—¿Quieres morir con ese bebé en tus entrañas, mujer?
Benge lo observa nervioso, el ataque de los emplacados es más de lo que el orgullo de Kai puede soportar.
—Sería lo último que hicieras en tu vida —responde Hannah con una sonrisa de autosuficiencia.
—¡Líder! —Un rastreador abre la puerta de su despacho y entra agitado—. Están cercando el edificio.
Los emplacados jamás se mueven por sí solos y nunca lo hacen sin obtener algún beneficio. Todos están demasiado resentidos con la vida como para ser solidarios con alguien más. Al menos la mayoría.
—¿Qué hiciste? —pregunta el líder con su mano aún alrededor del cuello de la mujer.
—Solo hice un par de llamadas. Al aparecer, todos esos hombres le deben algún favor a Yasikov.
—¿Qué clase de favor?
—Vida —contesta Hannah con seriedad.
Esa simple palabra le proporciona al líder toda la información que necesitaba. Yasikov les hizo el favor más grande de todos: les salvó la vida en algún momento.
Los líderes entienden del tema con mucha precisión. De cobrar favores se construyó la orden de sangre. Cada familia importante que apoya su sistema, cada clan y criatura que se unió a sus filas para pelear por el ideal de la orden, es fruto de algún favor. Kai mira el vientre de Hannah, respira hondo aceptando su derrota, y suelta el cuello de Hannah casi sin dudarlo.
—Sé que muchas cosas te definen, líder. Obstinación, crueldad y venganza, forman parte de tu personalidad. Pero aun no llegas al nivel de un monstruo —expresa Hannah, acariciando su vientre y mirándolo con seriedad.
—Los monstruos tienen muchas formas. Si un humano puede serlo, yo también puedo —dice Kai, acercándose a ella con el rostro muy cerca del suyo—. Cuidado, cuando tú bebé nazca puedo meterlos juntos en un horno y hacer pan con lo que quede.
Hannah sonríe con satisfacción.
—La razón por la que le tememos a los monstruos es porque alguna vez fueron humanos. Repudiamos la idea de que algo tan atroz pueda provenir de nosotros. Lo único que tú y yo compartimos con los seres que esta orden tanto protege, es que podemos sentir como hacen ellos. Asusta pensar que puedas convertirte en algo así, ¿no? —Las palabras de Hannah sorprenden a Benge, pero no a Kai—. Todos tenemos sentimientos humanos: amor y compasión son dos de ellos. Eso es lo que sientes por esa raza que se autodestruye. Ponlo en práctica.
—Ya lo hice —responde silbando entre los dientes.
—No basta con convertir a tus enemigos en emplacados y perdonarles la vida. Debes mantener al monstruo dentro de ti, tan enterrado como sea posible para que el mundo no pueda verlo nunca.
—¡No me importa! No si con eso evito la extinción de los humanos —Kai odia a Lio porque representa una amenaza constante hacia la especie más débil. Una que no puede controlar.
—¿Estás dispuesto a hacer lo que sea para proteger tu ideal? ¿Incluso llevar a la muerte a una humana frágil? ¿Asesinar a tu primer emplacado? ¿Ganarte el odio de todos?
—¡Si! —grita enfurecido.
—Apuesto que lo mismo pensaba Hitler.
Al escucharla, el líder guarda silencio. La ira ha desaparecido de su rostro y parece que el aire abandona sus pulmones por un segundo.
—No importa lo que tuviera que hacer, su ideal prevalecería —dice Hannah en un susurro.
La orden de sangre jamás se ha involucrado en asuntos humanos. No de forma atípica. No desde la forma de una criatura. Cada guerra que han presenciado es peor que la anterior y esa es la razón por la que Kai advierte a las criaturas. Los humanos ya tienen suficiente con el odio que se profesan entre ellos, no necesitan otro depredador.
Cuando la segunda guerra mundial terminó, Kai se encerró en su despacho durante una semana, intentando descubrir dónde habían empezado todos los daños para que el mundo acabara así. Todos los personajes responsables eran humanos a fin de cuentas. Sin embargo, habría sido mejor deshacerse de ellos olvidando ese hecho. Aunque eso implicara olvidar también su regla fundamental: no asesinar humanos.
—Muy bien, señora Yamamoto, usted gana —concede Kai con una expresión imperturbable—. Venga conmigo.
Benge lo sigue y Hannah también lo hace. El líder ordena a sus cazadores que envíen un mensaje a los emplacados.
—Quiero la presencia de un testigo —exige Kai.
Desde su jaula, Johan ve a los cazadores moverse de un lado a otro intentando disimular su frenesí. No han visto al líder desde que Benge apareció.
—¿Qué crees que esté pasando? —Johan se acerca a la celda continua y observa a Yasikov.
—No lo sé.
—¿Crees que tenga que ver con que Adam no aparezca?
Al escucharlo, Yasikov pone toda su atención en él. Se pone de pie y finalmente, estudia a los cazadores intentando descubrir qué pasa con todo ese desorden a su alrededor.
—¿Qué pasa?
El líder entra en el lugar, acompañado por un emplacado y una mujer.
—¡Hannah! —grita Johan.