«Jodidamente nerviosa»
No hace falta hablar sobre la reacción de mi mejor amiga cuando se enteró de que Franco me invitó con él a la fiesta. Hablé con ella sobre eso ese mismo día por la noche.
Confieso que durante la semana sentí que el fin de semana nunca llegaría, pasé las noches dando vueltas en la cama al menos una hora pensando en cómo sería una cita con Franco, pero la espera se acabó.
Me encontraba en el cuarto de Tori ya que me obligó a usar algo de su ropa y olvidarme de mi clóset, como si no tuviera mi propia ropa. No di mucha lucha contra ella porque hubiera sido una perdida de tiempo.
—Puedes usar el azul, el dorado, el negro. —Victoria sacó sus perlados vestidos y los lanzó en su cama.
—Me da igual.
Era la verdad, estaba exageradamente nerviosa, pero no emocionada. Además del hecho de que estaba lloviendo y eso me bajaba todos los ánimos.
—Deja de ser tan seca, Julia. Vas a tener una cita con el chico que te gusta. Dime cuál puto vestido te vas a poner.
—El azul, entonces.
Después de elegir el vestido más decente de Tori y probármelo mi amiga dijo—: Por supuesto que hay que hacer algo con tu cabello.
—No puedes hacer nada con mi cabello, Tori, apenas si se puede trenzar de lo corto que está.
—Mmmm, unas ondas no quedarían nada mal. —Corrió por su pinza para hacer rizos y comenzó a hacer lo que le dio la gana con mi cabello.
El resultado me agradó, sinceramente. Victoria estaba apunto de llorar de la felicidad, en serio que esta mujer es demasiado sentimental.
—¡Sigue el maquillaje! —exclamó mi mejor amiga.
—Oh no. —Negué con mi cabeza—. Eso sí que no.
—¡¿Qué?! ¿Cómo que no?
—¿Me has visto con maquillaje alguna vez?
—No...
—Exactamente, no puedo usarlo, me da alergia y necesito rascarme los ojos.
—Bien... Pero solo porque no puedes, no porque no quieras. Entonces debes usar tacones.
—No me jodas.
—Sí, Julia. Es una fiesta de gala, no vas a ir con chanclas.
—Pero me lastima mis deditos. —Hice un puchero.
—A mí me lastimaría la vista verte con ese vestido y otros zapatos que no sean tacones. Y no te pongas tus lentes, tienes unos bonitos ojos verdes para enseñarle al mundo sin ellos.
Le confiaba mi vestimenta a Tori porque tenía muy buen gusto y sé que algún día va a ser una gran diseñadora de modas, pero los tacones me matan, sin embargo no tenía otra opción. Metí mis pies en los tacones plateados que usó Tori en su fiesta de cumpleaños, esos mismos que le hicieron ampollas a sus delgados pies.
—¡Maldita sea! ¡Te ves hermosa! —gritó Tori—. ¿A qué hora pasa Frank por tí?
—¡Mierda! —exclamé. Olvidé decirle que estaba en casa de Tori y no en la mía, rápidamente le escribí un mensaje y me recosté boca arriba en la cama de Tori a esperar.
—¡No! —gritó Victoria—. Levántate de ahí, se destruyen tus ondas.
Me impresionaba lo cautelosa que era mi amiga con estas cosas, cuando se trataba de belleza y moda era su tema, definitivamente, yo en cambio... Pues sí pinto mis uñas y cuido mi cabello, pero esas cosas son algo secundario.
Me detuve a pensar en como cada quién es bueno para algo y que, aunque yo sea una de las personas con mejores calificaciones en mi colegio y apasionada por la ciencia, no hubiera pensado jamás en que mis ondas se destruirían al recostarme o simplemente no me habría importado de no ser porque Tori me lo dijo, no era mi fuerte.
Mi teléfono sonó, me sobresalté.
De: Franco
Para: Julia M.
Estoy afuera.
Como se estaba haciendo costumbre, se detuvieron mis sentidos.

***
Franco
—¡Marielos! —la llamé.
—¿Sí, joven?
—Ayúdame con esta corbata por favor, me tiemblan las manos.
—Mmmm. —Levantó sus cejas—. ¿Quién es la hermosa chica que vas a llevar a la fiesta que te tiene temblando?
—Julia Montenegro. —Sonreí estúpidamente—. Físicamente es hermosa, mentalmente una diosa.
Marielos ató mi corbata con una sonrisa. Miré mi saco azul preguntándome si debía usarlo, llegué a la conclusión de que soy demasiado joven para usar un saco.
Miré mi reloj, era hora de ir a recoger a Julia, se me revolvió el estómago cuando pensé en eso. En ese instante, recibí un mensaje de ella diciendo que estaba en la casa de Victoria, no tenía idea de dónde era, así que le pedí su ubicación e instantes después estaba de camino.
Al llegar tomé una bocanada de aire, porque sentía que mis pulmones se estaban secando como pasas por lo difícil que me resultaba respirar. Aún me temblaban las manos, me quite mis gafas para rascar mis ojos y asegurarme de que esto no es un estúpido sueño.
Julia me gusta desde hace tiempo y estar esperándola en mi auto para llevarla a una de las fiestas tan importantes de mi padre parece irreal.
Confesar mis sentimientos a ella y verla irse minutos después no me hizo enojar, ni me puso triste, solamente me dejó estático y minutos después reaccioné con una sonrisa, sonreí porque por fin había dicho todo lo que tenía guardado y me sentí liberado. Pensé tanto en eso en la noche que al día siguiente se me hizo tarde para ir a clases.
Tomé mi teléfono con nervios y le dije a Julia que estaba afuera. Miré a todas partes, pues no sabía cual era exactamente la casa de Victoria. Me puse mis gafas y me miré en el retrovisor, ¡se me notan demasiado los nervios! No había nada que hacer, menos cuando vi a Julia salir de la casa de Victoria.
Se veía inefable, su vestido azul era perfecto, su cabello era perfecto, sus ojos sin las gafas resaltaban más y me daba rabia pensar en la cantidad de tiempo que los ha escondido detrás de las gafas porque está ciega igual que yo.
Maldita miopía.
Subió al auto y borré la sonrisa que tenía en mi cara, porque me veía bastante estúpido. Comencé a conducir.