Tener que lidiar con los dos extremos de un mismo caso era una ventaja y un incordio al mismo tiempo. Por una parte podía obtener información de cada parte que la otra desconocía, pero al final iba a tener que elegir a quien satisfacer y a quien defraudar. Con mi reputación en juego, la señora Alonso tenía las de perder.
Terminé mi cigarrillo, subí la escalinata y me dispuse a golpear la puerta de la residencia Filippovič. Le había explicado al obispo que debía comenzar mi investigación en el epicentro de la desaparición, y eso era en la casa de sus representados. No estaba del todo convencido con la idea de molestarlos, pero no pudo objetar demasiado y acordó el encuentro.
La puerta negra de la entrada con su llamador de cobre pulido se abrió y un hombretón calvo se quedó mirándome desde el interior de la residencia.
-Buenos días. Vengo a ver al señor y la señora Filippovič. –respondí mirando hacia arriba para encontrarme con su mirada.
-Prokhodit' –dijo y se hizo a un lado.
De más está decir que no sabía que me había dicho, pero pude comprender que me daba el paso y, como uno siempre procura estar de acuerdo con alguien que puede deshacer la mitad de sus huesos de un manotazo, obedecí y me adentré asintiendo en agradecimiento.
Esperé en el recibidor a que cerrara y lo seguí hasta la sala. La residencia no era tan grande como uno esperaría sabiendo la clase de gente que vivía allí, pero tampoco era un lugar modesto. Esculturas y cuadros elegantes decoraban rincones y paredes en una clara muestra de opulencia.
El matrimonio me esperaba sentado en un sillón dispuesto junto a la chimenea. En una silla más pequeña estaba el obispo tomando el té. Al verme entrar todos se pusieron de pie.
-Señor Guzmán. Bienvenido a nuestro humilde hogar. –dijo la señora con una sonrisa cortés pero demasiado forzada para intentar ser real.
Los dueños de casa eran dos personas elegantes, de estatura alta y muy estilizada. Parecían más jóvenes de lo que sabía que eran. El hombre portaba un robusto bigote negro, tan espeso como su ondulada cabellera. La mujer tenía un delicado tocado que resaltaba su blonda cabellera.
-Gracias. Procuraré ser breve. No pretendo quitarles más tiempo del necesario –respondí con cortesía.
-¿Gusta una taza de té?
-No, está bien. Gracias.
-Tome asiento por favor –dijo indicándome una silla levemente separada del grupo, de frente al sillón, mientras el resto se volvía a acomodar.
Desde que había ingresado a la sala, podía sentir que el dueño de casa me escrutaba con una mirada inquisidora. Tal vez no me tenía suficiente confianza o tal vez se sentía avergonzado por haber perdido a la niña y lo ocultaba con su soberbia.
Me acomodé en la silla y en ese momento una criatura se apareció en la chimenea y se aproximó a mi encuentro. Al principio pensé que era un demonio, pero me di cuenta que era otra cosa. Tenía la forma de un niño pero con mucho cabello, patas de cabra y una especie de cuerno tubular. Nadie pareció inmutarse ante su presencia así que hice lo propio. El niño se acercó, me olisqueó y volvió hacía las llamas donde desapareció.
-Veo que no está familiarizado con los Domovýie –dijo por fin el señor Filippovič en tono burlón.
-Es el primero que veo en mi vida –respondí con sincera sorpresa e intriga.
-El “abuelo” es el protector del hogar. Nos ayuda a identificar a quienes vienen con malas intenciones.
-Espero que les haya dado un buen augurio –dije intentando ocultar mi preocupación. Estaba confiado de mis buenas intenciones, pero nunca se sabe con una criatura mágica.
-Aguarde un instante y lo sabremos. –respondió haciendo un gesto con la mano que indicaba que debíamos guardar silencio.
Nos quedamos callados unos segundos. Solo podía escucharse los molestos sorbidos del obispo que seguía disfrutando de su té. Su complacencia me hacía pensar que había obrado mal al haber rechazado la oferta de una taza.
-Todo parece estar en orden –continuó el dueño de casa rompiendo el silencio con una sonrisa.
-Bien, entonces, si les parece, tengo unas preguntas que hacerles.
-Adelante.
-Según me explicó el obispo necesitan dar con el paradero de una jovencita que se alojaba en la residencia, ¿es correcto?
-Así es. La señorita Alonso fue nuestra invitada un tiempo pero, a último momento, decidió retractarse de su ofrecimiento en la participación de un ritual regular de nuestra comunidad.
-Entiendo. ¿La susodicha tiene orígenes mágicos?
-No. Es humana.
-Si no le ofende la pregunta, ¿por qué no intentaron rastrearla entonces?
-Lamentablemente la joven se hizo con un objeto que la protege de tal hechizo –el hombre miró a su esposa que resentía un profundo enojo apretando visiblemente los labios- No creo que sepa el poder tiene el collar que se llevó y esperamos que intente venderlo para obtener algo de dinero. A partir de ese momento será muy sencillo dar con ella, pero no podemos arriesgarnos a esperar tanto.