Rie.Zgo biológico

Parte 6

Finalmente recibieron los resultados del examen médico. Vieron que eran negativos y que no tenían el virus zombi. Respiraron aliviados y se abrazaron.

 

― ¡Qué alivio! ¡No tenemos el virus! ― exclamó Laura, feliz.

― Sí, qué alivio. Somos unos afortunados ― dijo María, de igual manera.

― Sí, somos unos afortunados. Hemos sobrevivido al virus y a los zombis ― dijo Bruno.

― Sí, hemos sobrevivido. Pero no olvidemos a los que no lo han logrado ― expresó Juan, triste.

Los cuatro recordaron a sus amigos y familiares que habían muerto por culpa del virus zombi. Sintieron una mezcla de tristeza y gratitud.

― Es cierto ― dijo María, compasiva.

Los cuatro amigos se consolaron unos a otros y se dieron ánimos.

― Bueno, ya está hecho. No podemos cambiar el pasado. Solo podemos seguir adelante ― dijo Juan, cambiando de tema.

― Sí, tienes razón. Tenemos que seguir adelante ― dijeron los demás, aceptando.

― Y para eso estamos aquí. Para empezar una nueva vida en Montevideo ― dijo Juan, animando.

― Sí, para eso estamos aquí. Para empezar una nueva vida ― dijeron los demás, animándose.

 

Inmediatamente entregaron el formulario y el examen médico al funcionario, los revisó y les dio el visto bueno.

 

― Muy bien, todo está en orden. Son unos verdaderos sobrevivientes del virus zombi. Pueden quedarse en la ciudad ― les dijo el funcionario, amablemente.

― Muchas gracias, señor. Es muy amable de su parte ― le agradecieron los cuatro amigos, sinceramente.

 

El funcionario procedió a entregar unas tarjetas de identificación y les indicó dónde podían alojarse, les indicó que había varios centros de acogida y de asistencia donde podían elegir. Además de que podían quedarse el tiempo que quisieran y que podían acceder a todos los servicios y beneficios de la ciudad.

 

Cuando terminó con las indicaciones les dijo que si necesitaban algo más, solo tenían que pedirlo. Los cuatro amigos le dieron las gracias y se despidieron del funcionario.

 

Al salir del edificio vieron que había una mini van esperándolos, el chofer les saludó y les invitó a subir, les dijo que los llevaría al centro de acogida más cercano, un lugar cómodo y seguro donde podrían descansar y recuperarse.

 

Aquel hombre era muy agradable y muy conversador, les contó que había otras personas como ellos que habían llegado de diferentes partes del país y del mundo, que actuaban como una gran familia y que se ayudaban unos a otros. Eso los hizo sentirse acogidos y aceptados.

 

Una vez llegados al centro de acogida, vieron que era otro edificio grande y moderno, con una bandera uruguaya en la entrada. Entraron al edificio y vieron que había una recepción con varios voluntarios atendiendo a las personas, un voluntario les saludó y les invitó a pasar.

 

Les dijo que eran bienvenidos al centro de acogida y que podían alojarse en una habitación. Al igual que el chofer de la camioneta les contó que allí que había otras personas como ellos que habían llegado de diferentes partes del país y del mundo y que eran una gran familia que se ayudaban unos a otros. Los cuatro amigos le agradecieron y le siguieron.

 

Llegaron a una habitación con cuatro camas, un armario, una mesa y unas sillas, el voluntario les dijo que podían instalarse y descansar, que si necesitaban algo, solo tenían que pedirlo.

 

Además les dijo que más tarde habría una cena comunitaria donde podrían conocer a los demás que estaban allí y que esperaba que se sintieran cómodos y felices.

 

Los cuatro amigos le dieron las gracias y se despidieron del voluntario, entraron a la habitación y dejaron sus mochilas en el suelo. Se quitaron la ropa sucia y se pusieron unas toallas por encima, se acostaron en las camas y se relajaron.

 

― ¡Qué bien se está aquí! ― exclamó Laura, contenta.

― Sí, qué bien. Parece un hotel de lujo ― dijo María, contenta.

― Sí, parece un hotel de lujo. Y lo mejor de todo es que es gratis ― dijo Bruno, contento.

― Sí, es gratis. Pero no olvidemos que es gracias a la generosidad de estas personas ― dijo Juan.

Los cuatro amigos recordaron al funcionario, al conductor, al médico y al voluntario que les habían ayudado y sintieron una mezcla de gratitud y admiración por ellos.

― Tienes razón, Juan. Estas personas son muy generosas y admirables. Han hecho mucho por nosotros ― dijo Bruno, reconociéndolo.

― Sí, lo son. Y nosotros también podemos hacer algo por ellos ― propuso María.

― ¿Qué podemos hacer? ― preguntó Laura, curiosa.

― Podemos colaborar con el centro de acogida. Podemos ayudar en las tareas domésticas, en la cocina, en el mantenimiento… ― sugirió María, entusiasmada.

― Sí, podemos hacer eso. Sería una buena forma de devolver el favor ― dijo Bruno, de acuerdo.

― Sí, sería una buena forma. Y también sería una buena forma de ocupar el tiempo y distraer la mente ― agregó Juan. Y así se pusieron de acuerdo para colaborar con el centro de acogida. Se sintieron útiles y motivados, se sintieron parte de algo grande y esperanzador.

 

Rápidamente se adaptaron al lugar y enseguida empezaron a colaborar con el centro de acogida. Ayudaban en las tareas domésticas, en la cocina, en el mantenimiento y en lo que hiciera falta. Se integraron con los demás residentes y se hicieron amigos de ellos. Se sintieron útiles y felices.

 

Un día, Laura se levantó con fiebre y dolor de cabeza. Se miró al espejo y vio que tenía los ojos rojos y la piel pálida. Se sintió débil y mareada.

 

― ¿Qué me pasa? ¿Estaré enferma? ― se preguntó Laura, preocupada.

La joven pensó que tal vez se había resfriado o algo así. No le dio mucha importancia. Se tomó un analgésico y se vistió. Luego salió de la habitación y se encontró con sus amigos.




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