El sol comenzaba a ocultarse cuando Marco reunió a sus hombres en el salón principal de la fortaleza.
Habían derrotado a Don Mario, habían consolidado su liderazgo y habían protegido sus territorios.
Pero Marco sabía... que Silvio... aún estaba... libre.
Libre... y sediento... de venganza.
Enzo extendió un mapa sobre la mesa, señalando las rutas de escape y los escondites potenciales de Silvio. —Sus fuerzas... se han dispersado... pero aún... tiene aliados... que le son... leales.
Marco apretó los labios, su mirada fría. —Entonces... va a intentar... reagruparse... y va a atacar... desde las sombras... cuando menos... lo esperemos.
Sandro frunció el ceño, su postura firme. —¿Quieres... cazarlo...?
—Sí. —dijo Marco, su voz baja y peligrosa. —Vamos a cazarlo... y vamos a destruir... su poder... antes de que pueda... atacar... otra vez.
Hubo murmullos de aprobación, sus voces llenas de respeto. Marco observó cómo sus hombres intercambiaban miradas decididas, sus posturas listas para la batalla.
Valeria observó la escena desde las sombras, su mirada intensa. Sabía que Marco estaba eligiendo enfrentarse a su enemigo cara a cara. Sabía que Silvio no mostraría piedad.
Pero también sabía... que no había... otra forma... de proteger... su futuro.
Porque habían elegido... luchar... por lo que amaban.
Y habían decidido... enfrentarse... a las sombras... una vez más.
Esa noche, mientras Marco se preparaba para la cacería, Valeria apareció en su despacho, su mirada intensa.
—Entonces... ¿vas... a enfrentarlo...?
Marco asintió lentamente, su voz baja. —Sí... porque no puedo... permitir... que destruya... lo que estamos... construyendo.
Valeria dejó escapar un suspiro tembloroso, sus ojos oscuros llenos de emoción. —Entonces... ¿realmente... crees... en nuestro... futuro...?
—Sí. —dijo Marco, su voz firme. —Porque estoy... luchando... por él... cada día... y no voy a permitir... que nadie... nos lo arrebate.
Valeria sintió cómo su pecho se apretaba, sus labios temblando. —Entonces... ¿esto... es amor...?
—Sí. —respondió Marco, su mirada llena de emoción. —Esto... es amor... y no hay... sombras... que puedan... separarnos.
Valeria lo abrazó con fuerza, sus cuerpos temblando mientras compartían su amor... y su esperanza. Sabían que su relación estaba marcada por cicatrices y traiciones. Sabían que sus corazones aún llevaban las sombras del pasado.
Pero también sabían... que juntos... podían sanar... y encontrar... un nuevo comienzo.
Porque habían elegido... amarse... a pesar... de sus miedos.
Y habían decidido... luchar... por un mañana... lleno de luz.
Cuando la noche cubrió la ciudad, Marco y sus hombres comenzaron la cacería.
Se movían con precisión y sigilo, rastreando los pasos de Silvio y desmantelando sus redes de poder una a una.
No hubo advertencias. No hubo tregua.
Solo... justicia.
Enzo lideró el ataque en el flanco derecho, sus sombras moviéndose como fantasmas mientras derribaban a los guardias leales a Silvio.
Sandro atacó desde el flanco izquierdo, sus pasos ligeros mientras cortaba las rutas de escape y desactivaba las alarmas.
Marco avanzaba en el centro, sus ojos oscuros brillando con determinación. Sus movimientos eran rápidos y calculados, enfrentando a los hombres más leales de Silvio con fuerza y autoridad.
No había miedo. No había duda.
Solo... justicia.
En el corazón del último refugio de Silvio, Marco finalmente encontró a su enemigo.
Silvio estaba de pie en el centro de la habitación, sus ojos oscuros llenos de odio mientras sostenía una pistola con manos firmes. —Entonces... ¿has venido... a matarme...?
Marco alzó la barbilla, su mirada fría. —No... he venido... a hacerte... enfrentar... las consecuencias... de tus elecciones.
Silvio dejó escapar una carcajada amarga, sus labios curvándose en una sonrisa cruel. —¿Consecuencias...? ¿De verdad... crees... que eres... mejor... que yo...?
—No... no soy... mejor... pero he elegido... proteger... en lugar de... destruir... y he decidido... luchar... por un futuro... diferente. —dijo Marco, su voz baja y peligrosa.
Silvio apretó los dientes, sus ojos ardiendo con furia. —¡No... eres... nadie... solo un traidor... solo... un perro... que se rebeló... contra su amo!
—No... no soy... un perro... y no soy... tu enemigo... tú... elegiste... convertirte... en tu propio... verdugo. —respondió Marco, su mirada fría. —Y voy a proteger... lo que amo... sin piedad... ni compasión.
Silvio disparó, sus balas volando hacia Marco con furia desesperada. Pero Marco se movió con agilidad, esquivando los disparos mientras avanzaba sin piedad.
Sus movimientos eran rápidos y letales, desarmando a Silvio con precisión. La pistola cayó al suelo con un sonido metálico, rebotando en el mármol frío.
Silvio retrocedió, sus ojos llenos de miedo mientras se enfrentaba a Marco. —¡No... no puedes... ganar... no puedes... destruirme... yo... soy... el poder!
—No... tú... eres... la sombra... de un pasado... que ya no... tiene lugar... en mi futuro. —dijo Marco, su mirada fría. —Y voy a proteger... lo que amo... sin piedad... ni compasión.
Silvio cayó de rodillas, sus lágrimas cayendo sin control. —¡Por favor... piedad... no quiero... morir... no así...!
Marco lo observó en silencio, su voz baja y peligrosa. —No hay... piedad... para los traidores... no cuando... eliges... el miedo... sobre la lealtad.
Silvio cerró los ojos, su cuerpo colapsando mientras las sombras lo envolvían. —Entonces... he... perdido... todo...
Marco dejó escapar un suspiro tembloroso, sus hombros tensos. —Sí... porque no puedo... permitir... que las sombras... destruyan... mi futuro.
Se dio la vuelta lentamente, sus pasos firmes mientras sus hombres terminaban el trabajo. No hubo gritos. No hubo misericordia.