo valioso está fuera de lugar, o fuera del mapa.
Kyra levantó la vista con interés.
—¿Fuera del mapa?
—Sí. Hay zonas que no aparecen en los planos oficiales del castillo. Algunas por seguridad, otras por tradición. Las más interesantes están... ocultas. Algunas, incluso, en la oficina del rey. Pero claro, eso no deberías escucharlo de mí —dijo él y le guiñó el ojo con complicidad.