Era la primera vez que el taxista Plaza manejaba con una sonrisa, en medio del tráfico. Su profesión, que fue la piedra de su zapato durante la mitad de su vida, se terminaba ese día. Se iba feliz porque su bandera laboral fue la honestidad.
Dejó al último cliente en la parada y no le cobró. ¡Le deseo un día excelente!
El cliente quedó estático.
—Por, por qué... —dijo con el peso de la conciencia desfigurando su rostro.
No hubo tiempo para respuestas: sus cómplices llegaron con las armas en alto. Uno de ellos disparó.