«Buscando perros callejeros»
Aún me sentía extraña por haberme paralizado al encontrar la mirada de Franco, sin embargo aquí estoy, sentada en el asiento delantero de su auto.
Sí, parece extraño, pero no lo es. Hoy es el primer día que iremos a buscar perros de la calle para darles de comer.
—¿Lista para la buena acción del día, Montenegro?
Solo sonreí.
El auto de Franco estaba bastante limpio y olía delicioso. Todos los días lo veo llegar al colegio en su Hyundai Tucson azul, pero jamás había entrado. Es muy placentero sentarse en un lugar tan limpio como este auto.
Desde aquel día de la fiesta de Bernardo no podía comportarme de la misma forma con Franco. ¡Por Dios! ¿Cómo lo iba a hacer si ahora es el chico que me gusta?
Ew. Eso suena tan extraño.
Ya no era tan fácil como antes hablar con él, porque aunque es el mismo Franco de siempre yo ya no lo veo de la misma forma que estos últimos once años.
En realidad tenía una duda que yo misma debía responder, el problema es que no tengo ni idea de la respuesta. ¿Hace cuánto tiempo exactamente que me gusta Franco?
La respuesta podía variar desde decir que me gusta hace dos semanas a decir que me gusta hace once años.
Dejé de pensar en eso, porque aquí sentada junto a él sentía que podía leer mi mente.
No tenía idea de adónde íbamos. Cuando llegamos al centro, Franco se estacionó.
—En el centro abundan los perros callejeros, en la parte de atrás hay comida para perro para alimentarlos aquí mismo. Empezaremos solo así, aún no los llevaremos al refugio, primero debemos ganar su confianza —dijo Franco.
—Bien.
—Acércate con cuidado, no se sabe qué tanto han maltratado a estos animales y que tan a la defensiva estén. Ya tuve una mala experiencia.
—Soy amante de los animales, sé cómo tratar un perro callejero.
Franco se rió y encogió los hombros. —Está bien, Montenegro.
Bajé del auto y tomé una bolsa de comida para perro. Estaba muy emocionada, pero no quería demostrarlo. Hasta que vi un perro debajo de una banca, y no me importó ensuciar el uniforme, me lancé a acariciar el perro.

Franco
Últimamente Julia Montenegro ocupaba la mayor parte de mis pensamientos. Su físico me encanta, por supuesto que sí. Pero su manera de ser llega a otro nivel de encanto.
Tengo que confesar que a veces soy un maldito narcisista y que por eso me enamoré de Julia. Nos parecemos demasiado y el dicho de «Los opuestos se atraen» lo tiré a la basura desde hace mucho tiempo. Julia me gusta porque es igual a mí: competitiva, inteligente, sarcástica y de vez en cuando odiosa.
Las cosas no eran así con Clarisa, nunca lo fueron. Éramos completamente diferentes, ella le ponía demasiado drama a la relación y eso me estresaba bastante. No hablaría mal de una mujer jamás, pero lo tengo que decir, Clarisa es... irritante.
Mis proyectos comunitarios siempre me han caracterizado, este lo hice con el objetivo de pasar tiempo con Julia y que de una vez por todas deje de odiarme. Hacer este tipo de proyectos me parece una buena forma de invertir mi dinero. Es que ¿para qué más lo quiero si mi padre me da lo que quiero y necesito? Y ojalá lo hiciera por amor.
Cada grito, cada ofensa, cada amenaza a mi madre suma dinero para mí, mi padre me compra. Lo que más me molesta es que parecemos la familia perfecta, los Villarreal que viven como en el paraíso.
Todo era mejor hace cuatro meses, cuando papá no había vuelto a casa. O aún mejor hace un año y medio, cuando Fabio no había muerto.
Sin embargo, la vida se veía bien con Julia Montenegro buscando perros callejeros. Yo estaba totalmente enterado de que ama los perros, todas sus publicaciones en Facebook e Instagram son sobre eso o fotos de su mascota Atenea.
No es que me desagradan los perros ni mucho menos los maltrato, pero la mayoría del tiempo mantengo mi distancia, tal vez porque nunca he tenido uno. Espero que con eso se entienda la gravedad del efecto que Julia tiene en mí, ni siquiera soy amante de los animales, sin embargo aquí estoy dándole de comer a perros callejeros para complacerla a ella.
El brillo de sus ojos cuando vio a un perro bajo una banca y la emoción que demostró al tratar de darle de comer me hicieron querer sonreír. Contuve la sonrisa porque sabía que me iba a ver como un estúpido enamorado, y de ninguna manera me puedo permitir verme estúpido. Me acerqué a Julia.
Ella le acariciaba el pecho repetidas veces y el perro movía su pata trasera. Cuando el perro salió de abajo de la banca Julia lo abrazó y esparció comida en el suelo.
—Primer perro dominado —dijo.
—Bien hecho, César Milán.
Se levantó animada y algo calló del bolsillo de su camiseta celeste. Me agaché a recoger lo que había caído, era su carné de estudiante.
—¡Ay no! —exclamó Julia cuando vio su carné en mis manos. Se ruborizó—. No digas nada, Franco.
—¡Vaya, vaya! En esta foto parece que tienes como... ¿doce años? Oh Dios, ¿Fernanda? ¿Julia Fernanda? No puede ser.
—¡Franco! Dame eso. —Trató de arrebatármela, pero no tuvo éxito. Frunció el ceño—. Apuesto a que también tienes una horrenda combinación de nombres.
—Te equivocas Montenegro.
—Ay, por favor. Ningún nombre sonaría bien con «Franco» adelante.
—Exacto. No tengo segundo nombre.
—¡Agh! ¿Por qué eres... así?
—¿Cómo?
—No lo sé... Detestable.
—¿Soy un ser detestable?
Claro que sí Franco, te acabas de burlar de su segundo nombre y su foto. Es que no aprendes.
Lo intento, en serio lo intento, pero es mi forma de comportarme y no podría cambiarla. Sale naturalmente cuando estoy con Julia.
—Dame tres razones por las que soy un ser detestable —dije.
—Uno, te acabas de burlar de mi nombre.
—Pero eso fue solo hoy.
—Dos, siempre quieres ser el mejor en todo.