Una vez llegados a Montevideo después de varias horas de viaje. Vieron que la ciudad estaba rodeada por un muro de metal y alambre de púas. Había varios puestos de control y vigilancia en las entradas. Había carteles que decían: “Bienvenidos a Montevideo, la ciudad de los resilientes”.
― Parece que hemos llegado ― dijo Bruno, impresionado.
― Sí, parece que sí ― dijo Juan, satisfecho.
― ¿Y ahora qué? ¿Cómo entramos? ― preguntó María, nerviosa.
― No lo sé. Tal vez tengamos que mostrar algún documento o algo ― dijo Laura, insegura.
Bruno condujo el coche hasta el puesto de control más cercano. Vio que había varios soldados armados y una barrera que impedía el paso.
― Buenas tardes, señores. Somos unos viajeros que venimos de lejos. Queremos entrar a la ciudad ― dijo Bruno, educadamente.
― Lo siento, pero no podemos dejarlos entrar. La ciudad está cerrada por orden del gobierno ― dijo uno de los soldados, seriamente.
― ¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué pasa? ¡somos ciudadanos uruguayos! ― cuestionó Bruno, sorprendido.
― Ya sabe que hay una guerra civil en el país. Los rebeldes quieren derrocar al presidente y tomar el control de la ciudad. Nosotros somos los leales al presidente y defendemos la ciudad. No podemos arriesgarnos a que entren espías o traidores ― explicó el soldado, severamente.
― Pero nosotros no somos espías ni traidores. Somos sobrevivientes del virus zombi. Hemos venido aquí buscando refugio y ayuda ― dijo Juan, de manera sincera.
― Eso es lo que usted dice. Pero no podemos confiar en nadie. Lo siento, pero tienen que dar la vuelta y marcharse ― dijo el soldado, tajantemente.
Los cuatro amigos se sintieron decepcionados y frustrados. No podían creer que después de tanto esfuerzo y sacrificio, se encontraran con una negativa.
― Por favor, señor. Tenga compasión de nosotros. Hemos perdido a nuestros amigos y familiares por culpa del virus zombi. Hemos sufrido mucho y hemos arriesgado nuestras vidas para llegar hasta aquí. Solo queremos un lugar seguro donde vivir ― dijo Laura, suplicante.
― Lo siento, señorita. Pero no puedo hacer nada por ustedes. Son las órdenes que tengo y las tengo que cumplir ― dijo el soldado, impasible.
¿Y si les mostramos alguna prueba de que somos sobrevivientes del virus zombi? ¿Algo que demuestre que no somos rebeldes ni enemigos? ― preguntó María, esperanzada.
― ¿Qué tipo de prueba? ― preguntó el soldado, curioso.
― No lo sé… tal vez alguna foto o algún documento o algo ― dijo María, improvisando.
El soldado se quedó pensativo. Se dio cuenta de que los cuatro amigos no parecían rebeldes ni enemigos. Parecían personas normales y honestas. ― Bueno… tal vez haya una forma de dejarlos entrar ― dijo el soldado, dubitativo.
― ¿De verdad? ¿Cuál? ― preguntaron los cuatro amigos, intrigados.
― Tendrían que pasar una prueba de confianza ― dijo el soldado, muy serio.
― ¿Una prueba de confianza? ¿En qué consiste? ― preguntó Bruno, intrigado.
― Consiste en someterse a un interrogatorio, pruebas con polígrafos, lo típico. Si sus respuestas son convincentes, significa que son verdaderos sobrevivientes del virus zombi y no rebeldes ni enemigos ― explicó el soldado, seriamente.
― ¿Y si algo sale mal? ― preguntó Juan, preocupado.
― Entonces significa que son mentirosos y sospechosos. Y tendrán que enfrentarse a las consecuencias ― amenazó el soldado, severamente.
Los cuatro amigos se miraron entre sí, buscando una respuesta. No sabían si aceptar o rechazar la prueba.
― ¿Qué dicen? ¿Están dispuestos a pasar la prueba de confianza? ― les preguntó el soldado, impaciente.
Finalmente accedieron al interrogatorio, el mismo fue bastante extenso y severo, pasaron varias horas siendo entrevistados y cuestionados, todos por separado en habitaciones individuales.
Finalmente todos lograron entrar a la ciudad de Montevideo, después de pasar la prueba de confianza. Vieron que la ciudad estaba llena de vida y actividad. Había gente caminando por las calles, comercios abiertos, vehículos circulando, música sonando. Parecía una ciudad normal y feliz.
― ¡Wow! ¡Qué diferencia con el bosque! ― exclamó Laura, maravillada.
― Sí, es increíble. Parece que aquí no hay guerras, zombis ni virus ― dijo María, aliviada.
― Sí, parece que sí. Pero no nos confiemos. Tal vez haya otros peligros ― dijo Bruno, precavido.
― No te preocupes Bruno. Aquí estamos seguros. El gobierno ha tomado medidas para proteger a la ciudad y a sus habitantes ― dijo Juan, confiado.
Juan les contó que escuchó que el gobierno había declarado el estado de emergencia y había movilizado al ejército y a la policía para combatir al virus zombi y a los rebeldes. Les dijo que la ciudad tenía un sistema de defensa y organización, basado en tres pilares: la prevención, la resistencia y la solidaridad.
― ¿Qué significa eso? ― preguntó Laura, curiosa.
― Significa que la ciudad tiene un plan para evitar que el virus zombi entre y se propague. Tiene un muro que rodea toda la ciudad y unos puestos de control que vigilan las entradas y salidas. Tiene unos hospitales y unos laboratorios que atienden a los enfermos y buscan una cura. Tiene unos medios de comunicación que informan a la población y alertan de cualquier amenaza ― explicó Juan, detalladamente.
― ¿Y qué más? ― preguntó María, interesada.
― La ciudad tiene un plan para resistir al virus zombi y a los rebeldes si logran entrar o atacar. Tiene unas fuerzas armadas y de seguridad que defienden la ciudad y combaten a los enemigos. Tiene unas armas y unas municiones que distribuye entre los ciudadanos para que se puedan defender. Tiene unos refugios y unos bunkers donde se pueden esconder en caso de emergencia ― continuó Juan, detalladamente.