Durante años, Habaek tuvo que lidiar con leones disfrazados de gatitos obedientes, hienas disfrazadas de rivales complacientes y serpientes que envenenaban al emperador bajo el disfraz de un eunuco. Traidores en todas sus formas.
Habaek había visto como Kai, creyendo que estaba estructurando un plan inteligente, intentaba mover los hilos de la traición para atrapar al rey. Estaba adquiriendo mala fama. Que los emplacados aceptaran el trato no era algo que debía celebrarse.
Cuando los emplacados eran rebeldes se sentían cómodos con el poder que les daba estar en el tope de la cadena. Ahora son los perros de la orden y el único poder que pueden ostentar, lo consiguen a través del dinero. Es la única forma de poder que tiene validez en el mundo humano.
Si algo había aprendido Habaek en sus mil años de vida es que no se gana la guerra solo con un ideal, y tampoco basta con mover algunas fichas. Los emplacados son como peones, algunos pueden llegar a ocupar el puesto de un alfil, pero tener una mano sujeta a sus gargantas no es garantía de nada.
Habaek ora en un templo que le recuerda al principio de su vida, cuando creía en las deidades terrenales. Ahora hace su saludo de respeto a Buda con la nostalgia de un hombre que no ora ni medita porque sabe que solo conseguirá paz en la muerte.
—Tres emplacados encerrados. Dos activos y uno removido de su cargo —anuncia un cazador de segunda división, inclinándose frente a Buda para no molestar a Habaek.
El cazador con una cinta blanca en su brazo, sale del lugar después de inclinarse también con respeto hacia su líder. Habaek hace una última reverencia para salir de allí y deja la humildad dentro del recinto. Fuera del templo vuelve a ser el hombre implacable que lidera a los cazadores asiáticos.
—Los dos emplacados activos son Johan y Trumper. El emplacado que fue revocado es Yasikov, ¿correcto? —pregunta el líder.
—Correcto, pero las empresas de Yasikov han empezado a hacer operaciones extrañas.
—¿Por extrañas te refieres a…? —El líder se detiene frente al auto que lo espera para llevarlo de vuelta a las instalaciones.
—Han empezado a adquirir bonos de tesorería —informa el cazador enseñando una nota en el periódico. Obviamente alguien filtró la información a propósito—. Y una de las entidades hizo un contrato con una importante empresa farmacéutica de España cuya propiedad es del gobierno, para fabricar medicamentos usados en el tratamiento contra el cáncer.
—¿Qué dices?
Que las empresas bajo el nombre de Yasikov estén funcionando todavía podría deberse a dos cosas: primero; que el ruso fuera perdonado y devuelto a sus funciones. Segundo; que algún emplacado haya ganado el control de las mismas. Pero hay un serio problema con cualquiera de las dos opciones.
—Dígame qué está pensando —pide el cazador.
—La empresa está siendo manejada por alguien ajeno a la orden de sangre. Kai no hace tratos con el gobierno de los humanos. No hay manera de que eso pase.
—Correcto. —El cazador está orgulloso de su razonamiento—. El nombre de la nueva propietaria es Hannah Yamamoto y es humana, o por lo menos lo es en apariencia.
—¿En qué estaba pensando Yasikov?
—No lo sé con exactitud.
—¿Dices que es humana?
—Casi. Es una criatura de baja denominación, fue registrada al nacer con todos los trámites humanos y ha estado involucrada con ellos desde siempre.
—¿Sabe de la existencia de las criaturas?
—Sabe lo suficiente como para llamarlo —dice el cazador extendiendo frente a él un móvil.
Habaek estudia el aparato con desconfianza mientras su cazador le indica con la mirada que debe contestar.
—Habaek.
—Buenos días, líder. —Se escucha la voz suave de una mujer—. El ancla envía saludos.
Al escuchar sus palabras, el corazón de Habaek se detiene por un momento. El mundo es más silencioso.
—¿El ancla ha vuelto? —pregunta el líder con una ligera opresión en el pecho.
—Sí, ella me dijo lo que debía hacer, pero antes de eso. —La mujer se aclara la garganta y lo saluda como solo el ancla podría hacerlo—. Hola, dragón de sombra.
—Si es ella.
Habaek tiene una sonrisa triste y sus ojos se cristalizan como si estuviera a punto de llorar. El cazador jamás lo había visto de esa forma, demostrando una sensibilidad que no sabía que tenía. A pesar de la sorpresa, permanece en silencio. Su líder escucha a la mujer durante un par de minutos y corta la llamada sin decir nada más. Desaparece cualquier rastro de nostalgia de su expresión.
—Tengo una visita que hacer. —El líder sonríe de forma casi maquiavélica.
Habaek sube al auto y el cazador al volante se pone en marcha. El ancla dio sus instrucciones y el líder está dispuesto a seguirlas.
Es un hombre que recuerda muy bien sus pecados y ha aprendido a aceptar el castigo por ellos. Con un agujero en el pecho y una sonrisa sin valor…
Trumper fue trasladado a la facción europea y mientras iba en el auto de camino a las instalaciones con un cazador a cada lado, escuchó en la radio la noticia de un accidente de avión cuyo aterrizaje estaba previsto en Tokio. Los cazadores escuchan con atención, pero Trumper nota sus expresiones más serias de lo normal.