Carmela soñaba y al despertar seguía caminando en el sueño. Allí vestía indistintamente vestidos largos, cortos, pantalones, daba lo mismo, el sueño lo permitía todo. Del mismo modo tenía la libertad de escribir, amar, soñar y hacer todo lo que los seres humanos hacían, antes de desvanecerse en este sueño infinito.