Rhaj 2105

Capítulo I: El calor era implacable

El calor era implacable. 24 de abril del 2105. Campos de concentración. Cercados eléctricos. Un inmenso desierto, y en medio de la nada, el fugaz y ardiente cielo cubierto de extrañas esferas flotantes que brillaban sofocantes desde el horizonte en todas las direcciones del plano terreno. Ningún ojo humano podía mirar directamente, tanto así era el brillo de la luz, que quienes vigilaban a las desnutridas y vagantes almas abarrotadas en la arenosa cumbre rodeada de cercos del desértico páramo, tenían cada uno lentes especiales diseñados para resistir el brillo incesante de aquellas oblicuas casi perfectas esferas que rotaban casi a la misma velocidad paralela con la misma inclinación angular que… la tierra… Aquella hermosa esfera imperfecta cubierta de enormes océanos y extensas formas de vida en lo ancho y largo de sus preciosos y profundos ecosistemas y perspectivas… hermosas desde el cielo y los inmensos cúmulos extensos de… aquel casi perfecto compuesto capaz de mezclarse con casi todo en el planeta, aquel sustento fundamental de toda la vida en la faz de… antes éramos un planeta, ahora, solo es un desierto, un desierto cubierto mayormente de extensos océanos de basura… Si no hubiese llegado aquel extraño visitante, aquel día, en aquel tiempo, tal vez, solo tal vez hubiésemos reconsiderado todo, aunque, si no fuese así, si la destrucción y la muerte nos hubiese consumido, si la avaricia y la guerra, la causa, nos hubiese extinto, hubiera sido mejor que aquello que nos… -¡CÚBRANSE!- Gritó aquel guardia que posaba su pierna sobre mi espalda descompuesta.

Un extraño rayo se despide de una de las esferas, en solo segundos, impacta a la tierra con una fuerza concentrada; 10 veces mayor que cualquier bomba alguna vez liberada, me recordaba a aquellos tiempos de guerra, y antes de morir calcinado por la onda expansiva a más de un millón de grados, me recordaba a mi niñez aquella sofocante explosión, una guerra sin igual, hace 83 años…

Año 2022; Era una noche oscura, pero todo estaba en silencio cuando la primera bomba cayó; se escuchaban gritos a distancia, y de pronto, el silencio ininterrumpido cambio a un incesante ruido mecanizado, similar al sonido de un aire acondicionado pero más metálico, así era el sonido de la alarma nuclear... Una, dos, tres, cuatro, cinco veces, eran la cantidad de explosiones que escuchaba mientras corría o más bien sobrevolaba el suelo, mientras mi madre me jalaba con fuerzas al correr hacia el bunker más cercano, debido a nuestra pobre estabilidad económica nos era imposible darnos el lujo de un bunker propio, y bajo la noche febril de cientos de almas sollozantes, rápidamente logramos llegar de primeros a aquella subterránea construcción de hormigón y acero, cubiertas con placas especiales de plomo antinucleares, y donde el espacio para recluirse era menor al espacio necesario para dormir en una cama individual, donde debías compartir de todos modos tu espacio tan estrecho con alguien más, un desconocido que invadía tu espacio personal, al igual que una abarrotada buseta, aunque en mi caso, eso poco era de importarme, yo solo me arropaba entre los brazos dulces de mi madre. Aquella noche en las calles de Tokio significarían el inicio de algo increíblemente descomunal. Más de 35 mil hombres, mujeres y niños sobrevivieron, eso lo se debido a la capacidad de estos bunkers, los demás, no se sabe, lo más probable es que terminarán bajo cientos de miles de escombros, destrozados, calcinados, completamente desaparecidos de la faz de la tierra, y los niños que lograsen sobrevivir a la catástrofe, me los imaginaba corriendo lejos de la ciudad, desnudos y heridos, quemados y adoloridos, me sentía mal, mi vida había sido salvada, y aunque fuese solo un pequeño niño, comprendía al igual que comprendo ahora el dolor y sufrimiento del que me había salvado y del que, con mucha pena, muchos no habían logrado sobrevivir. Y entonces cayo otra bomba, justo antes de cerrar los ojos, mi madre se hacía la dormida pero yo sabía que estaba despierta, sería solo para tranquilizarme, pero todos estaban perplejos, mi madre se estremeció, frunció el ceño, abrió los ojos y me miró directamente solo a mi sin mover la vista a ningún otro lado. Los minutos se hacían horas, cada segundo era una eternidad, y los ojos de mi madre brillaban con una luz tenue, y de repente, desapareció entre cenizas, su cuerpo cayó sobre el mío acolchando los escombros de aquella enorme estructura para evitar que me tocasen, no sabía si seguía viva, solo podía sentir su cuerpo, no sabía cómo podía seguir consciente, y en solo cuestión de milésimas de segundo, mis parpados habían sellado mi inútil visión, el ruido… ya no podía oír nada, solo sentía un leve dolor en mi entrepiernas que seso tan pronto caía por completo al inestable suelo y ya no podía sentir nada…

…*El rayo calcina todo alrededor, incluyendo al anciano débil y tembloroso, que recordaba su pasado segundos antes de morir*…

-Maestro, mire… ¿Qué es aquello?…- me decía aquel joven de 14 años, pálido, flácido y débil, trémulo por el momento, pero yo no estaba mejor, era un anciano de 95 años similar o hasta peor, no comprendo cómo sobreviví tanto tiempo, o como no podía olvidar aquello que paso hace tanto… 26 de abril; el inicio del estallido de la última y más feroz guerra entre hombres, armas de gran poder, fuerzas inimaginables y pura estrategia militar más allá del poder de mi mano, aunque el poder de mi mano no era a lo que debían temer, si no al de mi voz.



#4878 en Ciencia ficción
#30798 en Otros
#4271 en Aventura

En el texto hay: ciencia ficion, guerra interestelar, aventura

Editado: 28.12.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.