Los humanos se han preguntado durante mucho tiempo qué pasa después de morir y han construido todo tipo de teorías al respecto. Historias alrededor del mundo hablan sobre almas cruzando alguna especie de umbral. Otras teorías hablan de reencarnación y otras contemplan un premio o un castigo después de la muerte. El cielo o el infierno.
Yo puedo decir mejor que nadie cómo se siente morir y qué pasa después. No es un secreto especial, puedo responder esas preguntas libremente. El problema es que nadie recuerda mis palabras, porque cuando muero, se olvidan de mí.
Esa vez me desperté con un horrible sabor de boca, uno que me recuerda las veces en las que alguien me golpeó y saboreé mi propia sangre. En mi sueño salvaba la vida de un niño de ojos grises.
Lo encontré caminando por el bosque con un libro en sus manos.
—¡Hola! —Me atravesé en su camino de un gran salto.
Ese pequeño cubo de hielo ni siquiera me miró, solo me esquivó y siguió su camino.
—Niño maleducado.
Caminé a su lado, pero él continuó sin mirarme. Cuando me cansé de ser ignorada, intenté quitarle el libro de las manos para llamar su atención. Me aferré a él con una mano y eché a correr, pero el niño fue más rápido y me tomó de la muñeca con fuerza. Mi espalda tocó el suelo, pero mi mano seguía en ese libro.
—Me dolió —dije frotando como podía mi espalda.
—¿Qué quieres? —preguntó el niño al darse cuenta de que no estaba dispuesta a irme sin importar cuanto me ignorara.
—Tengo que esconderte.
—¿Quién eres?
—Mi nombre no importa.
Él me miró fijamente y luego volvió a ignorarme por completo.
—Oye, pequeño cubo de hielo. —Intenté llamar su atención, pero él siguió caminando, mirando al frente con decisión—. ¡Lio!
Entonces, el pequeño mal educado se detuvo y se dio la vuelta despacio.
—Tú sabes mi nombre.
—Lo sé.
—¿No vas a decirme quién eres tú?
—Soy Anna. —Me incliné para igualar su altura.
El pequeño Lio arqueó una ceja. Sabía lo que estaba pensando: mi nombre no era relevante. ¿Era una criatura disfrazada de humana o de verdad era tan insignificante como me veía?
—Tienes que venir conmigo —lo apremié.
—No tengo por qué hacerlo.
—Yo creo que sí. —Agarré su mano para arrastrarlo, pero era como mover una enorme roca en mitad del rio.
—No te conozco, humana.
—Las criaturas que masacraron a tu clan vendrán para matarte. —Me aferré a su pequeña mano como si él fuera mi salvación y no al revés.
—No es un problema.
—¡Si lo es!
—Soy muy fuerte.
—No más que esas criaturas.
—Dije que no hay problema.
—Morirás si no te saco de aquí. No es una conjetura. No es una suposición. Yo sé tu nombre. ¿Sabes cómo lo sé? —Sabía que despertando su curiosidad lograría que me siguiera.
—¿Cómo?
—Yo soy el ancla. Yo te vi morir. —Al oír mis palabras, el pequeño Lio decidió cooperar.
Por supuesto, no paró de hacerme preguntas y no soltó mi mano ni una vez, me siguió obediente mientras le respondía todo lo que quería saber. Caminamos por un rato, pasamos días acampando y las únicas ocasiones en las que me permitió descansar de sus preguntas, era cuando dormía o comía.
Le conté historias sobre batallas que no encontraría en los libros, el secreto del universo, lo que hay más allá de la puerta, su origen, cualquier cosa que se me ocurriera y solo lo hacía porque sabía que no podría recordarlo dentro de poco tiempo. Toda la información se iría conmigo.
Ha pasado mucho tiempo, pero estoy segura de que esos son los momentos más peculiares en la vida de Lio. Los cinco días que pasó conmigo cuando era niño, oyendo mis historias como cualquier otro niño que escucha a su abuelo hablar de los días de guerra.
El último día que pasamos juntos fue a la orilla del lago, sentados, hablando, planeando lo que comeríamos al llegar al pueblo. Le dije que sería capaz de comer una vaca completa. Él dijo que no podía saborear la comida y yo lo miré con diversión. Decidí hacer algo al respecto, y fue entonces cuando recuperó el sentido del gusto.
Solo pasamos media hora en el pueblo antes de que me diera cuenta del error que había cometido. Los cazadores llegaron muy rápido. No debí llevar a Lio al pueblo con los humanos. No debí exponerlo a la crueldad de los hombres.
Ahora puedo ver cuál fue mi error.
Los cazadores no eran rivales para el pequeño rey de los muertos, que aun teniendo solo siete años era más poderoso.