Rey de los muertos

APÁGALAS

En Seattle hay un gran edificio que sobresale del resto. Sus ventanas oscuras no pueden reflejar luz de ningún tipo y en la cima hay un helipuerto. El edificio se llama: Russian Gold, y en el borde de ese helipuerto hay un hombre con traje elegante fumando un habano, que observa la ciudad al filo del peligro. Es Olek Yasikov, un emplacado de la orden de sangre.

Yasikov escuchó las noticias sobre el rey. Los líderes están alterados y eso es natural. Se reunieron en el territorio americano con la finalidad de atrapar al rey, y después de tanto poder concentrado en un solo punto, de tantas cadenas y cazadores perdidos, el rey escapó. Es un mal chiste. El líder desplegó a su ejército de emplacados para buscar al rey, pero Yasikov no tiene ganas de enfrentarse a él.  

El ruso está más interesado en la brisa fresca que sopla sobre su edificio. 

—¿No vas a buscarlo? —preguntó una voz al teléfono.

—Según las propias palabras de Morthu, Lio no puede sobrevivir, pero estoy seguro de que era el deseo quien hablaba en lugar de la razón —argumentó, burlándose del líder.

—¿No le temes al castigo?

—Si el rey muere, estarán felices y a mí me dejarán en paz. Si el rey sobrevive para seguir atormentándolos, tampoco me molestarán porque estarán muy ocupados. Yo gano de cualquier forma.

Yasikov alguna vez fue un rebelde que se arrodilló para pedir perdón, y tiene un orgullo demasiado grande para olvidarlo. Odia a los líderes y, a pesar de ello, se supone que debe pelear por su organización, por sus cazadores y sus ideales. No, definitivamente no quiere pelear contra el rey.

Cuando Kai viniera hecho una furia para preguntarle por qué no había recibido su apoyo, él le diría con toda tranquilidad:

—Pueden irse al infierno con sus cazadores.

 

Y pronto estarían allí…

Miro con atención las heridas del hombre sentado frente a mí. Creo que intentaban hacer filetes con él, no suena apetecible, pero parece una posibilidad ahora que miro la forma de sus heridas. Lo que me sorprende más es que se vea tan tranquilo, no parece que fuera a tener un ataque, al contrario, la que parece a punto de tener un ataque de nervios soy yo.

—¿Cómo es posible que aún no hayas muerto? —Intento cerrar la última herida de su brazo con una aguja e hilo, pero me tiembla el pulso—. No soy médico, solo me ofrecí porque me dabas pena.

—Y yo solo acepté porque no dejabas de hablar.

—Qué desagradecido. —Enarqué una ceja y lo repasé de arriba abajo—. Tampoco te ves como un tipo obediente.

—No lo soy.

No hace falta que me lo jure.

Cuando terminé de suturar, me sentí aliviada. No dejé de vigilarlo ni un instante mientras cambiaba las sábanas, y él no parecía molesto por mi escrutinio. Se dio una ducha cuando se lo pedí y casi me trago mi propia lengua al ver lo guapo que es cuando está limpio. El encanto de su atractivo se esfumó cuando tiró mi teléfono a la bañera para que se ahogara como un pobre náufrago. Hay un teléfono fijo sobre la mesita junto al armario, pero cada vez que intento llegar a él, Lio se interpone casi por casualidad.

—Dijiste que casi mueres. ¿Por qué? —le pregunté cuando salió del baño.

—No se lo explicaré a una mujer como tú.

Es la tercera vez que me mira como si tuviera la intención de atravesarme.

—¿Una mujer como yo?

—Humana.

—¿Qué?

Él se pone de pie y solo entonces soy más consciente de su altura. Intento no mirarlo a la cara porque además de intimidarme, me provoca dolor de cuello.

—Dejé que pusieras esas vendas inútiles sobre mi cuerpo porque dijiste que me darías de comer. Ahora te quedarás en silencio —decretó con un tono neutral.

Lo seguí hasta la cocina.

La seguridad con la que se mueve hace que me pregunte qué tan indefenso estaba cuando llegó y qué tan indefenso se encuentra ahora.

—No tienes que comportarte como si fueras el dueño del lugar y yo tu sirviente. —Cuando abro la nevera casi me caigo de espaldas—. ¿Esto también?

Lio se acerca para ver lo que hay dentro. Saca un poco de carne y algo que parece ser el jamón que compré en el mercado. No hay nada más. Apoyo la frente en la puerta y suspiro de pura frustración.

—Puedes trabajar con eso.

—Recuerda nuestro trato, Lio.

—Yo no te robé —repitió.

No puedo hacer mucho, pero él parece conforme. No deja de mirarme, así que no puedo escabullirme a mi habitación para llamar a la policía desde el teléfono fijo.

Mientras él devora la comida con avidez, puedo estudiarlo a conciencia. Sus ojos grises lo observan todo con la intensidad de un halcón, distingo la forma de sus venas bajo la palidez de su piel; se extienden y forman ramificaciones como las raíces de un árbol. Tiene dedos largos y delgados, también tiene un cuerpo atlético que se vería aún mejor sin todas las vendas que le puse. Tatuajes que parecen recién hechos surcan la piel de su cuello y se dejan ver por el borde de la camisa. Son formas puntiagudas que se asemejan a los colmillos de un animal. Se ve joven. No creo que exceda los treinta años.



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En el texto hay: rey, romance, accion drama

Editado: 24.06.2024

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