El rey camina con paso firme por las calles de la ciudad. Debido al corte de luz, muchas de las zonas cercanas a la pelea están desiertas y aún lleva la hoz de Dom, pero no la arrastra como hacía él. Lio lleva el arma sobre su hombro, como si no pesara una tonelada.
Yasikov lo sigue de cerca, observando cada movimiento y preguntándose si de verdad no hay ningún plan. No puede creer que Lio decida simplemente ir hasta las puertas de la orden para buscar a Junne. Sabe que no puede sentir miedo, a pesar de que lo espera un ejército de más de seiscientos cazadores, sin embargo, no puede dejar de sorprenderse.
—Oye —Yasikov intenta llamar su atención—, no importa cuán fuerte seas, no hay forma de que salgas ileso de esto. Morirás.
El rey ignora sus argumentos. Justo cuando está a punto de tomarlo del brazo —a riesgo de que el rey arranque el suyo en respuesta—, la puerta de una librería se abre de golpe.
—¿Fuiste tú? —pregunta Yasikov.
Lio se paraliza en medio de la calle sin responderle, provocando el enojo del ruso.
—¿Seguirás ignorándome?
—No fui yo.
—Fue el aire, entonces. Eso debe ser algún tipo de señal —responde sarcástico.
Lio se dirige a la librería y cuando atraviesa el umbral, la hoz cae de su hombro haciendo un gran estruendo, como si alguien hubiera jalado el mango. El rey mira el arma en el suelo durante unos segundos y luego camina dentro.
—No la dejes aquí. —Yasikov se inclina para recogerla, pero es más pesada que antes y le resulta imposible.
—Déjala, a él no le gustan las armas.
—¿A él?
Lio avanza por la librería con todas las luces apagadas mientras Yasikov lo sigue de cerca. Finalmente, se detiene frente a un gran escritorio de madera.
—¿Qué quieres?
—¿Yo? —Yasikov lo mira con curiosidad.
Lo que el ruso no sabe es que hay un niño sentado en el borde de la mesa; tiene una sonrisa traviesa y balancea sus piernas en el aire, porque su corta estatura no le permite tocar el suelo.
—Rey de los muertos, hace mucho tiempo que no hablamos.
—¿De qué quieres hablar?
—¿Cómo estás? —pregunta el pequeño burlón.
—No me hagas perder el tiempo.
—Solo intento ser cortés.
—Deja de intentar.
El niño observa a Yasikov con curiosidad.
—Algo está cambiando en ti.
—No sé a qué te refieres.
—Y si todo sale bien, jamás lo sabrás.
—Estás haciendo que pierda mi tiempo. —Lio comienza a moverse en dirección a la salida.
—Entonces iré directo al punto. Quiero que desistas de tu estúpida idea.
—¿Mi idea?
—Yo ayudaré a la mujer, tú no tienes que hacer nada.
—¿Por qué?
—El por qué no es relevante. Solo retírate.
Lio arquea una ceja esperando que revele el truco que hay detrás de sus intenciones, pero el niño no lo hace.
—Yo mismo iré por ella —sentencia el rey.
—¿No me escuchaste? Dije que yo la sacaré de allí. —El buen humor del niño se esfuma.
—Dime por qué.
—¿Acaso importa? Te propongo un trato. Quiero que te alejes de esa mujer tanto como sea posible, a cambio, yo la sacaré de su celda y así podrá volver con tu recién descubierto amigo. —El niño señala al ex emplacado.
—No hay trato —responde Lio y se da la vuelta.
—Oye, hombre de hielo, con mi ayuda no habrá tanto problema. ¡Se razonable! —El niño comienza a enfurecerse.
—Tu ayuda no es gratuita.
—¿Y qué si quiero algo? Tú debes obedecerme.
—Yo no obedezco órdenes.
El rey sale a la calle sin mirar atrás.
—¿Con quién estabas hablando? —Yasikov tuvo que acelerar el paso para seguirlo.
Se sorprendió al notar que la hoz había desaparecido de donde la había dejado.
—Lio, dime con quién estabas hablando.
—Con un dios —responde él sin dejar de mirar al frente.
—Estás jugando conmigo, ¿verdad?
—Yo no juego.
El ruso se paraliza en medio de la calle y mira su espalda mientras él se aleja con paso decidido.
La idea de un dios le parece increíble, sin embargo, el rey nunca miente y las brujas solían hablar de criaturas con poderes infinitos atrapados en formas que no son de este mundo.
Lo que más le sorprende es la forma en la que Lio había hablado. Si de verdad se habían encontrado con un dios, Yasikov no puede imaginar a otra criatura en el mundo capaz de hablarle con tanta altanería.
Nadie más que el rey.