El rey condujo toda la noche, hasta que le dije que debíamos parar a descansar. Él respondió que no necesitaba dormir, es cierto, pero yo si necesito hacerlo.
—Puedes dormir en el asiento de atrás —propuso—. Ya hemos perdido mucho tiempo.
—Tú eres él que quería buscar libros, yo ni siquiera me negué a comer en el auto —dije con un tono lastimero—. A este paso perderé el poco trasero con el que nací, ¿entiendes?
Lio luce demasiado serio. Desde que ese pequeño demonio de ojos azules —que además sabe demostrar su poder sin demasiadas complicaciones— ha dicho que Lio es como un cascarón vacío, su mirada es inquieta. Sus ojos miran a todas partes como si buscara una respuesta a las dudas que inundan su mente.
—Tu trasero seguirá en donde está —responde.
Válgame Dios.
Decido ignorarlo hasta que se detiene en un motel. Si no estuviera con él, me asustaría la oscuridad que envuelve el edificio. Se ve como en esas películas de terror cliché donde los primeros en morir son las mujeres estúpidas y los afroamericanos.
El hombre de la recepción mira a Lio con desdén y luego, me mira a mí de una forma repulsiva.
—¿No hay otro lugar al que podamos ir? —pregunto recordando que también en esas películas, cualquier hombre puede ser un potencial asesino y violador.
—Si no quieres quedarte aquí, seguiré conduciendo hasta que lleguemos a la orden de sangre.
Su tono de voz no me gusta para nada. Lo miro enojada y recibo las llaves.
Entramos en nuestra habitación y me doy cuenta de que el lugar no tiene nada que ver con la actitud del hombre que nos recibió. Está limpio y ordenado, pero no me fío. Reviso cada esquina del lugar, cada hueco y espacio donde podría haber una cámara.
—¿Qué haces? —pregunta Lio al verme subir a una silla para tocar el borde del ropero.
—Busco cámaras. —Pero no hay nada.
Me dirijo al baño, no sin antes darle una última mirada al hombre con aspecto rígido que me espera en medio de la habitación. Pierdo algunos segundos estudiando la arruga en su entrecejo, la forma en la que aprieta los puños. Algo está muy mal.
El baño también está limpio y decente, así que me es más fácil confiar en el agua. En la ducha escucho el sonido del cristal al estrellarse contra el piso.
—¡¿Qué fue eso?!
Salgo del baño disparada y cuando veo a Lio junto a la ventana, sé que fue él. ¿Habrá tirado ese vaso de agua a propósito? Su rostro luce tenso y tiene una expresión que no le había visto en el auto. Se ha intensificado el efecto que causaron las palabras de Uno.
—Lio. —Me mira durante unos segundos y su expresión vuelve a enfriarse, parece un maldito semáforo—. ¿Qué te pasa?
—No lo sé. —Se sienta en el borde de la cama y estira el cuello.
He visto antes este comportamiento errático que podría encajar con un hombre que tiene una segunda personalidad, una que lucha por salir a la superficie.
—Tienes que decirme qué estás sintiendo —demando con cautela, midiendo mis palabras.
—No siento nada.
—Eso es una gran mentira, no eres incapaz de sentir. Es solo que no sabes cómo interpretar tus propios sentimientos.
Me observa con fijeza desde la cama, no me gusta lo que transmiten sus ojos.
—El rey que vino antes de ti no tenía estos problemas repentinos de conducta.
—¿Qué pretendes diciéndome eso? —pregunta.
—Intento que despiertes.
—Deja de intentar.
Odio, ira, rencor, alegría, tristeza y amor. Este hombre no puede saber cuánto luché para recuperar sus emociones. Ya no sé si pueda lograr semejante hazaña, pero voy a empezar de nuevo y cruzaré los dedos para que pueda repetir el milagro.
—Si te digo que te amo… ¿me creerías?
—No —responde con voz firme.
—Pues lo hago. —Me acerco a la orilla de la cama—. ¿Por qué dices que no me crees?
—No puedo creer en algo que nunca he visto. —Sus palabras son como un golpe doloroso para mí.
—¿Qué?
—No sé lo que es, pero el odio si lo conozco bien, lo he visto en los ojos de cada cazador y criatura que he matado —admite con frialdad—. Aprendí a identificar ese sentimiento. El amor es algo que no puedo identificar.
Ok, puedo trabajar con eso.
Me siento sobre su regazo. Quiero que me dé toda su atención, quiero que vea lo que está frente a él y cuya imagen le resulta tan difícil de interpretar. Quiero que se dé cuenta de que hay alguien que lo ama.
—Escúchame, Lio. —Lo hace, y se queda totalmente inmóvil—. Mírame bien y dime qué ves.
—¿A qué te refieres?
—Dime qué notas cuando me ves a mí.
—No entiendo…
—Tus ojos apuntan a los míos siempre, sin importar las circunstancias. No me gusta, me hace sentir incomoda, pero lo haces por una razón, ¿verdad?