Ríndete - Saga el amor del jefe libro I

CAPÍTULO 5

«Vamos Gema, no puedes rendirte así», su voz interior pareció hablarle y hacerla entrar en razón.

Se levantó, encendió la luz y lanzó sobre la cama un bulto de periódicos. La idea de buscar la sección de empleos no le parecía nada mal, al menos comenzaría por algo y no se rendiría a la primera. Ella no era una cobarde ni iba a serlo al primer momento de angustia.

La mayoría de empleos se trataba sobre camioneros, bailarinas y expertos en turismo con experiencia. Sin embargo, una pequeña luz de esperanza pareció brillar tras las palabras de un nuevo anuncio: «Se necesita mujer de veinte a treinta años con buena actitud, honrada y dispuesta a trabajar bajo presión como la servidora personal de una persona muy ocupada. Se otorgará ayuda estudiantil. No se requiere experiencia, solo una excelente actitud y honestidad». Aquella propuesta prometía, pero lo único que no le había quedado muy claro era lo de servidora personal. Era un poco extraño, pero si nunca aplicaba al empleo, no iba a descubrir de qué se trataba. Además que podrían ayudarla con sus estudios una vez quedase contratada. La pelirroja probaría suerte, después de todo, ¿qué podía perder si ya no tenía nada?

Esa noche Colin meditaba sentado frente a la chimenea y sosteniendo una copa de vodka en la mano, bebió con mal talante. ¡Carajo!, espetó con ira. ¿Qué estaba haciendo incorrecto? No se consideraba tan mal jefe después de todo; tenía atenciones con sus empleados y hasta les pagaba de más por el arduo esfuerzo. ¿Entonces por qué los que consideraba sus mejores subordinados, le estaban pagando así? Primero Karol le robaba y después su mayordomo James se escapaba el día anterior al ser descubierto como cómplice de ella. ¡Le estuvieron robando en sus propias narices! Pero estaba seguro que les iba a hacer pagar todo el mal rato que le hacían pasar.

Se sentía tan solo, sin embargo, sabía que eso jamás lo iba a empujar a dejar su soltería. Tenía dinero, era apuesto, las mujeres jamás le faltaban y contaba con mucho respeto en el país. Claro que necesitaba una ayuda femenina a su lado, alguien que lo cuidara, que lo besara en noches de soledad, alguien que amara todos sus defectos y virtudes. Se oía como una vida tranquila y de ensueño, pero Colin Blackwell no estaba ni estaría listo para un matrimonio y mucho menos para los niños, quienes le parecían tan ruidosos y demandantes de tiempo: algo que él no tenía de sobra. Le importaba mucho más hacer dinero, y estaba seguro que eso no cambiaría, a menos que se le apareciera una bendita mujer con la fuerza de ponerlo en duda todo. Solo que, el solitario señor Blackwell no esperaba que aquello sucediera tan pronto.

La ostentosa y casi interminable mansión que se alzaba ante sus ojos no tenía comparación con nada tan hermoso: un par de rejas altas y con estilo griego se abrían de par en par, mostrando un camino de granito que llevaba hacia la entrada; las paredes eran de mármol blanco y el tejado lucía el estilo de un templo griego también. La mansión tenía cuatro plantas y una especie de desván que sobresalía en lo alto, mostrando el color dorado de los bordes que brillaba con los fuertes rayos de sol; los jardines eran preciosos, estaban a cada lado de la mansión y en la parte izquierda había una fuente griega con una estatua de la hermosa afrodita, hecha de calizo y alabastro.

—Señorita Wayne, es un gusto. Siga por favor...

La voz lejana del jovencito de traje pareció cobrar vida al sacarla de su asombro. Cerró la boca y fue detrás del rubio con aspecto de ángel y más joven que ella, el cual le abrió la puerta y guió a Gema hacia dentro de la mansión en completo silencio y hermetismo.

—¡Jesús! —Un susurro se le escapó de los labios y aspiró con deleite el aroma a pino fresco.

Aquel lugar era extremadamente lujoso. El suelo se encontraba tan pulido que podía ver su reflejo en el, el techo era altísimo y las paredes estaban recubiertas con papel tapiz que semejaba el oro. Los objetos eran costosos, la chimenea parecía sacada de una película de romance y las lámparas y candelabros tenían incrustaciones de piedras preciosas que no parecían nada comunes. Gema se sentía como si estuviera recorriendo el palacio de Kensington por dentro.

—La guiaré hacia uno de los estudios. El asistente Carter será su entrevistador.

Asintió en silencio.

Subieron las escalinatas y no pudo evitar observar las maravillosas vistas que le ofrecía el amplio ventanal de vidrio impecable. A lo lejos veía un paisaje hermoso y un atardecer majestuoso. Se sentía como un pez en el agua, sin embargo, al llegar frente a la puerta de color caoba, la realidad le dio una bofetada. Si no pasaba esa entrevista, iba a salir de allí devastada, porque quedó enamorada del lugar y pensaba que regresar cada día iba a ser lo mejor que podría pasarle.

—Mucha suerte, señorita. —El jovencito rubio le sonrió.

—Muchas gracias... —Le agradeció amablemente.

Sus manos estaban heladas y sudorosas, por lo que se las secó muy bien antes de suspirar profundo y llamar a la puerta.

—Adelante... —Una voz grave y tranquilizadora se escuchó del otro lado.

Abrió la puerta lentamente y entró. Detrás del escritorio se encontraba un hombre esbelto, de cabello castaño y con unos ojos color avellana que se notaban a través de sus lentes, los cuales le daban un toque interesante. Con su mirada penetrante estudió a Gema de una forma inquietante, lo cual causó que las mejillas se le pusieran coloradas a la nerviosa muchacha.

—Buenas tardes, señor Carter... —Lo saludó con una sonrisa.

—Buenas tardes señorita Wayne. Tome asiento. —Le sonrió levemente y con su mano señaló la silla que se encontraba frente a él.

Se sentó y dejó su bolso a un lado. Como nunca en la vida se le había ocurrido, decidió ponerse una camisa azul con mangas tres cuartos y una falda tubo negra que le llegaba por encima de las rodillas; también acompañó el atuendo con zapatos de tacón oscuros y altos. Ya de por sí su estatura y piernas cortas la acomplejaba, tenía un metro con sesenta centímetros de estatura y odiaba con todo su ser pesar cinco kilos de más. Ah, y ni hablar de su rostro invadido de pequeñas pecas y cabello de rizos color fuego. Era completamente exótica y hermosa, pero no era consciente de ello.




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