Era una noche oscura y tormentosa. Un grupo de amigos se había reunido en una cabaña solitaria en el bosque para celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Escapando de los conflictos y las penurias que estaba ocasionando la guerra civil que había en el país.
Estaban divirtiéndose, bebiendo, bailando y jugando al truco. Todo parecía normal hasta que oyeron un extraño ruido afuera de la cabaña.
― ¿Qué fue eso? ― preguntó Antón, asustado.
― No lo sé, tal vez sea un animal ― respondió Luis, tratando de calmarlo.
― Voy a echar un vistazo ― dijo Pedro, tomando una linterna y saliendo por la puerta.
Los demás lo siguieron con curiosidad. Al llegar al exterior, se quedaron horrorizados al ver lo que había causado el ruido. Era un hombre cubierto de sangre y heridas, que caminaba con dificultad hacia ellos. Tenía los ojos inyectados en sangre y la boca abierta, emitiendo gruñidos desagradables.
― ¡Dios mío, está infectado! ― exclamó María, reconociendo los síntomas de un extraño virus zombi originado en Ucrania que había visto en las noticias.
― ¡Rápido, entremos a la cabaña! ― ordenó Luis, empujando a sus amigos hacia adentro.
― ¡Esperen, Pedro está ahí fuera! ― gritó Antón, recordando que su novio se había quedado atrás.
Él se asomó por la ventana y vio a Pedro enfrentándose al zombi con la linterna. El zombi le arrebató la misma de las manos y se la clavó en el pecho. Pedro cayó al suelo, agonizando.
― ¡Pedro! ― chilló Antón, rompiendo a llorar.
― ¡No salgas! ― le advirtió Luis, sujetándolo por el brazo.
― ¡Déjame ir, tengo que ayudarlo! ― se soltó el otro joven, corriendo hacia la puerta.
Rápidamente abrió la puerta y salió a socorrer a su novio. El zombi se dio cuenta de su presencia y se lanzó sobre él. Antón intentó escapar, pero el zombi le mordió el cuello. Sintió un dolor insoportable y perdió el conocimiento.
Los demás amigos observaron la escena con terror desde la ventana. Vieron cómo el zombi se levantaba y se dirigía hacia ellos con paso lento pero firme. Se dieron cuenta de que estaban atrapados en la cabaña y que no tenían armas ni forma de comunicarse con el exterior. Estaban solos ante esta extraña amenaza biológica.
Los amigos se miraron entre sí, buscando una solución. Sabían que el zombi no tardaría en entrar a la cabaña y que no tenían ninguna posibilidad de defenderse.
― Tenemos que salir de aquí ― dijo María, con voz temblorosa.
― ¿Y cómo? ― preguntó Luis, desesperado.
― Podríamos intentar escapar por la ventana trasera ― sugirió Bruno, señalando una pequeña abertura en la pared.
― ¿Y si hay más zombis ahí fuera? ― cuestionó Laura, asustada.
― No lo sabremos hasta que lo intentemos ― dijo Bruno, decidido.
Este último se acercó a la ventana y la abrió con cuidado. Miró al exterior y vio que el bosque estaba oscuro y silencioso. No parecía haber ningún otro zombi cerca.
― Creo que está despejado ― les dijo, volviéndose hacia sus amigos.
― ¡Muy bien! vamos ― dijo María, siguiéndolo.
― ¡Esperen, tenemos que llevar algunas cosas! ― exclamó Luis, yendo hacia el armario donde guardaban sus mochilas.
― No hay tiempo, Luis ― le advirtió Bruno, impaciente.
― Pero necesitamos algo de comida, agua, ropa… ― insistió Luis, abriendo el armario.
En ese momento, se oyó un fuerte golpe en la puerta principal. El zombi había llegado y estaba tratando de derribarla.
― ¡Mierda, ya está aquí! ― exclamó Bruno, nervioso.
― ¡Rápido, Luis, deja eso y ven! ― le gritó María, angustiada.
― ¡Ya voy, ya voy! ― respondió Luis, tomando una mochila al azar, cerrando el armario y corriendo hacia la ventana, uniéndose a sus amigos.
Los cuatro se asomaron por la abertura y saltaron hacia afuera. Aterrizaron sobre unas hojas secas que amortiguaron el impacto.
― ¡Vamos, corran! ― ordenó Bruno, levantándose y echando a correr por el bosque.
― ¿A dónde vamos? ― preguntó Laura, siguiéndolo.
― No lo sé, solo hay que alejarse de aquí ― respondió este, sin mirar atrás.
Los cuatro amigos corrieron por el bosque lo más rápido que pudieron. No sabían a dónde iban ni qué les esperaba. Solo sabían que tenían que sobrevivir a esta noche fatídica.