Reyes Del Caos

Capítulo 1: Ecos de la Guerra

El viento soplaba con fuerza en las llanuras de Nythara, llevando consigo el eco de los tambores de guerra que retumbaban en el horizonte. Rey Alaric observaba desde la cima de la colina, la vista que se extendía ante él era tanto un territorio conocido como un sueño desgarrado. Las tierras que una vez habían florecido bajo su gobierno ahora estaban marcadas por el sufrimiento y la inminente confrontación.

Las nubes oscuras se apilaban en el cielo, reflejando la tensión en el aire. Alaric, con su armadura brillante que relucía a pesar del polvo y la grasa, sintió la llegada de la batalla en su piel. Había estado entrenando durante semanas, observando cada movimiento de su ejército con la mirada incisiva de un halcón que acecha a su presa. No podía permitirse perder; no solo su trono estaba en juego, sino el destino de su pueblo.

A su lado, la reina Isolde, cuya belleza era tan firme como su espíritu, ajustaba su capa de guerra. Los ojos de Isolde brillaban con determinación. "Alaric, no podemos esperar más. Sombra no se detendrá hasta que todos estemos a sus pies", dijo con voz firme. Ella sabía que su esposo, por noble que fuera, era propenso a la reflexión en tiempos críticos.

"Lo sé, Isolde", respondió él, su voz grave y cargada de emociones. "Pero cada estrategia debe ser calculada. No podemos arriesgarnos a la derrota por precipitarnos en un ataque." Sin embargo, su mente estaba agitada, ansiosa por la acción.

En ese momento, el joven príncipe Caelum, su hijo, apareció detrás de ellos, su expresión marcada entre la emoción y el miedo. "Padre, los exploradores han vuelto. Sombra se acerca con un ejército de sombras. Ha forjado un pacto con los Berserkers del Norte", informó, su voz temblando de ansiedad.

La noticia cayó como una losa sobre el corazón del rey. Sombra, el traidor exiliado, estaba jugando sus cartas con audacia. Su mirada se nubló, y una mezcla de ira y protección ardiendo llenó su ser. "No los dejaremos llegar aquí. Debemos prepararnos para un encuentro inminente", declaró, la determinación brotando como fuego.

El campamento resonó con la actividad. Hombres y mujeres, guerreros y aventureros, corrían entre los barracones, afilando espadas y preparando arcos. Isolde se unió a ellos, inspirando a los soldados con una pasión que solo ella podía ofrecer. "¡Hoy luchamos no solo por nuestro reino, sino por la libertad de nuestras familias! ¡Hoy, cada uno de nosotros se convierte en un defensor del futuro!", exclamó, levantando su espada al cielo.

La risa y el aliento compartido en el campamento contrastaban con el horizonte cubierto de oscuridad. Los soldados advertían una transformación en su propia valentía, unos pocos hombres más avanzados susurraban promesas de gloria ante el temor de la muerte. La batalla, por más implacable que fuera, se llenaba de un sentido de propósito.

Cuando la última luz del día fue tragada por la noche, el silencio previo a la guerra envolvió a Nythara. Alaric preparó su espada con un brillo resplandeciente en la semicadena de su armadura. Cada golpe que resonaba en su corazón le recordaba lo que tenía que proteger. Las imágenes de su pueblo, de Isolde y Caelum, danzaban en su mente. Sin embargo, era el grito de los que habían caído antes que él que lo llenaba de una ferviente fuerza.

"¡Alarma!", gritó un vigilante, y los ecos resonaron a través del campamento. Con ojos entrenados en la distancia, Alaric y su familia se prepararon para lo inevitable. La tierra comenzó a temblar bajo el peso de los soldados de Sombra, que marchaban con una ferocidad incontrolable.

El primer choque fue brutal. La batalla estalló como un violento huracán; gritos, chocando espadas y el clamor del caos llenaron el aire. Alaric avanzó al frente, enfrentando a los berserkers que atacaban como lobos feroces. Cada movimiento de su espada estaba calculado con precisión, respuestas hábiles a su alrededor, mientras caía un oponente tras otro.

Caelum, no dispuesto a dejar que su padre luchara solo, se lanzó hacia la batalla. Un joven impulsivo, pero con un alma guerrera, luchaba con la rabia de un león. Su hacha se movía como un destello de acero, y mientras derribaba enemigos, un brillo de determinación cruzaba su rostro.

Isolde se movía como un rayo entre las sombras, protegiendo a los heridos, levantando su voz para alentar a los suyos. La valiente reina no era simplemente otra guerrera; era el corazón que ataba a su pueblo, un faro en medio del caos.

Las horas se volvieron una eternidad. Cada golpe, cada grito, resonaba como un eco de guerra en el alma de los que allí luchaban. Pero la llegada de las fuerzas oscuras de Sombra trajo consigo un rugido que no podía ser ignorado. Los gritos de los hombres caídos ensordecían el campo de batalla, llenos de dolor y desesperación.

Sombra emergió, una figura oscura y grotesca, rodeado de un aura de terror. "¿Qué es esto?", preguntó, su voz aterradora, "¿El rey se atreve a desafiarme de nuevo?" Sus ojos centelleaban con malevolencia, y tras él, los Berserkers se lanzaron con un rayo de ferocidad.

Sin embargo, en ese momento de desolación, una chispa de esperanza iluminó el rostro de Alaric. La determinación ardía en su pecho como una tormenta renovada. "¡No hoy!", clamó, alzando su espada hacia las estrellas brillantes. "¡Hoy lucharemos con todo lo que somos! ¡Por Nythara! ¡Por nuestro futuro!"

El estruendo de la batalla se intensificó. Un epílogo de caos que culminó en el clamor de espadas y gritos de guerra resonó en cada rincón del campo. El rugido de la batalla era un eco del sacrificio, el coraje, la sangre y la gloria.

Mientras el cielo se tornaba de un rojo profundo, golpe a golpe, el destino de Nythara colisionaba en cada corazón presente. No era solo una guerra; era una lucha por la propia esencia de lo que significaba vivir libre. En ese momento, todos los ecos de la guerra convergían en una verdad irrefutable: la batalla nunca había terminado, y solo estaba comenzando.




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