Se suponía que tenía que encontrarme con Jacob.
Se suponía que estaría con él en este momento.
Se suponía que me mantendría con vida.
Pero la realidad pesa sobre mi cabeza. Cuando estoy a punto de subirme a un autobús, noto que un cazador me observa desde su asiento de pasajero.
Estaba esperándome.
Bajo el estribo a toda velocidad y tropiezo con un señor de edad avanzada. Al incorporarme veo un cazador que me observa atento desde una esquina.
Corro entre las personas, esperando que los diferentes aromas y las temperaturas los despisten, pero alguien toma mi brazo y mi cuerpo gira para mirar al dueño de esa mano. Mi terror aumenta al ver la sonrisa de otro cazador. Me retuerzo como una serpiente para liberarme y cuando lo consigo, huyo.
Debido al pánico, ya no presto atención a lo que me rodea y no me doy cuenta de que el centro comercial al que me aproximo a toda prisa, comienza a vaciarse, como si todos los locales decidieran cerrar sus puertas para no presenciar mi destino.
Los cazadores despachan a los humanos con la tranquilidad que se esperaría de un ejército de chacales, seguros de conseguir a su presa.
Me detengo en medio de la plaza del edificio y me doy cuenta de que hay cazadores en cada salida, esperándome con una sonrisa en la cara. Es lo que dijo Yasikov: he caído en una emboscada.
Esperan en todos los pisos con una sonrisa en el rostro. Me lanzaría del balcón, pero también hay cazadores allí.
—Será mejor que dejes de correr —dice uno de ellos. Es el cazador más alto que he visto, y tiene cadenas colgando de sus hombros.
No puedo creer que me hayan atrapado tan rápido. ¿No se supone que esta estúpida correa alrededor de mi muñeca ocultaría mi rastro?
De repente me doy cuenta de que mi muñeca se siente desnuda. ¿Y la correa?
Recuerdo que Lio estuvo revisando mis cosas desde que apareció, y maldigo ante la idea que viene a mi mente. ¿Fue capaz de quitarme lo único que me mantenía fuera del radar?
—Lo que sea que te mantenía oculta estos tres años, ya no funciona. —El cazador apunta su cuchillo directo a mi cuello.
—No me había dado cuenta. Pensé que mi carne todavía era transparente —respondo con altanería.
Si va a matarme, pues adelante, no me echaré a llorar.
—¿Dónde está Lio?
—No lo sé.
Cierro los ojos y me preparo para lo peor.
—Si hablas ahora, seré amable contigo —me amenaza.
—Si te vas ahora, no te mataré —dice alguien detrás de él.
Esa voz…
El cazador se gira con sorpresa porque el hombre que tanto había buscado su líder está justo detrás de él. Lio me observa por encima de su hombro y levanta entre sus dedos mi pulsera hecha con su cinturón.
—Ya no necesitas usarlo —comenta tan tranquilo.
El hombre que planeaba sacarme los ojos y, tal vez una confesión, extiende el brazo con brusquedad para cortar a Lio. Aprieto mis puños a los costados mientras Lio lo agarra del cuello con una sola mano y, como si fuera una rama frágil, lo rompe.
Al ver a su compañero, los demás cazadores corren en dirección a Lio. Intentan derribarlo o herirlo de alguna forma, pero el rey es más rápido, esquiva y devuelve los ataques con muy poco esfuerzo.
Es más sorprendente que la primera vez que lo vi. Esta pelea termina aún más rápido y el resultado es un pequeño ejército de cazadores caídos en el piso del centro comercial.
Lio cuadra la chaqueta sobre sus hombros y balancea una de sus piernas sobre el cuerpo de un cazador para llegar hasta mí. Retrocedo hasta que mi espalda toca la pared de cristal, preguntándome hasta qué punto este hombre es una amenaza para mí. No sé la respuesta a eso y me doy cuenta de un detalle que no había considerado: Lio no siente nada, así que tampoco dudará en acabar conmigo.
Me he convertido en un cabo suelto que eliminar.
Yasikov me dijo que el rey de los muertos jamás deja con vida a las mujeres con las que comparte la cama porque son pistas para la orden, rastros que seguir. Es por eso que ha venido al centro comercial. Ha decidido matar a los cazadores y luego matarme a mí, ¿verdad?
Pues no le pondré las cosas fáciles. Yasikov se convirtió en carnada por mí, él quería que viviera. Así que corro lejos de Lio sin pensar en las posibilidades y salgo del centro comercial como si el diablo estuviera detrás de mí.
Mientras escapo, miro atrás para vigilar que el rey no venga pisando mis talones. Choco con una pared y caigo sobre mi trasero.
—¿Qué haces?
La pared habla.
Levanto la barbilla y veo a Lio frente a mí, con las manos dentro de los bolsillos.
Me pongo de pie y corro hacia el lado contrario, pero vuelvo a chocar contra esa pared de músculos. Levanto mi puño para golpearlo, pero él lo atrapa en el aire.
—Te dije que atacarme no era una opción para ti.