Ríndete - Saga el amor del jefe libro I

CAPÍTULO 12

La tarde continuó con una visita a un hotel majestuoso: en lo alto llevaba el mismo logo que los restaurantes y el apellido Blackwell —nuevamente— brillaba a la luz del sol en el centro del edificio pintado de un blanco celestial, con bordes de color dorado. El verano estaba en completo apogeo, todo brillaba bajo la luz solar y los árboles se movían produciendo una fresca ventisca.

Llegaron a recepción y tomaron el elevador, bajo las atentas miradas de empleados y empleadas que con disimulo murmuraban de aquí para allá. En sala de juntas estaban esperando a Colin Blackwell, todos los ejecutivos importantes habían llegado hacía tiempo y se hallaban escépticos ante la nueva propuesta de su exitoso socio. Los tres hicieron acto de presencia y tomaron asiento en silencio, de inmediato los presentes guardaron sus palabras para después.

Gema en estado de atontamiento, observó cómo su jefe se ponía de pie y con un movimiento de cabeza saludó a todos, se quitó el saco y enrolló las mangas de su camisa clásica de seda azul hasta sus antebrazos. La destreza con la que se movió hacia la inmensa pantalla, la dejó desconcertada, y también la agilidad que tenía para exponer y cerrar negocios. Era un hombre de admirar. No daba oportunidad a las dudas ni al error, presentaba sus ideas de una forma impecable y se expresaba exquisitamente como todo un magnate poderoso; daba la impresión de haber nacido para los negocios y el éxito.

«¿Qué puede faltarle a este hombre? Es rico, muy apuesto e innegablemente inteligente. Lo tiene todo», pensó Gema para sí misma, admirando a Colin como una fanática.

Afortunadamente la junta terminó a eso de las cinco de la tarde, cerrando un millonario contrato con una cadena de hoteles asociada. Más dinero para la bolsa de Colin...

Se despidieron los presentes, también Carter, quien debía marcharse hacia el despacho para alistar los acuerdos, contratos y mantener los intereses de cada parte en orden. Gema se sintió perdida, estando sola con su jefe no tenía la confianza que John le infundía.

—Vamos a casa, estoy hambriento... —Colin se le adelantó caminando a través del pasillo, directo a la salida.

Corrió tras él hasta caminar a su lado, disimulando su distracción de unos momentos atrás.

—Claro, señor Blackwell. ¿Qué quiere cenar esta noche? —Trató de sonar lo más servicial que podía y pareció funcionar, porque Colin esbozó una sonrisa complacida.

Observó que las personas los seguían con la mirada. Las mujeres lo veían con adoración, deseo, con ganas de desnudarlo con la mente. ¡Dios mío! Parecían vampiresas añorando clavar los colmillos en el cuello de un pobre chico. Posaron sus miradas de odio en la pelirroja, y de repente le pareció ver que los ojos de una rubia impresionante centellearon en furia. Oh cielos, no se sintió para nada segura.

—No lo sé... Tú sabes cocinar muy bien, seguro harás algo delicioso como el desayuno de esta mañana.

—Gracias, señor Blackwell. —Le agradeció mientras caminaban hacia la limusina y el chófer les abría la puerta.

Al llegar a la mansión, los recibió el joven de siempre y se llevó sus abrigos hacia el cuarto de lavado y planchado.

—Señor, si gusta puede hacer sus cosas y en breve le avisaré cuando la cena esté lista. —Tal parecía que la zalamería sería su nueva amiga.

—Muy bien. Voy a relajarme. Pero antes de cocinar, prepara mi baño —ordenó sin mirarla y fue hacia la cocina a beber agua.

Gema subió las escalinatas con prisa y llenó la tina, luego añadió el jabón y alistó las toallas lo más rápido que pudo. Al terminar se fue a su habitación y se quitó la ropa para después entrar a la ducha de agua caliente y un par de minutos después salir más relajada. Se vistió con unos pantalones de mezclilla y una blusa de tirantes. Nadie le había advertido u ordenado que vistiera de alguna forma en específico. Luego bajó a la cocina para preparar algo de cenar.

Se sentía extraña, esa manera de vivir con él le parecía un poco inquietante, prácticamente vivían los dos allí y algunos empleados. Sin darle mucha importancia, alejó esos pensamientos de su cabeza y se decidió por preparar unas fajitas de pollo con salsa de yogur y tomate. No le iba a tomar mucho tiempo cocinar, pero era una receta nutritiva y saciante. Cuando terminó y comenzó a servir, llamó con una campanilla a una jovencita del servicio y le pidió que le avisara a su jefe que la cena estaba lista.

El recuerdo del movimiento de la campanilla en su mano le pareció ridículo y soltó una carcajada cual demente, apoyando la cabeza en la puerta del refrigerador.

Al cabo de unos minutos, Colin bajó por las escaleras, robando toda su atención: llevaba puesto un pantalón de chándal y una camiseta gris ceñida al torso; su cabello tan oscuro como la noche estaba húmedo y sus labios más rosas que de costumbre.

—Mmm... ¿Qué huele tan delicioso? —Sonrió de oreja a oreja, ya que la buena comida era una de sus debilidades.

—Son fajitas de pollo con salsa de yogur y tomate. Espero que le guste. Con permiso, si necesita algo más, estaré en la sala. —Intentó retirarse a su habitación, pero Colin le habló de nuevo.

—¿Me vas a dejar cenando solo? Quédate... —Tomó la pequeña mano de la pelirroja y la sentó a su lado.

Así sin más tomó su mano y la había llevado al asiento como si Gema se tratara de una muñeca. Perpleja le sonrió a medias, sintiendo una corriente extraña que le subía por todo el cuerpo con el pasar de los segundos. Sacudió la cabeza y se sirvió una fajita con refresco, mientras que él se servía tres fajitas y una copa de vino tinto.

Se quedó hipnotizada por sus movimientos, era como ver un ser distinto a los humanos. Sabía que era algo irracional pensarlo, pero ese efecto causaba en las demás personas.

—Espero que no suba de peso por mi culpa... —bromeó un poco divertida, tratando de disipar los nervios.

—No engordo fácilmente. —Saboreó un poco más y después su expresión se tornó seria, fijó su mirada en ella tratando de no intimidarla—. ¿Qué tal sigue el golpe en tu pierna?




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