El barrio de Triana lucía en su esplendor bajo las luces de la noche. La música y las risas de la gente llenaban las estrechas calles, donde se celebraba un evento privado en una de las casas más antiguas y prestigiosas de la zona. El lugar, custodiado por guardias y decorado con elegancia, estaba lleno de invitados, y entre ellos, vestida con discreción y elegancia, se encontraba Carlota.
Había pasado días planificando este golpe. El collar que ahora estaba en manos de los Álvarez era su próxima conquista, y este evento era la oportunidad ideal para recuperarlo.
Había entrado como una invitada más, su figura camuflada en el bullicio y el vaivén de los asistentes. Con un vestido negro que la envolvía como una sombra, su presencia se deslizaba entre los murmullos y los brindis de la noche.
Armando, por otro lado, no estaba allí por casualidad. Llevaba semanas siguiendo el rastro de robos de antigüedades que parecían tener un patrón. Con el tiempo, había llegado a reconocer la sutil firma de “La Gata” en cada uno de ellos, y no había descansado hasta obtener la misión encubierta de esa noche. Sabía que, si sus sospechas eran correctas, ella estaría allí, buscando algún otro objeto valioso.
Alrededor de medianoche, Carlota aprovechó un momento en que el salón principal se vació un poco. Con la destreza y el sigilo que había perfeccionado a lo largo de los años, se deslizó hacia el gabinete donde el collar estaba expuesto, envuelto en un halo de luz suave. Asegurándose de que nadie la observaba, abrió el gabinete con una facilidad que revelaba su experiencia. Pero, justo en el momento en que sus dedos se cerraron alrededor del collar, una voz conocida la hizo congelarse.
—¿No te enseñaron a no tocar lo que no es tuyo?
Ella se giró lentamente para encontrarse de nuevo con la mirada intensa de Armando, que la observaba con esa mezcla de desafío y curiosidad que tanto la desconcertaba. Estaba a solo unos pasos de ella, vestido como uno de los invitados, aunque con esa postura alerta que dejaba en claro que no era solo un espectador. Sus ojos parecían captarlo todo, desde el temblor de sus dedos hasta el brillo de las joyas entre sus manos.
—Lo que yo toco rara vez vuelve a ser de otro —respondió ella, ocultando la sorpresa que sentía al verlo allí, enfrentándola otra vez.
Él se acercó un paso más, con su voz baja y cargada de advertencia dijo:
—Ya es la segunda vez que te encuentro en estas circunstancias. Debería arrestarte aquí mismo.
Ella esbozó una sonrisa desafiante.
—Eso, claro, si puedes atraparme.
Antes de que él pudiera responder, ella giró sobre sus talones y salió corriendo. La adrenalina recorrió sus venas mientras escuchaba los pasos de él siguiéndola, cada vez más cerca. Se movió con rapidez, cruzando las puertas del salón y perdiéndose entre la multitud, mientras el ruido de la música y las voces de los invitados parecían disolver la tensión del momento.
Pero Armando no cedió. Conocía las callejuelas de Triana y tenía la ventaja de estar preparado para un escape en cualquier dirección. La persiguió por los estrechos pasillos y las pequeñas escaleras, observando cómo ella zigzagueaba entre los edificios en un intento de confundirlo. Sin embargo, él no iba a rendirse. No esta vez.
Finalmente, la persecución los llevó a una pequeña plaza entre las sombras, un espacio vacío donde no había dónde esconderse. Ella, con el collar aún en la mano, se dio cuenta de que estaba atrapada. Él se acercó, respirando entrecortadamente, con sus ojos fijos en ella.
—Te advertí que no te dejaría escapar —dijo el policía con un tono a la vez firme y bajo, como si estuviera tratando de controlarse.
Carlota lo observó con una mezcla de desafío y algo más que no podía identificar, una chispa de atracción que la tomó por sorpresa.
—Siempre puedes intentarlo —respondió, en un susurro que era casi una invitación.
Pero antes de que alguno pudiera dar el siguiente paso, un grupo de guardias apareció al fondo de la plaza. Uno de ellos gritó en su dirección, al darse cuenta de la situación.
Sin pensarlo, ella tomó a Armando de la mano y lo arrastró hacia una calle lateral, llevándolo a una pequeña taberna en la esquina, oscura y casi vacía. Los dos se deslizaron dentro y se refugiaron en un rincón apartado, respirando con rapidez y escuchando los pasos de los guardias pasando por afuera. Al estar tan cerca, sintieron el latido de sus corazones acelerados, creando un extraño ambiente de tensión y cercanía.
Él la miró con una mezcla de incredulidad y algo que se parecía al deseo. Estaba enfadado consigo mismo por haber dejado que ella lo arrastrara, pero al mismo tiempo, no podía apartar sus ojos de ella.
—¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó, intentando mantener su tono profesional, aunque su voz traicionaba la curiosidad.
Ella se encogió de hombros, aún recuperando el aliento.
—Porque parecías tan empeñado en atraparme que no me dejaste otra opción. Además… —bajó la voz, mirándolo con esa chispa desafiante— no soy de las que deja que otros hagan el trabajo sucio por mí.
El policía sintió que sus palabras encendían algo en él, una mezcla de desafío y atracción que no había experimentado antes. Por un instante, olvidó que estaba hablando con una ladrona. Ella le sonreía, burlona y con una vulnerabilidad oculta en sus ojos, como si él fuera el único que pudiera ver más allá de la fachada que presentaba al mundo.