Rivales, no enamorados

Capítulo 42

«Ni siquiera es tu ruta»
 

—Respecto a lo que dijiste en la mañana —dije a Tori mientras salíamos de nuestra última clase del día—, ¿qué quieres decir con que esto está comenzando?

—Franco y tú se gustan desde quién sabe hace cuánto tiempo, esto podría ser el inicio hasta de una relación a largo plazo —explicó Tori. Me dio escalofríos pensar en «una relación a largo plazo»—, no creas que va a ser un tierno besito y ya. Julia, eres muy inteligente, tienes que entenderlo, no me decepciones. Podríamos hablar sobre esto por horas si mi padre no me estuviera esperando en su casa, nos vemos mañana.

Aún dudando dije—: Bien, hasta mañana.

Busqué a mi hermano detrás de mí, estaba hablando con uno de sus compañeros de fútbol, cuando me vio se dirigió a mí. —No te voy a acompañar hoy, Jul. No voy a casa.

—¿Y eso? ¿A dónde vas? —cuestioné.

—Pero miren quién pregunta, la señorita que no me quiso decir dónde fue el fin de semana. ¿Dónde estabas?

Prefería que todo esto de Franco se mantuviera lo más oculto por ahora, así que solamente dije—: Que te vaya bien, perdedor.

—Cuídate, nerd —respondió el perdedor.

Ni siquiera contaba con la compañía de Camila en la mitad del camino porque hoy no llegó a clases, así que me puse mis auriculares y trate de caminar normal y no al ritmo de "Lovebug".

Me quitaba los auriculares cada vez que tenía que cruzar alguna calle, sería peligroso tenerlos puestos y no escuchar un auto que está cerca, ya que me gustaba escuchar la música a un volumen con el que pudiera aislar todo el ruido del exterior.

Apenas había recorrido unos doscientos metros para darme cuenta de que la música no estaba lo suficientemente alta cuando un auto negro que viajaba a toda velocidad golpeó al auto azul tan familiar.

El tráfico se detuvo por completo, aunque no era mucho un lunes a las 3 de la tarde. El sonido del golpe me dio un vuelco al corazón y aun más cuando vi quién era parte del accidente. Saqué los auriculares de mis orejas inmediatamente.

—¡Dios mío! Franco —susurré. Troté hacia su auto, apenas había recibido unos rasguños en la pintura y una abolladura en la puerta del conductor, en cambio, el auto negro estaba completamente destrozado y había quedado estrellado contra un poste de alumbrado público. Además, la fricción había dejado marcas en la carretera.

La gente comenzó a acercarse, los susurros crecieron y las señoras que andaban haciendo compras diciendo cosas como «¡Santo Dios!» eran muchas. Un hombre se dispuso a llamar una ambulancia para el conductor del otro auto, ya que estaba inconsciente.

Me acerqué a la ventana del conductor, Franco estaba reposando su cabeza en la manivela, su rostro estaba escondido entre sus brazos.

—Franco, ¿estás bien? —Toqué su hombro. No recibí respuesta, así que entré en pánico—. ¡Franco! —grité.

Franco se quejó de dolor, levantó su rostro sin un solo golpe y dijo entre quejidos—: Ese hombro me duele, Montenegro. Y la cabeza también, ¡qué voz tan aguda tienes!

—¡Ay Dios mío! ¡Estás bien! —exclamé  con felicidad.

—De hecho... Mi rodilla izquierda está muy hinchada y el hombro que ya dije me duele mucho.

—¿Puedes cambiarte de asiento?

—Supongo que sí, pero ¿para qué haría eso?

—Voy a conducir al hospital. —Rodé los ojos—. Bastante obvio.

Franco levantó una ceja, aun así se movió al asiento de copiloto con dificultad y expresiones de dolor. Subí a su auto y me puse el cinturón, su peluche de ratón rozó mi pierna, sonreí.

—Montenegro —me llamó—, todavía no nos podemos ir. Me parece que estás olvidando algo.

Pensé unos nanosegundos hasta que reaccioné. —Rayos, la policía de tránsito.

Estaba bastante claro que acababa de ocurrir un accidente de tránsito y yo estaba decidida a retirarme de ahí como si fuera una película americana. Decepcionada de mí misma y aburrida apagué el auto. Unos 45 minutos después llegó la policía, el hombre del auto negro ya se había ido en la ambulancia hace rato.

El oficial de tránsito se acercó a la ventana del conductor, su apariencia me puso tensa. Era un hombre que estaba alcanzando los 60 años, tenía la nariz ancha, pelos salían por sus fosas nasales, sus cejas pobladas eran canas y llevaba varios días sin rasurarse.

Por supuesto que el oficial dijo que el accidente había sido culpa del hombre del otro auto y que aún esperaban los resultados de sus exámenes de sangre porque era muy probable que el conductor estuviera drogado. Después de unas preguntas de protocolo pudimos partir hacia el hospital.

Franco se quejaba del dolor de su hombro cada tanto. Supuse que estaba desmontado.

Me parecía demasiado irónico que tuviera un accidente en una ruta que ni siquiera era la suya, su casa quedaba una calle atrás hacia la izquierda.

—Vaya suerte de mierda, Franco. ¿Qué hacías ahí?, esa ni siquiera es tu ruta—mencioné.

—Pero sí es la tuya —respondió.

—¿Qué?

—Tengo que confesar, aunque sea un poco vergonzoso, que la mayoría de los días te observo desde mi auto mientras te alejas del colegio hasta perderte de vista. Hoy te vi salir sola, supuse que sería bueno escoltarte. Últimamente no es seguro que las mujeres anden solas por la calle en ningún momento. —Se me revolvió el estómago al escuchar que me observa, Franco se había desviado de su camino por mí y si no lo hubiera hecho no habría tenido el accidente. Me sentía culpable, agradecida y... enamorada—. Se podría decir que es tu culpa.

—Pues te lo agradezco muchísimo, pero ¿en serio no puedes decir algo normal sin un comentario odioso al final? —reclamé.

—Lo siento, no puedo.

—Bueno, al menos esta vez n—

—Y no quiero —me interrumpió.

Cada vez que Franco era sarcástico u odioso me enojaba más conmigo misma que con él, porque esos comentarios eran una de las cosas que tanto me gustaban de él, siempre y cuando considerara que no me estaba faltando el respeto, por supuesto, pero Franco no es de esos.



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En el texto hay: confusion, amor-odio, rivalidad

Editado: 25.04.2021

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