Uno: cada cosa con un nombre y cada nombre en su lugar.
Dos: el tiempo no se mide con vida, se mide con muerte. Y siempre hacia adelante, nunca hacia atrás.
Tres: no existen copias. La naturaleza es perfecta, precisamente porque no lo es.
La oscuridad y el frío son buenos amigos, caminan de la mano, danzan juntos y se alimentan mutuamente.
El rey espera su muerte con las muñecas encadenadas y los brazos suspendidos sobre la cabeza, mientras otras criaturas maldicen su vida. Su cuerpo se deteriora con el frío, sin embargo, no puede sentir dolor. No puede sentir nada.
El líder espera impaciente a que se desmaye y sabe que es cuestión de tiempo para que su corazón deje de luchar, pero justo cuando esa cosa en su pecho se hace más lenta, cuando respirar se hace más difícil, algo lo despierta.
Una luz se enciende al final del pasillo y la puerta de su celda se abre de par en par. El rey levanta la cabeza y camina despacio. Las cadenas lo detienen antes de que pueda llegar a la puerta, y es natural, porque fueron fabricadas especialmente para él. Estaría dispuesto a dejar de luchar, pero la luz es cada vez más intensa y le resulta imposible ignorarla. Además, su cuerpo necesita calor. Rápido.
Al escuchar la voz de los cazadores acercándose, el instinto de supervivencia se intensifica, obligándolo a tirar de las cadenas con más determinación.
Las venas brotan de su cuello.
Finalmente, logra romper las cadenas y camina por el pasillo bajo la atenta mirada de las criaturas condenadas a muerte. Las puertas que dan al exterior están cerca, pero aunque logre cruzarlas, aún tiene que salir del laberinto.
Alguien grita su nombre y lo siguiente que escucha es la voz del líder, llena de odio y juramentos.
Lo siguiente que escucha es la voz del líder.
Hoy, mi jefe se ve deprimido y eso acabará por afectarme. Estoy segura. Se acerca y me mira como si quisiera decirme que atropelló a mi amada mascota. Imagino que tiene que ser algo parecido porque el hombre se ve culpable como el infierno.
—¿Terminaste?
—Claro, ¿quieres que haga algo por ti? —le pregunté.
—Descuida. Yo lo hago.
Se sentó en la mesa más cercana a la ventana y me pidió que me sentara frente a él. Él agarró un sobre que tenía sobre las piernas, me miró y dijo:
—Ya hablé con el resto del personal. Voy a cerrar la imprenta, lo lamento.
Sabía que eran malas noticias desde que vi su rostro esta mañana y pensé que tenía dolor de estómago. La empresa es muy pequeña y ha tenido problemas desde hace mucho tiempo.
—Ese préstamo está asfixiándome, no debí darles todo lo demás como garantía, pero tampoco es como si tuviera muchas opciones.
No, de hecho no tienes opciones. Y yo tampoco las tengo.
—Lo entiendo —Tragué con dificultad.
Me da el sobre y camina hacia el depósito sin mirar atrás. Me quedo paralizada en mi asiento y pienso en mis opciones.
Vivo en un departamento pequeño en una de las zonas más cutres de la ciudad. Lo único que puedo decir en defensa de mi pequeño hogar es que está mucho más limpio y ordenado que el mundo exterior, por lo que es un escape de mi realidad. Dentro de mi hogar puedo olvidar todos mis problemas, sin embargo, el mundo no se mantiene a raya mucho tiempo.
Hace una semana mi principal acreedora tocó a mi puerta con una amenaza. Si no cancelo la totalidad de mi deuda este mes, me echará a la calle, porque con este serían cuatro meses de deuda y me dejó muy claro que no aguantará uno más.
La vieja bruja del alquiler no es mi único dolor de cabeza, mi abogado de inmigración es un añadido a la lista. Cuando vine a este país pensé que las cosas serían diferentes, pero me siento como una rata que intenta sobrevivir bajo el suelo. No tengo dinero, pero ¿deudas? Tengo muchas.
Visité las empresas en las que pensé que podía tener una oportunidad y dejé mi currículum en todas ellas antes de llegar a esta imprenta. Dentro de mis aspiraciones se encontraba una en especial: Russian Gold. Cada vez que miro ese enorme edificio, vienen a mi mente todo tipo de fantasías en las que el dinero me sobra y mis problemas desaparecen.
Mientras estoy en el autobús pienso en todas las posibilidades que tendría con un poco más de suerte y me permito soñar despierta. Al bajarme, camino por las calles de mi vecindario y noto que está demasiado silencioso y solitario. Mi casera —que siempre tiene una actitud arisca— me devuelve el saludo por primera vez y, con una sonrisa amable, además. Me da mala espina, pero decido ignorar esa sensación y subo las escaleras mohosas hasta mi apartamento.
Cuando entro en la casa me encuentro con la última imagen que esperaba ver. La gota que derramó el vaso. Mi hogar ha sido violado.
Veo mis libros tirados en el suelo y el vestidor de mi cama descansa sobre el sofá. No hay ningún aparato eléctrico en la cocina. Lo más bochornoso es encontrar mi ropa interior en el piso, si no fuera porque soy consciente de que en cualquier momento pueden volver a entrar en mi hogar, me desmayaría en medio de una crisis de nervios.