Ríndete - Saga el amor del jefe libro I

PRÓLOGO

Era el inicio de la primavera en la bella ciudad de Londres, el tibio clima dejaba a un lado los días fríos y lluviosos del invierno pasado. Sin embargo, el magnate lidiaba con un millonario y sorpresivo robo en su mansión.

Ella, con sus atributos físicos y rostro angelical, esperaba lograr eludir las acusaciones. No obstante, nada imaginaba, ni siquiera se le cruzaba por la cabeza prever las artimañas de su perverso jefe.

—¿Ocurre algo? —Se le borró la sonrisa pícara al notar la mirada severa de Colin Blackwell, su jefe no parecía estar de buenas esa mañana—. ¿Señor… ? —preguntó de nuevo, sintiéndose casi descubierta.

—¿Señor...? —La imitó con un tono de voz desdeñoso. Los ojos de Colin se clavaron con furia en los de la mujer, quien bajó la mirada.

—S...señor Blackwell... —respondió muy aturdida, descubriendo su error al no llamarlo por su apellido, como debía ser.

Se espabiló, echándole un vistazo nervioso a James de Luca, el mayordomo de la mansión y su cómplice en secreto. En esos momentos se sentía apabullada y condenada bajo el escrutinio de su jefe.

—Señor. —El mayordomo carraspeó y tragó en seco al captar la mirada furibunda del magnate—. No creo que deba tratar así a la dama —argumentó el hombre mayor.

Colin se levantó de su asiento y rodeó el escritorio con parsimonia, con su ya conocido andar y mirada felina. Esbozó una sonrisa perversa. Tan perversa que a Karol le supo a infamia y a James le hizo suponer que nada bueno presagiaba el tenso momento venidero.

—Por si se les olvidó, entonces les puedo recordar que —se inclinó un poco, dejando sus manos a cada lado de los reposabrazos de la silla en la cual la mujer se hundía tratando de huír de él. Ella negó con la cabeza mientras apretaba el mullido cuero—, no hay nadie que haya hecho algo en mi contra y siga en pie. Nadie. Y esto va especialmente para usted, Karol. —De pronto desvió la mirada hacia su mayordomo y con la mano le instó a irse, con un movimiento despectivo—. Y a ti James, nadie te pidió tu opinión, así que retírate. ¡Pero ya, que no tengo todo el día!

El hombre cruzó una mirada de advertencia con Karol antes de salir a marcha forzada y con un nudo en la garganta. Estaban perdidos, las señales eran obvias. No podía ayudarla de otra manera más que irse, aunque no iba a permitir que ambos se fueran juntos al carajo.

Se apartó de ella con furia y le dio la espalda, mirando a lo lejos las fabulosas mansiones y majestuosos rascacielos que dejaban ver los amplios ventanales de cristal. Afuera, el día estaba tan soleado como rara vez, pero esos momentos eran algo que Colin no podría permitirse disfrutar con calma desde que decidió tomar las riendas de su vida y dejar de ser el títere de sus padres. Aquello lo llevó a ser el hombre más odiado por muchos empresarios de Inglaterra al ganar un exorbitante éxito que jamás buscó tener en el mundo de los negocios. Sin embargo, su vida cambió definitivamente el fatídico día que su padre murió alegando que su único hijo era el culpable de todas sus desdichas. La sociedad londinense culpó a Colin por la muerte de su propio padre, Erick Blackwell, el respetado joyero de la reina; hundiendo así el apellido de una familia entera.

Como pudo se encargó de ganarse el respeto y devoción de Inglaterra a las buenas o las malas, solo importaba restaurar el renombre del apellido. Al final, si decían que aquel muchacho de cabello ébano y ojos miel era tan malvado, ¿por qué no darles el gusto de afirmarlo con más ahínco? Colin se había convertido en alguien que no era y en lo que la sociedad londinense había destinado a ser.

—No lo he olvidado señor Blackwell. Discúlpeme, yo... —Lo miró a esos ojos color miel que casi centelleaban de furia y tuvo que agachar la cabeza quizá por enésima vez. Se preguntó dónde había quedado su orgullo.

—Supongo que no sabe lo que es vivir tratando de sacar adelante sus negocios y mantener lo que ya tiene. Sabe que no me llega ni a la suela de los zapatos... ¿Cómo va a saberlo si solo es usted una sirviente que toma lo que no le pertenece? Si se quiso pasar de lista conmigo, se equivocó. —La miró con desprecio.

Karol no lo soportó más, así que sin ser totalmente consciente de sus actos, se levantó del asiento, caminando directo hacia él con mal talante.

—¡Yo era su servidora. ¡Servidora y no sirvienta, como usted dice! ¿Por qué me denigra así? ¡Lo hace adrede! Ojalá la vida le regrese todas las humillaciones y maltratos que me hizo. Aunque bueno, tal parece ya me pagó la mitad. —Le regaló una sonrisa torcida y levantó los hombros en señal de rendición—. Tomé y gasté cuánto quise, señor…

¿Para qué seguir fingiendo si ya la habían descubierto? ¡Cómo había disfrutado lanzarle los insultos que se estuvo callando durante los cuatro años que trabajó para él! Le parecía un hombre tan despreciable como millonario, tanto así que no le molestó en absoluto tomar algunas de sus tantas joyas a escondidas. Porque dinero le sobraba al condenado, ¡y mucho!

Colin arqueó las cejas perplejo, pero de inmediato su expresión se transformó en una de burla que lo hacía ver tan extrañamente apuesto, tan inalcanzable.

—¡Bravo criada! ¿Terminaste, sirvienta? Pues este imbécil soberbio disfrutará verte hundida en la cárcel por varios años. Espero que hayas disfrutado ese millón de dólares que obtuviste por el collar de esmeraldas que robaste de mi habitación y los millones más que tomaste de mi caja fuerte. —Desvió sus ojos miel de los oscuros de ella y levantó el teléfono para hablar con su secretario—. Carter, diles que pasen.

—¿Sabe? Al menos yo pagaré una pena de varios años y luego seré libre —le echó un vistazo de pies a cabeza, sin disimular—, ¿pero usted? Usted seguirá siendo pobre, seguirá podrido entre billetes, porque al final eso es lo único que tiene. Millonario infeliz y asesino de su propio padre…

La atrevida mujer tomó con desdén la corbata de Colin y acarició la tela sedosa, con una sonrisa burlona en el rostro; gesto que provocó la ira en él. Despacio retiró la mano de Karol y la oprimió con fuerza, la apartó hacia un lado con gesto enojado y una expresión implacable.




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