Los tres amigos se ausentaron durante varias horas del centro de acogida, al cual finalmente decidieron volver y fueron puestos en cuarentena junto a los demás residentes. Continuaron con su colaboración e integración a pesar del halo de desconfianza que se impuso sobre ellos.
A los pocos días se confirmó que el virus zombi había llegado a Montevideo, algunos sobrevivientes que habían entrado a la ciudad estaban infectados y no lo sabían, fue allí que quedó en evidencia que los instrumentos que había disponibles en la ciudad para analizar y detectar el virus en la sangre no eran los adecuados.
Pronto, los habitantes de la ciudad comenzaron a manifestar los síntomas del virus, convirtiéndose en zombis y atacando a los demás.
Mientras, en el centro de acogida, los tres amigos servían la comida a los demás residentes y se sentaron a comer con ellos, uno de sus compañeros comenzó a quejarse que le dolía una mordida de perro que había tenido días atrás y que no podía ir al médico a que lo revisaran debido a la cuarentena impuesta por las autoridades.
El hombre se quejaba más y más. Se miró la mordida y vio que un montón de venas negras rodeaban la misma.
― ¡Oh, no! ¡Es una mordida zombi! ― gritó el hombre, desesperado.
― ¿Qué vamos a hacer ahora? ― comenzaron a preguntar todos, preocupados.
― ¡Voy a convertirme en zombi!― comenzó a llorar el hombre, resignado.
Todos se quedaron sin palabras. No sabían cómo reaccionar ante la situación. Se sentían asustados por el residente infectado.
― Lo siento mucho, amigo. Es una pena que te haya pasado esto ― dijo Juan, compasivo.
― Sí, lo siento mucho. Ojalá hubiera una forma de ayudarte ― dijo María, de igual manera.
― Sí, lo siento mucho. Eres uno de los nuestros ― le dijo Bruno.
El residente infectado, agradeció sus palabras y les pidió un favor ― necesito que hagan algo por mí ― dijo el hombre infectado, entrecortado. Se dirigió hacia Bruno y mirándolo fijo a los ojos comenzó a decirle. ― Quiero que hagas lo mismo que hiciste con tus amigos, mátame antes de que me convierta en zombi ―
― Ya no quiero matar a más gente, lo siento… No puedo hacer eso ―dijo Bruno, angustiado.
― Por favor, Bruno. No quiero convertirme en uno de ellos. No puedo poner a todos en peligro ― le suplicó aquel hombre.
― Pero… pero… ¡Ya no puedo matar a más nadie! ― dijo Bruno, llorando.
― Por favor…Hazlo por todos ― dijo el hombre infectado, llorando.
De repente apareció Juan con una pistola en su mano y le apunto hacia su cabeza.
― Juan. Gracias por todo ― dijo el hombre infectado, despidiéndose y cerró fuerte sus ojos.
Todos en el lugar estaban llorando y asustados, Juan procedió a apretar el gatillo y disparó al residente infectado en la cabeza. El residente infectado cayó al suelo y sus sesos quedaron esparcidos por la pared.
Inmediatamente el comedor se llenó de gritos y disparos, el centro de acogida se llenó de sangre y horror. Un grupo de militares perseguidos por una horda de zombis ingresó al lugar disparando a todas partes.
La ciudad se había fundido en el pánico y el caos. Los tres amigos quedaron atrapados en el comedor rodeados de zombis. Viendo cómo los zombis mataban y devoraban a los demás residentes. Sintieron miedo y repulsión por la situación.
― ¡Esto es una pesadilla! ¡Tenemos que salir de aquí! ― exclamó Bruno, aterrorizado.
― ¡Sí, tenemos que salir! ¡Busquemos una salida! ― dijo María, aterrorizada.
― ¡No hay salida! ¡Estamos rodeados! ¡No podemos escapar! ― exclamó Juan.
Los tres amigos se dieron cuenta de que no tenían escapatoria, de que estaban en una situación desesperada.
― ¿Qué vamos a hacer ahora? ―preguntó Bruno, desesperado.
― No lo sé. No tenemos muchas opciones ― respondió María, asustada.
― Podríamos intentar luchar contra los zombis y abrirnos paso ― sugirió Juan, un poco más tranquilo.
― ¿Y si hay más zombis por ahí? ― cuestionó Bruno.
― No lo sabremos hasta que lo intentemos ― dijo Juan.
Los tres amigos se miraron entre sí. Sabían que era una locura, pero no tenían otra opción.
― Está bien, vamos a intentarlo ― dijo Bruno, decidido.
― Esperen, debemos llevar algo que pueda ayudarnos ― exclamó María.
Se acercó al cuerpo de un soldado moribundo y le quitó una granada de mano que llevaba colocada en su cinto.
― ¿Qué es eso? ¿Una granada? ― preguntó Bruno, sorprendido.
― Es de un soldado muerto. Debemos guardarla por si acaso ― se excusó María, mostrándola.
― ¿Y cómo funciona? ¿Sabes usarla? ― preguntó Juan, curioso.
― Sí, sé usarla. Solo hay que quitarle el seguro y lanzarla. Luego explota y hace un gran daño, lo he visto en películas ― dijo María, confiada. ― Puedo usar la granada para hacer una distracción y crear una brecha entre los zombis y así poder salir corriendo del comedor y buscar algún coche, es nuestra oportunidad de sobrevivir ― Continuó diciendo esta.
Juan y Bruno estuvieron de acuerdo y se pusieron a seguir el plan de María. Se prepararon para salir corriendo y esperaron a que María lanzara la granada.
La joven quitó el seguro de la misma y la lanzó hacia el centro del comedor. La granada voló por el aire y cayó entre los zombis.
Los zombis se fijaron en la granada y se acercaron a ella, a los pocos segundos explotó ocasionando un gran estruendo y una llamarada.
Los zombis que estaban cerca de la granada murieron al instante y los que sobrevivieron se asustaron y se alejaron. Finalmente se creó una brecha entre los zombis.
Los tres amigos vieron la misma y salieron corriendo hacia ella, logrando salir del comedor y llegar a un pasillo que estaba vacío que los dirigía hacia una escalera que llevaba al subsuelo. Allí se encontraba el estacionamiento y pudieron ver que un vehículo estaba estacionado al final.