Rivales, no enamorados

Capítulo 28

«La realidad de los Villarreal»
 

Franco

¡Dios mío! El cansancio mental me estaba matando, ¿cómo no?, si hace tiempo que no pensaba tanto.

Me dirigí a casa con mi cinta de campeón, un certificado y un nuevo tablero de ajedrez. La felicidad y satisfacción no me cabía en el cuerpo, campeón regional de ajedrez. Nunca lo había logrado por culpa de Julia, pues ella siempre me derrotaba en el torneo interno. El que haya ganado el año pasado a nivel regional me ayudó a ganar a mí porque no había forma de que ella me derrotara.

Abrí la puerta de mi casa de mala gana, mi padre había llegado del trabajo al medio día y eso me quitaba todas las ganas de estar en mi hogar. Lo encontré sentado en el sofá con una botella de whisky a su lado y un vaso con hielo—embriagándose desde temprano—viendo un programa que según él es gracioso, pero la verdad es que es bastante estúpido.

—Hola papá —me obligué a decir.

—Franco —fue lo único que respondió. Ni siquiera notó la cinta, no esperaba que lo hiciera.

En las escaleras camino a mi habitación me topé a mi madre, llevaba su «bata de la depresión» y sus ojos hinchados, esto sucedía el 26 de cada mes. Hoy se cumplían un año y dos meses desde la muerte de mi hermano.

—Hola mamá.

—Hola mi niño, ¿cómo estuvo tu día? —preguntó triste.

—Bien —me limité a decir, no valía la pena contarle que había ganado el campeonato. La última vez que hablé de ajedrez con entusiasmo dijeron que no sabían cómo me podía gustar algo tan aburrido y no pusieron mucha atención.

En mi habitación se encontraba Marielos, la señora de limpieza.

—Muchacho, eres el único adolescente en esta casa y tu habitación es la más fácil de limpiar. Ya quisiera yo que mis hijos fueran así de ordenados —comentó—. ¡Ay! ¿Campeón regional de ajedrez? Felicidades.

Esto me demostraba la poca atención que recibo de mis padres, ninguno de los dos notó mi cinta, pero Marielos sí. No me importaba mucho la atención, crecí acostumbrado a eso, mi madre se la pasaba trabajando cuando mi padre no estaba, aunque sobrara el dinero. Cuando mi padre volvió le dijo a mi madre que debía dejar de trabajar, desde eso mi familia siempre se ha centrado más en parecer la familia perfecta del pueblo, pero vaya que no lo somos.

Lo de tener buenas notas y ser un estudiante ejemplar lo he hecho más por mí mismo que por mi familia, ya que ellos no están muy interesados.

Mientras esperaba la hora de la cena puse una película, a la mitad de esta recordé que mañana tengo un quiz de Química, pensé en si debía estudiar o no y al final decidí que leería la materia mañana a primera hora.

Me quedé dormido con el uniforme puesto por lo que se me arrugó, me lo quité y vi mi cuerpo flaco en el espejo, me hacía pensar en si debía hacer más ejercicio para verme como la mayoría de los chicos a mi edad, pero de solo pensarlo me cansé, el único ejercicio en el que soy bueno es el fútbol solo porque mi padre me obligó a entrenar. Le llevé el uniforme a Marielos para que lo planchara.

No me había percatado de la hora, eran las 6:00 p.m y ya la mesa estaba puesta, desde lejos podía oler el delicioso filete de pollo relleno de queso y jamón, un Cordon Bleu. Mis padres ya estaban sentados en la mesa para seis personas que siempre ocupa solo la mitad de sus lugares. Me senté frente a mi madre como siempre, no dije una sola palabra ni mis padres tampoco, se formó un silencio incómodo.

Mi padre rompió el hielo. —Entonces... ¿Cómo te fue hoy en clases? —me preguntó.

—Hoy no fui a clases, solamente al torneo de ajedrez.

—Cierto —dijo mi padre como si estuviera enterado, pero lo olvidó. Ni siquiera le había contado—. ¿En qué ronda perdiste?

Claro, mi padre siempre dudando de mi capacidad. —No perdí, soy el campeón.

Mi madre se sorprendió. —Felicidades, mi niño.

—Gracias.

—Mmm, ¿y cómo va el fútbol?

—Bien.

—¿Tanto como el ajedrez?

Aquí vamos.

—No papá, no tanto como el ajedrez.

—Ya veo. Deberías concentrarte más en el fútbol, el ajedrez no te dará un buen futuro.

Con un buen cerebro creo que tengo un buen futuro asegurado, además ¿yo futbolista profesional? No, por supuesto que no.

Solté mi tenedor. —Quien sea que te dijo que quiero ser futbolista está muy equivocado.

—Entonces ¿qué quieres ser?

—Bernardo, déjalo —pidió mamá.

Quería decir «neurólogo», pero llevaría a otra conversación más extensa con mi padre, así que solo dije—: Algo que requiera más capacidad mental y no un buen físico.

Papá ignoró mi comentario. —¿Cómo van las cosas con Claudia?

—Hace meses que terminamos, y su nombre no es Claudia, es Clarisa.

—¿Por qué terminaron? Esa chica es maravillosa.

Muestra ser maravillosa, pero en realidad es un poco... maniática. Papá estaba encantado con Clarisa porque es una chica adinerada, hija del director del colegio y al igual que nuestra familia aparenta ser perfecta, pero yo no me iba a quedar con Clarisa solo porque mi papá quiere, además, no podía seguir con ella mientras estaba interesado en Julia.

—Creo que prefiero guardármelo para mí.

—Necesitamos tener más tiempo entre nosotros, para que me cuentes este tipo de cosas, como la vez que me contaste que fuiste por un helado con la hija de Humberto, pero no tengo mucho tiempo por el trabajo.

¿Que no tiene tiempo por el trabajo? Ni siquiera tiene un horario fuerte, pero obviamente prefiere invertir su tiempo en otras cosas.

—Para el whisky si tienes tiempo —dije en voz muy baja, pero aún así se escuchó.

—¡Franco! No seas insolente con tu padre —exclamó mi madre mientras mi padre seguía callado porque sabe que es cierto.

—Es la verdad —dije.

—¡Suficiente Franco! —mencionó mamá.

—Ya se me quitó el hambre. Con permiso, me retiro. —Me levanté de la silla y me fui a mi habitación dando pasos largos y fuertes.



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En el texto hay: confusion, amor-odio, rivalidad

Editado: 25.04.2021

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