Ritual

Prólogo

El sonido de las hojas secas bajo sus pies, hacía pensar a Malena que estaba pisando fragmentos de su corazón destrozado.

Habían pasado meses desde la toma de la Gran Bretaña y las fuerzas de Malleus eran imparables. Ya habían conquistado Alemania, con el apoyo de los hechiceros locales, y buena parte de Francia. Era cuestión de tiempo para que llegaran a España, si no tenían ya una buena cantidad de aliados obrando en las sombras para facilitar su arribo.

El matrimonio Guzmán había escuchado cosas terribles que sucedían a quienes estaban en contra del nuevo orden mundial, pero no se acercaban a la crueldad con que masacraban niños híbridos. Temiendo por el destino de su hijo, habían acordado que Alberto y el muchacho viajarían a América y Malena los alcanzaría después de pedir consejo y protección a su madre. Ambos sabían que era poco probable que ella lograra salir del continente, pero era la única opción que tenían.

En cuanto su familia partió al puerto, ella emprendió la peregrinación por el bosque.

Había salido de casa horas atrás y la noche ya estaba entrada cuando sintió el susurro entre los árboles que pronunciaba su verdadero nombre.

-Maeva -decía el viento en un canto lastimoso- ¿por qué nos abandonaste?

Se paró frente a un grueso encino, levantó la mano derecha en puño y está comenzó a refulgir con un brillo cegador.

-Soy Maeva, hija de Éire y exijo ver a su reina –dijo en tono firme, sin prestar atención a los reclamos lastimosos.

El árbol comenzó a temblar y la tierra a revolverse. Las hojas se sacudieron y unos pájaros que anidaban en la copa salieron volando espantados. Segundos después una puerta mágica apareció en medio del tronco.

Malena avanzó hacía ella con paso firme. No era la primera vez que ingresaba al santuario, pero sí desde que se había casado con un mortal. Y no con cualquier mortal, un cura descendiente directo de un gran inquisidor.

A medida que avanzaba hacía la sala del trono, las miradas de desprecio de sus hermanas demostraba que aún no la perdonaban por haber elegido una vida apartada de las costumbres arcanas.

La construcción poseía un brillo antinatural en sus columnas y paredes, decoradas con enredaderas que convergían en una gran copa verde, que hacía las veces de bóveda. Al final de la calle de ladrillos dorados había una cámara separada por tres escalones del suelo, con una gigantesca puerta doble labrada en oro.

-¡¿Cómo te atreves a aparecer por aquí?! –dijo molesta su hermana Kendrya interceptándola tras haber cruzado el gran portal de la sala del trono.

-Necesito hablar con Madre.

-No eres bienvenida. Madre no tiene nada que hablar contigo.

-Todas mis hijas son bienvenidas –interrumpió con solemnidad la reina que observaba desde el trono. Al emitir su voz ambas hicieron un silencio reverencial.- Acércate hija.

Malena asintió y se aproximó al trono eludiendo la mirada indignada de su hermana que salió apretando los dientes y cerrando los puños con tanta fuerza que las uñas se le clavaban en las palmas.

-Madre, gracias por recibirme –dijo Malena arrodillándose frente al trono.

La reina se puso de pie e hizo un gesto que sus dos guardianas comprendieron de inmediato y, siguiendo su voluntad, salieron de la sala dejándolas solas.

-Ponte de pie hija mía –dijo mientras se acercaba.

La muchacha obedeció y, en cuanto levantó la vista para cruzarla con la de su madre, recibió de esta un bofetón que podría haberle arrancado la cabeza.

-¡Ingrata! Debería haberte hecho colgar del bile en cuanto entraste por esa puerta.

-Madre. Sé que te he fallado…

-¿Fallado? ¡Estabas destinada a ser reina! Sangre de mi sangre –reprochaba hecha una furia con verborragia- Le digo al aquelarre “Todas son mis hijas”, pero sabes que mis únicas hijas de sangre son Kendrya y tú. Y ahora que nos traicionaste debo dejarle mi trono a esa muchacha beligerante. Dôn nos ampare si no aprende a moderarse.

-No creo que ninguna llegue a ver ese día madre –interrumpió el soliloquio.

-No seas pesimista niña. Cuando has sobrevivido a un par de guerras como yo, sabes que esto es solo algo pasajero.

-Se dicen cosas terribles de Malleus, madre. Dicen que nunca hubo uno como él.

-Tonterías supersticiosas. Ya caerá, lo veras, como todos. Mientras más grandes más rápido caen.

-Probablemente, pero, ¿a cuántos se llevará con él?

-¿Temes por tu pequeño apadhvaMsaja? –dijo con una sonrisa maligna- Y yo pensando que volvías a mí porque me extrañabas. ¿Viniste a pedirme protección?

-Mi vida no vale nada, madre. Acepto mi exilio como el día en que me echaste. Pero por favor, necesito que protejas a mi hijo. Tu nieto.

-Ese niño no es mi nieto –respondió molesta- Deberías haberlo matado en cuanto nació varón, como haríamos cualquiera de nosotras. Y, en tal caso, es el hijo de una hereje. No merece la protección del aquelarre.




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