ALEC.-
Alec observó en silencio la silueta de Quinn arribar de un salto hacia su balcón. Se veía contento, relajado y eso le gustaba. Había sentido a su amigo algo tenso últimamente por la preocupación que rodeaba a las emboscadas de los vampiros, saber que estaban por ahí cerca y que no podían tocarse sin iniciar otra guerra. Pero verle con el aura renovado, le daba una sola idea que, sin preverlo, también le molestaba.
—¿Qué hacías con ella? —bramó tan pronto Quinn se acercó al pequeño salón que compartía con él para sus conversaciones internas, aunque esa vez no necesitaba a su segundo lobo de confianza.
—Alec, solo conversábamos y le mostraba un poco el castillo. Te sorprendería lo curiosa que Kyra...
—No me interesa —dijo con fastidio, la rabia ardiendole en la garganta. El solo hecho de ver a su beta involucrarse en eso le daba náuseas—. No quiero que le agarres cariño, más pronto que tarde saldrá del castillo y no tendremos que volverla a ver. Así que trátala como a una más.
Quinn no pareció sorprendido, pero en esas situaciones cuando Alec lucía más enfadado que comprensible, simplemente se guardó sus palabras por un momento. Se observaban entre sí, midiéndose el uno al otro como si tuvieran millones de cosas por decirse.
—Sé que piensas rechazarla una vez consigas la respuesta, pero no te mataría conocer a la pareja que la Luna te asignó. ¿No te da curiosidad siquiera? Es muy curiosa y aventurera, no me sorprende que haya venido a parar aquí —comentó sutilmente.
—No me parece inteligente involucrarme emocionalmente con alguien que pretendo sacar de mi vida. Es una mujer incapaz de transformarse, sin entrenamiento, no veo nada bueno que pueda darme. Yo soy el rey de todos los lobos, el más fuerte —sentenció con fuerza, apuntando el dedo sobre la mesa redonda que los separaba.
Afuera, la brisa nocturna lo envolvió como respuesta. No quería saber por qué era su pareja ni lo que eso involucraba. ¿Le daba curiosidad conocerlo? Por supuesto que sí, quería saber por qué demonios resultaba ser su Luna, pero solo eso. Porque no sentía más que asco y desprecio por ella, ya la había salvado una vez de ser devorada por los lobos, y ella ni siquiera había tenido un día allí en el castillo. Iba a causarle más problemas innecesarios a su vida.
Quería a alguien fuerte y había tenido la estúpida esperanza de que Briana fuera su Luna, alguien de estirpe, descendiente del linaje ancestral de segunda línea, de los pocos que seguían intactos. La conocía desde hace años y era fuerte, pensaba que era la candidata perfecta. De hecho, aún lo sería una vez se deshiciera del vínculo con Kyra que estaba estorbando en sus caminos.
—Entiendo tus razones, aunque no las comparto. Pero yo al menos sí disfruto de su compañía, quiero conocer a su pareja celestial, más allá que vayas a rechazarla. Además solo conversamos un par de veces, no es necesario que te pongas de esta manera.
Alec giró el rostro hacia la ventana abierta. La brisa nocturna traía consigo el olor del bosque húmedo, de las flores del invernadero y... ese aroma tenue que no quería reconocer, indicándole que debía estar cerca. Ragnar reconocía ese perfume y se regocijaba dentro de él como un cachorro feliz, era delicioso y era perfecto. Una brisa llegó a él con más fuerza y Alec suspiró de manera entrecortada, cerrando los ojos mientras se acariciaba la sien en un intento por despreciar esa sensación maravillosa que llenaba sus pulmones. Solo sentir su aroma de cerca ya cegaba sus sentidos, atontando a su lobo, eso le molestaba. Le había molestado ver a Quinn tan cómodo conversando con ella, como si fueran los mejores amigos, y se intentaba convencer a sí mismo que era porque, simplemente, no quería que la involucrasen en nada.
Quería pensar que la molestia infernal que había sentido, combinado con la rabia de su lobo, era por preocupación por su amigo, y no porque estaba celoso de alguien que ni siquiera conocía. Era una sensación diferente que hacía mucho no había sentido, y era incluso más intensa. No era territorial como con los enemigos, ni visceral como con los traidores. Era algo más áspero, más personal. Como si algo suyo estuviera siendo tocado sin permiso.
—No hay nada que conocer —dijo finalmente, con la mandíbula apretada y la voz grave, alejando los pensamientos de su mente porque no quería pararse a desenvolver sus emociones. Justamente eso era lo que no quería, que su lobo se encariñase con la mujer y hacerlo todo más difícil—. No me une nada a ella. Es un error que voy a corregir.
Quinn cruzó los brazos, dejando caer el cuerpo con desenfado sobre el sillón frente a él, aunque su mirada no era tan ligera como su postura. Lo conocía demasiado bien como para tragarse esas palabras sin ver lo que había debajo.
—Sabes que hay cosas que no pueden corregirse —replicó con calma—. Solo enfrentarse. ¿Cuánto tiempo piensas seguir luchando contra esto? ¿Hasta que ella desaparezca o hasta que empieces a romperte tú?
Alec giró bruscamente hacia él, los ojos encendidos, como si estuviera a punto de dar un zarpazo. Pero se contuvo. Siempre se contenía con Quinn. En parte porque lo respetaba, y en parte porque sabía que no iba a ganar esa pelea.
—Ella es una debilidad, veas por donde lo veas. —La confesión le salió entre dientes—. Ella es débil.
Quinn inclinó un poco la cabeza. La rabia ya no era solo por celos, era miedo. Miedo a perder el control. Miedo a que amar fuera una grieta por donde entrarían sus enemigos.
—Entonces no la mires como una amenaza —dijo suavemente—. Mírala como una aliada que aún no terminas de conocer. Tal vez no vino a debilitarte, sino a... ¡mostrarte otra manera de ser fuerte!
Alec soltó una risa amarga, sin humor, y rodó los ojos. Esos canales intentos de su beta por convencerlo, eran inútiles.
—¿Y eso, Quinn? ¿Desde cuándo te volviste un poeta?
—Desde que vi que temes más a una mujer sin lobo que a todo el ejército de vampiros.