Tomó asiento en una banca del solitario y pequeño parque donde iba cuando ya no podía más, cuando sentía que se asfixiaba al no poder hacer algo más por todos. ¿Acaso ese era su destino?, se preguntó con premura, como tratando de no negar ni aceptar una respuesta innecesaria. No fue capaz de reprimir el llanto y simplemente se quebró entre lágrimas y sollozos. Quería hacer algo más, lograr todo y llegar más allá. Quería llegar tan lejos como pudiera, pero el destino se empeñaba en hacerla ver como una tonta dando patadas en el agua.
Colin regresó cansado a la mansión, los ojos casi se le cerraban debido al sueño. Planeaba descansar una buena siesta antes de madrugar como cada día, ya que no dormía mucho. Sus días eran muy ocupados, con suerte podía dormir después de media noche, pero a las cinco de la mañana debía estar listo para comenzar de nuevo la rutina.
Revisó su teléfono celular antes de apagar la lámpara y bostezar, pero el mensaje que vio lo dejó perplejo: su secretario le comunicaba que Karol Lim había escapado de la cárcel hacía menos de una semana, luego de haber cumplido tres meses de pena, ¡y eso que aún le quedaban dos años más allí a la condenada! Había escapado por el conducto de ventilación después de asesinar al conserje y a dos guardias con un cuchillo. Pero nadie sabía que la muy descarada saltaba de lujosos restaurantes a fiestas y bares cada día; así como tampoco sabían cómo había logrado escapar tan rápido.
—Debo tener un maldito judas cerca... —murmuró entre dientes.
Suspiró agotado, se pasó las manos por el cabello azabache y apagó las luces al fin, sin embargo, su mente no dejaba de dar vueltas y vueltas al intento de asesinato que había sufrido hacía un par de días. Nadie conseguía explicarlo, pero alguien había dejado una bomba en el asiento trasero de su automóvil. De no haber sido por un retraso en una reunión, quizá ya estaría muerto.
¿Podría tratarse de Karol?, pensó intrigado. Pero no, rápidamente desechó la idea. No podía ser, las amenazas habían comenzado antes del incidente con su ex servidora. Muy bien podría tratarse de alguno de tantos enemigos que se había ganado a través del tiempo. El sospechoso podía ser cualquier persona. Lo único que le quedaba era confiar en el grupo de guardaespaldas ineptos que tenía. Si tan solo hubiese alguien de su plena confianza que pudiera encontrar al culpable, ¿pero quién? La situación ya se le estaba saliendo de las manos al magnate y cada vez su vida corría más peligro.
La noche transcurrió normal y fría como todas. La mañana siguiente llegó con sus rayos de luz entrando por la ventana de Gema. El día prometía ser bueno; al menos eso pensaba ella. Era sábado y la jornada terminaba a mediodía, así que el resto de la tarde iba a usarlo para practicar algunos platillos con sus compañeros, ya que la semana siguiente debían cocinar para el cumpleaños del director, y sorpresivamente su aula fue escogida para preparar el exquisito bufé. No podía fallar nada, todo tenía que ser impecable.
La pelirroja se alistó como de costumbre y a las seis de la mañana caminó a paso lento hacia el trabajo. El día de repente se nubló y volvió triste, los periódicos arrugados daban vueltas por las calles y el viento se tornó helado. ¿Dónde se había ido tan bonito día soleado?
—¡Buenos días! —Saludó como todas las mañanas, pero ese día no obtuvo respuesta.
Su jefe y compañeros se encontraban alistando el restaurante a la vez que observaban completamente atentos el noticiero matutino. A Gema le pareció extraño todo, por lo que se acercó para saber el porqué de ese comportamiento que no era normal en ellos.
—¿Ocurre algo, chicos? Están extraños hoy, ¿qué les pasa? —Por fin los interpeló.
Paul la miró de reojo y dijo:
—¿Recuerdas a la hermosa mujer que viene a almorzar de vez en cuando?
Gema arrugó su pequeña nariz pecosa y negó con la cabeza.
—¿Cuál de todas? —Puso los ojos en blanco al recordar que casi todas las mujeres que iban al restaurante eran bellas.
Paul, George y Mike clavaron sus miradas en ella, como si fuera una tonta por no saber de quién estaban hablando.
—¿Qué? ¿Es mi culpa no saber? —Soltó una carcajada que sonó más a enojo que a sarcasmo.
—Es Karol, la clienta antipática de ayer —Paul le recordó.
Ella desvió la mirada como si no le importase lo que pasara con ella, porque estaba segura que era una arpía.
—Sí, ya recuerdo y no me interesa saber más. —Le restó importancia al asunto y caminó hacia la cocina, para comenzar la jornada.
Sin embargo, desde su rincón escuchó con atención lo que decía el reportero:«Como se dijo en noticias anteriores, Karol Lim, la sirviente personal del magnate Blackwell, fue condenada a prisión por robarle en su propia mansión hace tres meses. En los últimos días se ha sabido que escapó de la cárcel y no han logrado dar con su paradero. Más adelante les hablaremos de su cómplice, sobre el cual se filtró información...».
Los ojos de Gema se agrandaron debido a la sorpresa, tanto así que dejó caer los tomates de sus pequeñas manos al recordar el rostro de aquel hombre que acompañaba a Karol el día anterior. Esa extraña mirada nunca se le borró de sus recuerdos.
—La conocí como la secretaria de un importante empresario. Vaya mentiras las de esta mujer... —George entró a la cocina y les ordenó a todos que se pusiera a trabajar, interrumpiendo los chismes.
El recuerdo de aquel estuche volvió a su memoria, también esos inquietantes ojos masculinos. La vibración del teléfono en su bolsillo la sacó de sus pensamientos, así que lo tomó y respondió la llamada que provenía de un número desconocido.
Gema cayó delicadamente entre los brazos de su compañero de trabajo, debido al sorpresivo mareo que le causó la noticia que acababa de recibir. Paul siempre estaba al pendiente de ella, ¿cómo no admirarla?, si le parecía la chica más tierna y hermosa.
Los murmullos de los demás la hicieron mover incómoda, buscando aire para regular su respiración. Una vez estuvo consciente, se levantó rápidamente y tomó su bolso.
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Editado: 09.12.2025