Robando corazones

Capítulo 1

La noche en Sevilla estaba cargada de murmullos y ecos. Los adoquines del centro histórico reflejaban la luz cálida de los faroles y las risas resonaban desde los salones de un edificio antiguo, restaurado para convertirse en el escenario de una fiesta exclusiva. La Catedral, a pocos pasos de distancia, vigilaba la noche como un gigante de piedra, indolente ante los secretos que allí se tejían.

Entre los invitados, vestidos con trajes oscuros y vestidos de seda, se movía Carlota, quien había logrado colarse sin levantar sospechas. Su cabello oscuro estaba recogido con elegancia, y su vestido negro, sencillo pero adecuado, era suficiente para pasar desapercibida. A sus ojos, esta fiesta era simplemente otro terreno de caza. Entre copas de vino caro y sonrisas forzadas, sabía que esa noche tenía un objetivo claro: conseguir información sobre el paradero de un antiguo anillo, una reliquia familiar que había pertenecido a sus ancestros y que ahora estaba en manos de una de las familias más influyentes de Sevilla.

El anillo tenía un valor incalculable, no solo por su antigüedad y rareza, sino también por el simbolismo. Recuperarlo sería un acto de justicia personal, una forma de restaurar el honor perdido de su familia. Sabía que la persona que ahora poseía el anillo asistía a esta fiesta, y su misión era acercarse lo suficiente para oír algo útil, algún dato que la llevara hasta su objetivo.

El salón estaba lleno de gente. Grupos de empresarios y figuras de la alta sociedad conversaban en susurros, los mismos que traían a la ciudad sus fortunas y conexiones, algunos de ellos involucrados en negocios oscuros que, sin embargo, se mantenían ocultos detrás de una fachada de respetabilidad. Carlota caminó con paso firme y sereno entre la multitud, cuidando cada movimiento, cada palabra. Para todos, ella era solo una desconocida más, otra figura elegante en el decorado de una noche de lujo.

Mientras tanto, Armando observaba desde un rincón de la sala, con sus ojos recorriendo cada detalle. Había sido asignado para investigar una red de tráfico de antigüedades, y había sospechas de que este evento sería el punto de encuentro para algunos de los traficantes. Como agente de la policía, no podía dejar pasar la oportunidad de captar información en tiempo real, conocer las caras de aquellos involucrados y, si tenía suerte, encontrar alguna pista sólida.

Era joven, ambicioso, y su mirada delataba la agudeza de quien no baja la guardia. Estaba vestido con un traje oscuro que le daba un aire de respetabilidad, y aunque intentaba mezclarse entre los invitados, su actitud de constante observación lo separaba de los demás. Sus superiores le habían advertido sobre no levantar sospechas, pero él sabía que no podía dejar pasar ni un solo detalle.

Cuando sus ojos se posaron en Carlota, algo en ella llamó su atención. No podía decir qué, exactamente, pero había algo en su forma de moverse, en el modo en que esquivaba las miradas, que la hacía distinta al resto de los invitados. Fingiendo un aire de casualidad, se acercó lo suficiente para escuchar su voz, un tono bajo y melodioso, mientras ella conversaba con un hombre mayor.

La chica sintió la presencia de Armando antes de verlo. Era un instinto que había desarrollado a lo largo de años de supervivencia y huida. Se dio cuenta de que alguien la observaba, y en un breve vistazo a su alrededor lo localizó: un hombre que parecía fuera de lugar, con una mirada demasiado inquisitiva para alguien en un evento social. No podía arriesgarse a ser descubierta, pero si algo había aprendido, era que a veces el mejor modo de evitar sospechas era enfrentarlas de frente.

Se acercó a una de las mesas, donde estaban servidos unos cócteles, y esperó a que él se aproximara, dispuesta a interpretar su papel hasta el final.

Armando, quien había observado sus movimientos con creciente interés, vio la oportunidad perfecta para acercarse. Fingiendo que iba a tomar una copa, llegó hasta ella y, con una sonrisa cautivadora, le ofreció una bebida.

—¿No es demasiado tarde para estar tan sola en una fiesta como esta? —le preguntó, con un tono casual y con una mirada que evaluaba cada una de sus reacciones.

Ella sonrió, mas mantuvo la guardia en alto. Su respuesta fue medida, calculada, cargada de la elegancia que sabía que debía proyectar.

—¿Tarde? Pensé que la noche solo comenzaba —replicó con una leve sonrisa—. Y créame, no estoy tan sola como parece.

Él alzó una ceja, captando su sutileza y notando que esta mujer no era como las demás. Su apariencia era pulcra, su postura impecable, pero su mirada contenía una chispa de desafío, una especie de reto silencioso.

—No recuerdo haberla visto antes en eventos como este —la frase estaba cargada de curiosidad y, aunque intentaba sonar casual, en realidad era un primer intento de presionarla para que revelara más de lo necesario.

La chica lo miró directamente a los ojos, resistiendo la presión con una seguridad que lo desconcertó.

—Bueno, creo que siempre hay una primera vez, ¿no le parece?

Ambos compartieron un silencio tenso. Ella estaba evaluando si él podría ser una amenaza real, y él, buscando algún indicio de que aquella mujer no era solo una invitada más. Finalmente, el policía esbozó una sonrisa, aparentemente satisfecho y dijo:

—Supongo que tiene razón. Espero que disfrute de la fiesta.

Sin decir más, se dio la vuelta y se alejó, aunque manteniendo a Carlota dentro de su campo de visión. Algo en ella seguía llamando su atención, aunque no podía precisar qué.




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