Rivalidad Bajo Cero

❄️Rivalidad Bajo Cero ❄️

Las luces cálidas a lo lejos iluminaban mi rostro. Mis botas se hundían en la nieve blanda, esa que anuncia la primera nevada del año y te cala el ánimo para bien. Unos metros más adelante, el Mercado Navideño se alzaba frente a mí como un pequeño pueblo salido de un cuento, con sus casetas de madera, guirnaldas doradas y un olor a chocolate caliente que me golpeó de lleno.

Caminaba apresurada entre las calles, esquivando torpemente a la gente que venía en dirección contraria, cargada de bolsas y nervios prenavideños. Pasé junto a un poste con una flecha enorme apuntando hacia la entrada; tenía algo escrito en rotulador rojo, pero ni me detuve a leerlo, demasiado ocupada escuchando a Katherine y evitando chocarme con medio mundo. Mi teléfono descansaba apoyado en mi oreja mientras mi hermana hablaba sin parar.

—Solo tú puedes encontrarlo, Bri, yo no quiero pelearme con hordas de humanos comprando cosas, gracias.

Rodé los ojos aun sabiendo que no podía verla, soltando un suspiro de resignación. Kath había olvidado comprar los regalos de Navidad, como no.

—Sabes que tu concepto de ayúdame, por favor es muy parecido a hazlo tú, que me da pereza, ¿verdad? —murmuré mientras sorteaba a una pareja que casi me empuja contra un puesto de velas aromáticas.

—Ay, no exageres. Además, tú tienes mejor ojo para estas cosas —replicó ella, con ese tonito completamente descarado.

Suspiré, dejando que un pequeño vaho escapara de mis labios. Mis mejillas estaban rosadas, haciendo destacar mis pecas en la zona de la nariz. El frío calaba mi cuerpo como una corriente eléctrica por mis huesos, el viento gélido golpeaba mi rostro entre ráfagas intermitentes. Ajusté mi bufanda de lana roja, tejida con especial cariño por mi abuela Teresa, una de las pocas cosas que me quedan de su Legado y que guardo como una reliquia con mucho amor. A veces, por tonto que parezca, cuando la sostengo enredada entre mis dedos siento que está conmigo, a mi lado, recordándomela con su olor. Supongo que en estas fechas festivas es cuando todos pensamos y recordamos más en quienes ya no están.

—Eres un desastre, Kath, pero así te queremos. Veré qué puedo encontrar, aunque a estas alturas solo quedará lo que no se vendió.

Kath seguía hablando, pero mi atención ya no estaba en la llamada, sino en una caseta pequeña, discreta, casi escondida entre dos más grandes. Justo encima, un cartel escrito a mano colgaba ondeando por el viento.

La edición especial de Legado de Furia y Luz.

Mi corazón dio un vuelco contra mi pecho. La edición que llevaba semanas buscando, la que estaba agotada en todas partes y la que yo había asumido que nunca tendría en mis manos. Colgué la llamada sin siquiera despedirme.

—Lo siento, Kath... prioridades literarias —susurré para mí misma mientras me lanzaba hacia el puesto.

Mis pasos se aceleraron sobre la nieve, respirando como si de pronto hubiera empezado una maratón. Extendí la mano para coger el libro, ya saboreando el tacto de la portada, esa sensación de logro que solo entiende alguien que vive en las páginas... Pero otra mano llegó al mismo tiempo. Una mano fría, elegante, con un anillo plateado que parecía sacado de otra época. Nuestros dedos chocaron sobre el libro y yo levanté la vista.

El desconocido frente a mí sonreía con la satisfacción de alguien que cree que el universo entero le pertenece. Tenía ese aire imposible de ignorar: postura impecable, gabardina oscura, ojos calculadores... una especie de rey sin corona paseando entre mortales. Todo en él, respiraba una elegancia tallada en hielo.

Primus adprehendit, primus meretur —dijo con una suavidad casi ofensiva—. El primero que lo toca, se lo queda.

—Ajá. ¿Y no podías decirlo directamente sin... eso? —respondí, señalándolo con el mentón.

—El latín nunca pasa de moda. Lástima que el resto del mundo, sí.

Parpadeé, incrédula. ¿En serio?

—Mira, me disculpo ya de antemano, pero llevo semanas buscando esta edición —dije intentando no sonar desesperada—. Y estaba aquí antes, solo que mi hermana habla mucho y...

—Mis condolencias —respondió él con un gesto casi teatral, cortándome—. Pero yo también llevo tiempo detrás del libro y mis prioridades no se distraen con llamadas.

Quise contestarle, pero el mercader intervino, frotándose las manos como si aquello fuera el mejor entretenimiento de su tarde.

—A ver, jóvenes, solo queda uno. Convencedme, quién de los dos se lo queda.

Rodé mis ojos, bufando y pensé: Perfecto, mi vida siempre había necesitado un concurso improvisado de persuasión navideña.

Abrí la boca para hablar, pero entonces... algo que empezó a caer del cielo, silenció mis palabras quedándose enredadas en mi lengua. Era nieve, pero solo encima de nosotros como si una nube privada nos siguiera a medida que discutíamos y un coro cercano, que hacía un minuto cantaba Campana sobre campana, cambió de golpe a: "Dos almas se encuentran entre páginas y luz..."

Me quedé muy quieta, desconcertada y el desconocido también por su expresión.

—Esto es... raro, ¿no? —pregunté en voz baja, murmurando para mí misma.




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