Rey de los muertos

APÁGALAS

En Seattle hay un gran edificio que sobresale del resto. Sus ventanas oscuras no pueden reflejar luz de ningún tipo y en la cima hay un helipuerto. El edificio se llama: Russian Gold. Y en el borde de ese helipuerto hay un hombre con traje elegante fumando un habano. Es Olek Yasikov y es un emplacado de la orden de sangre.

Yasikov escuchó las noticias sobre el rey y sabe que los líderes están alterados. ¿No es lo más natural? Se reunieron en el territorio americano con la finalidad de atrapar al rey, juntos, y después de tanto poder concentrado en un solo punto, de tantas cadenas y cazadores perdidos, el rey escapó. Es un mal chiste. El líder envió a sus emplacados a buscarlo por la ciudad, alegando que no podía estar muy lejos, pero este emplacado en particular no tiene ganas de enfrentarse al rey. Yasikov está más interesado en la brisa fresca que sopla sobre su edificio. 

—¿No vas a buscarlo? —preguntó una voz al teléfono.

—No, según las propias palabras de Morthu, Lio no puede sobrevivir, aunque probablemente era el deseo quien hablaba en lugar de la razón —argumentó, burlándose del líder.

—¿No le temes al castigo?

—Si el rey muere, estarán felices y a mí me dejarán en paz. Si el rey sobrevive para seguir atormentándolos, tampoco me molestarán porque estarán muy ocupados. Salgo ganando de cualquier forma.

Yasikov alguna vez fue un rebelde que se arrodilló para pedir perdón, y tiene un orgullo demasiado grande para olvidarlo. Odia a los líderes y, a pesar de ello, se supone que debe pelear por su organización, por sus cazadores y sus ideales. No, definitivamente no quiere pelear contra el rey.

Cuando Kai viniera hecho una furia para preguntarle por qué no había recibido su apoyo, él le diría con toda tranquilidad:

—Pueden irse al infierno con sus cazadores.

Pueden irse al infierno con sus cazadores…

****

A veces tengo sueños muy raros donde cada rostro que veo me inspira familiaridad, pero cuando despierto los olvido completamente y solo permanece la sensación de que no debería hacerlo.

Como ahora.

Le pongo atención a las heridas del hombre sentado frente a mí. Creo que intentaban hacer filetes con él, no suena apetecible, pero suena como una posibilidad ahora que miro la forma de sus heridas. Por otro lado, él está bastante tranquilo, no parece que fuera a tener un ataque, al contrario, la que parece a punto de tener un ataque soy yo.

—¿Cómo es posible que aún no hayas muerto? —Intento cerrar la herida de su brazo con una aguja e hilo, pero me tiembla el pulso—. No soy médico, solo me ofrecí porque me dabas pena.

—Y yo solo acepté porque no dejabas de hablar.

—Qué desagradecido. —Enarqué una ceja y lo repasé de arriba abajo—. Tampoco te ves como un tipo obediente.

—No lo soy.

No hace falta que me lo jure.

Cuando terminé de suturar, me sentí aliviada. No dejé de vigilarlo ni un instante mientras cambiaba las sábanas, y él no parecía molesto por mi escrutinio. Se dio una ducha cuando se lo pedí y casi me trago mi propia lengua al ver lo guapo que es cuando está limpio. El encanto de su atractivo se esfumó cuando tiró mi teléfono a la bañera para que se ahogara como un pobre náufrago. Hay un teléfono fijo sobre la mesita junto al armario, pero cada vez que intento llegar a él, Lio se interpone casi “por casualidad” y yo tengo que fingir que no existe.

—Dijiste que casi te matan. ¿Por qué? —le pregunté cuando salió del baño.

—No se lo explicaré a una mujer como tú.

Es la tercera vez que me mira como si tuviera la intención de atravesarme.

—¿Una mujer como yo?

—Si no fueras lo que eres, yo no tendría que explicar nada y sabrías exactamente quién soy y por qué estoy herido.

—No soy una delincuente, ¿a eso te refieres?

Él se pone de pie y solo entonces soy más consciente de su altura. Intento no mirarlo a la cara porque además de intimidarme, me provoca dolor de cuello.

—Dejé que pusieras esas vendas inútiles sobre mi cuerpo porque dijiste que me darías de comer. Ahora te quedarás en silencio —decretó con un tono neutral.

Lo seguí hasta la cocina.

La seguridad con la que se mueve hace que me pregunte qué tan indefenso estaba cuando llegó y qué tan indefenso se encuentra ahora.

—No tienes que comportarte como si fueras el dueño del lugar y yo tu sirviente. —Cuando abro la nevera casi me caigo de espaldas—. ¡¿Esto también?!

Lio se acerca para ver lo que hay dentro. Saca un poco de carne y algo que parece ser el jamón que compré en el mercado. No hay nada más. Apoyo la frente en la puerta y suspiro de pura frustración.

—Puedes trabajar con eso.

—Recuerda nuestro trato, Lio.

—Yo no te robé —repitió.

No puedo hacer mucho, pero él parece conforme. No deja de mirarme, así que no puedo escabullirme a mi habitación para llamar a la policía desde el teléfono fijo.



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En el texto hay: rey, romance, accion drama

Editado: 24.02.2023

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