Rivales, no enamorados

Capítulo 33

«No lo negó»
 

Franco

Tenía el presentimiento de que esta fecha traería consecuencias. Se cumplen dos meses desde que rompí con Clarisa, pero yo ni siquiera lo había notado hasta que ella apareció con los ojos hinchados en la puerta de mi casa después del colegio.

Estaba en mi habitación limpiando mis gafas cuando escuché sonar el timbre, Doña Marielos abrió la puerta e inmediatamente gritó—: Frank, te buscan.

Me puse mis gafas y bajé apresurado sin tener ni la menor idea de que sería Clarisa la que buscaba en la puerta. Doña Marielos se fue apenas llegué y le susurré un «gracias».

—¿Qué diablos haces aquí, Clarisa? —pregunté.

—Han pasado dos meses, Frank. Dos meses en los que no he podido dejar de pensar en ti cada noche, deseando que volvamos atrás cuando nos amábamos.

Qué poética.

—Te dije lo que pasó mientras estaba ebrio en la fiesta de Victoria y te lo aclaré sobrio en la caminata de vacaciones. No quiero que insistas más, Clarisa, no vamos a volver.

Comenzó a sollozar.

—Frank, ¿quién está ahí? —gritó mamá desde la sala.

Clarisa estuvo a punto de saludarla, le tapé la boca y dije—: Nadie, iré a dar una vuelta.

Tomé a Clarisa del brazo y la llevé hasta mi auto. Antes de subir giró y secó sus «lágrimas».

—Frank, por favor. Entiéndeme, no puedo vivir sin tí, mi vida está empezando a perder el sentido y ya no sé cómo seguir adelante.

Conozco perfectamente a Clarisa: Manipuladora desde la cuna y hasta la muerte, es claro que no se siente así como dice, pero haber terminado conmigo le arruinó su imagen de la hija perfecta del director que salía con un chico muy inteligente. El Sr. Fuentes siempre me decía «No es que me agrades, pero eres el menos desagradable de los novios de mi hija porque eres diferente», así que probablemente «papi» esté decepcionado. Agh, me enfadaba mucho que ella creyera que yo no sé cómo es de manipuladora.

—Que terca eres, sube al auto.

—¿Por qué al auto?

—No vamos a hablar fuera de mi casa y correr el riesgo de que mis padres salgan a darte amor porque ya no somos nada, mételo en tu cabeza.

Por fin subió al auto y el primer lugar al que se me ocurrió ir fue al refugio, llegamos en menos de diez minutos.

Al estacionar el auto y apagarlo Clarisa soltó su cinturón y se lanzó hacia mi intentando besarme. La detuve. Bajé del auto furioso.

—¡Maldita sea, Clarisa! ¡¿En serio no puedes entenderlo?! No quiero nada contigo, se acabó el amor, se acabó la magia, no lo puedo controlar. Ya no somos nada ni volveremos a serlo, comprende, ¡por Dios!

—Es que en verdad te extraño much—

—No —la interrumpí—. Deja de decir eso porque es mentira, ¿crees que no sé que anduviste por ahí con Alexis, Antonio y con Felipe mientras éramos novios? Vaya amor me tenías, al menos yo tuve el coraje para decirte las cosas claras y no herirte de otra forma. No me extrañas, no me quieres, sí puedes vivir sin mí, pero no lo aceptas porque no va a haber otro estúpido como yo que te aguante tu inmadurez.

Clarisa se quedó viéndome y dejó de sollozar, respiró profundamente y fijó su mirada al suelo avergonzada, porque sabía que lo que yo estaba diciendo era la verdad.

—Yo... Frank, lo siento, mi padre ha estado preguntando por tí y no he podido decirle que ya no estamos juntos. El asunto es que este fin de semana hay una fiesta.

—Lo sé, mi familia también está invitada, y si me vas a pedir que finjamos ser novios una noche más, no va a ser posible.

—Por favor, de rodillas te lo pido, por favor. —Literalmente se arrodilló.

—¡Levántate! Clarisa, tienes que dejar ir nuestra relación, por el bien de los dos, mírate como estás.

—Es que mi padre se va a decepcionar de mí cuando se de cuenta de que te dejé ir.

—Sabemos que si ya no estamos juntos es por mi culpa.

—Y por la culpa de Julia.

Sí, mi secreto corría peligro de ser revelado a todo el colegio, pero Clarisa debía saberlo. Hubo un punto en el que no pude seguir fingiendo que amaba a Clarisa y odiaba a Julia.

—No metas a Julia en esto, ella no tiene la culpa de nada ni tiene idea de que es la razón por la que rompimos. Yo fui el idiota que se enamoró de ella.

—¿Cómo le voy a decir a mi papá esto? Díme, Frank, ¿cómo?

—Tranquila, no es nada malo, solo un amor adolescente que no funcionó, disculpa lo que voy a decir, pero que estúpido sería tu padre si no entiende eso.

—Es que me da miedo.

Pobre Clarisa, siempre tiene que mantenerse como la hija perfecta en la medida de lo posible porque sino su padre se enfada con ella por no dar lo mejor, su padre quiere que ella tenga las calificaciones de una Julia Montenegro mientras apenas pasa el año, su padre quiere que tenga un novio perfecto mientras ella solo quiere salir con los chicos por una noche y ya.

—Deja de decir que tienes miedo y solo dilo, no vas a fingir toda la vida que somos novios. —Coloqué un mechón de  cabello detrás de su oreja—. Mucha suerte, adiós.

—Adiós.

—¡Franco! —escuché. Volteé a ver y ahí estaba ella, ¡Dios mío! Desearía gritarle que se ve hermosa cuando sonríe y cuando pone la cara de culo como en este momento.

Julia llegó un poco... Histérica. Me interrogó unos minutos antes de que entráramos al refugio a limpiar los últimos desastres para ponerlo a funcionar. Ni siquiera era mi plan venir a arreglar eso, pero no podía perder la oportunidad de estar un rato con Julia.

Los últimos días habían sido un poco difíciles por la muerte de Lucas, de vez en cuando yo lo recordaba contando sus chistes malos, de vez en cuando encontraba a Julia perdida en sus pensamientos. Me acercaba a ella y la animaba porque sabía exactamente lo que le estaba pasando, es una mierda encerrarte en tu propia mente de esa forma, y no pretendía hacerlo de una forma romántica, solamente es un gesto bondadoso como hubiera hecho con cualquiera.



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En el texto hay: confusion, amor-odio, rivalidad

Editado: 25.04.2021

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