Ríndete - Saga el amor del jefe libro I

CAPÍTULO 6

—¿Y qué hacía la servidora personal anterior? —Juntó sus manos. Quería parecer muy segura, pero no sabía si lo estaba logrando.

—Se desempeñaba en muchas áreas: desde ser secretaria, mi reemplazo en caso tal que yo enfermase o no pudiera estar presente, acompañarnos al señor y a mí en nuestros múltiples viajes y reuniones... Y en cuanto a las exigencias del señor Blackwell: siempre deberá esperarlo en casa con una cena exquisita, arreglar su habitación, limpiar su habitación, preparar su baño, comunicarle recados míos o viceversa, escoger sus trajes para cada semana junto a su diseñador Dave, organizar reuniones o fiestas en la mansión, estar al pendiente de su medicina y vitaminas...

Gema se encontraba totalmente conmocionada y no sabía si irse o quedarse sentada escuchando semejante lista larga de exigencias. No conocía al señor Blackwell y ya no le hacía nada de gracia conocerlo. Aunque, tampoco podía dejar de pensar en su apellido, estaba segura de haberlo escuchado antes, pero el recuerdo se le escapaba.

—Señorita Wayne le seré sincero: usted cumple con el perfil que estoy buscando, encaja perfectamente. Dígame, ¿le gustaría trabajar con nosotros? —Comenzó a darle vueltas a la pluma que sostenía entre los dedos. Estaba seguro que aquella joven de mirada inocente rezumaba confianza y dedicación, pero más que eso un magnetismo indudable.

La pregunta no la tomó por sorpresa, no, la ofendió. ¿Quién en su sano juicio quiere ser el perro faldero de alguien?

—Yo... Es que... —Pero antes de poder negarse, Carter dijo algo que ella no se esperaba.

—La paga es excelente y las oportunidades infinitas. Si se queda podrá continuar sus estudios en una de las mejores escuelas de cocina aquí en Londres. Vivirá aquí en la mansión, pero también se le dará su propio departamento al que podrá ir todos los domingos y mensualmente se consignarán diecisiete mil libras a su cuenta bancaria.

Era simple y llanamente majestuoso. Perfecto. Idóneo...

Y luego de estar segura de rechazar, pasó a no saber qué decir. Por un lado vio a sus padres en ese apartamento cutre que los enfermaba todavía más y mágicamente después viviendo en una casa reluciente como si fueran duques de la realeza; por otro lado se vió a sí misma como una pulga demente saltando de un lado a otro para mantener contento a su exigente jefecito multimillonario. Soñar no costaba nada, pero vivir cómodamente sí que costaba.

—Estamos en pleno siglo XXI, si bien es cierto que tenemos reyes y príncipes en Inglaterra, pero de ahí a que un hombre millonario requiera sirvientes en su casa hasta para que le den el desayuno en la boca... es una exageración. No deseo que me traten como un objeto. —Con diplomacia expuso su rotunda respuesta. Luego de eso sintió que metió la pata, sin embargo, ya lo hecho estaba hecho.

Por descontado a Carter le pareció exquisita la manera de hablar de Gema y estaba completamente de acuerdo con su opinión. Pero su jefe era así, un hombre al que le gustaban las etiquetas y los protocolos; un amante de las costumbres Royal y tener la vida de un príncipe aunque ni por asomo tuviera sangre real. Tal parecía que los mimos exagerados de sus padres, de la servidumbre y de la mismísima reina, había malcriado al hijo de un joyero el cual años después se convertiría en un magnate hotelero importantísimo.

—Piénselo, aquí tiene el contrato...

Le tendió un sobre de manila con la firma de Blackwell Corporation en el centro de este. Lo tomó y observó durante algunos segundos, dudosa.

—Muchas gracias por considerarme idónea para este puesto. Lo pensaré. —Se despidió estrechando su mano.

Antes de salir, Carter le dijo:

—Esperaré su llamada...

¿Y cómo está tan seguro de eso? Este sería el último empleo que escogería en el mundo, Gema pensó aquello sin prever lo que se avecinaba después.

Llegó a su casa un poco conmocionada y confundida debido a la entrevista. Sacudió sus zapatos contra el pavimento para quitar el exceso de arena. Cuando levantó la vista vio una ambulancia afuera y de repente su corazón empezó a latir con más fuerza. Temió por la vida de su padre, no supo cómo o por qué, pero algo en ella casi olfateó el peligro. Corrió hacia adentro y sin esperarlo su madre chocó contra su pecho. Giselle se hallaba desesperada hasta el punto de temblar.

—¡Te estaba llamando! —La tomó por la camisa y comenzó a llorar—. ¿Por qué no respondes mis llamadas?

—¿Qué pasó, mamá? —La separó un poco de su cuerpo.

—Es Peter... —Su voz se quebró.

Gema ya empezaba a temerse lo peor.

—¿Dónde está? —observó la ambulancia—. ¡Mamá responde! —La hizo responder zarandeando sus hombros.

—Tu papá ha tenido un infarto. Yo… —Osciló entre correr a la ambulancia o seguir hablando con Gema. Se hallaba completamente conmocionada.

Los enfermeros ya se encontraban esperando a Giselle para irse directo al hospital, entonces la mujer se armó de valor, enderezó su postura encorvada lo mejor que pudo y fue a cuidar de su amado Peter. Las puertas del vehículo rápidamente se cerraron y comenzó una carrera para llegar a tiempo a urgencias. Gema le sonrió a su madre por última vez antes de verlos partir y tomó su bicicleta, ya que no tenía otro modo de movilizarse. Poco le importó llevar tacones y falda corta, pedaleaba con la mirada fija en las luces, el fuerte sonido de las sirenas era lo único que podía oír. Se sentía culpable de lo que le había ocurrido a su padre, ¿cómo pudo ser tan descuidada y subir a su habitación la noche anterior sin siquiera dar una explicación del porqué estuvo desaparecida casi un día? No fue consciente de lo preocupados que estaban sus padres, debían haber tenido el corazón en la boca y quizá el estado de Peter se debía al susto que debió pasar al ver que su adorada hija no apareció ni durmió en casa toda la noche. Prácticamente no los había visto ni hablado con ellos desde hacía poco menos de dos días. La culpa la carcomía y la impotencia de ver cómo todo se derrumbaba frente a sus ojos. Si perdía a su padre jamás se lo perdonaría.




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