La mañana sevillana tenía un aire inusualmente frío cuando Armando recibió una carta anónima en la puerta de su pequeño apartamento en el centro. El sobre, sin remitente, contenía solo una nota breve: “Nos veremos donde empieza la leyenda. Medianoche.”
No necesitaba más para saber quién estaba detrás de esa invitación. Solo ella podía ser tan directa y elusiva al mismo tiempo. Desde su último encuentro en Triana, no había podido quitarse de la cabeza la mezcla de desafío y vulnerabilidad que vio en sus ojos. Aquella ladrona había encendido una chispa en él, y ahora parecía estar jugando con esa atracción inexplicable, aunque también peligrosa. Mas el mensaje lo inquietaba, no solo por su contenido, sino porque ella se estaba arriesgando a contactarlo de nuevo. Era evidente que algo importante había cambiado.
Esa noche, el joven policía se dirigió a la Torre del Oro, uno de los sitios más icónicos de la ciudad. La leyenda y la historia envolvían a la antigua torre, y en aquella medianoche desierta, el silencio de las aguas del Guadalquivir daba un toque inquietante al ambiente. La figura de Carlota emergió de las sombras con la misma elegancia sigilosa de siempre, vestida de oscuro, con su rostro semi escondido bajo la luz tenue.
—¿Un lugar emblemático, no crees? —dijo ella, rompiendo el silencio con una sonrisa que apenas era una sombra en sus labios.
—Directo al grano, Gata. ¿Por qué estoy aquí? —respondió él, ocultando su incomodidad detrás de una máscara de profesionalismo.
Ella inclinó ligeramente la cabeza, evaluando su expresión con detenimiento antes de responder:
—He encontrado algo que puede interesarte. Alguien más está detrás de las antigüedades que tanto te obsesionan. Y no me refiero solo a mí —clavó su mirada en él—. Hay alguien con planes mucho más oscuros y ambiciosos que los míos.
Él cruzó los brazos con el ceño fruncido. La idea de un tercero involucrado en los robos lo inquietaba, pero tampoco podía dejar de lado el hecho de que ella era una criminal. Aun así, algo en su tono le decía que estaba siendo sincera, o al menos tan sincera como podía ser alguien en su posición.
—¿Por qué debería creerte? —preguntó él con escepticismo.
Ella soltó una breve risa, casi burlona.
—No tienes por qué hacerlo. Pero si no hacemos algo, tarde o temprano, este nuevo jugador nos afectará a ambos. Y algo me dice que ni tú ni yo queremos que eso pase.
El policía la observó en silencio, midiendo sus palabras. A regañadientes, asintió, reconociendo que no tenía muchas opciones. Si había otra persona involucrada, y especialmente alguien tan ambicioso y peligroso como ella insinuaba, era mejor trabajar juntos. Por ahora.
—De acuerdo —contestó para romper el silencio—. Establezcamos las reglas desde el inicio. Esto es una alianza temporal. Nada de confiar ciegamente en el otro.
Ella asintió, con su sonrisa desapareciendo para dar paso a una expresión más seria.
—Perfecto. Nos limitamos a compartir lo necesario. Sin preguntas personales.
Sin embargo, mientras continuaban conversando, ambos comenzaron a revelar pequeños fragmentos de sí mismos, casi sin darse cuenta. A medida que discutían posibles rutas y movimientos del supuesto tercer jugador, pequeños detalles de sus vidas se entrelazaban en la conversación. Fue Armando quien, sin planearlo, dejó entrever que venía de una familia de clase trabajadora, donde la corrupción había afectado directamente a los suyos. La razón por la que eligió convertirse en policía era simple: hacer justicia a aquellos que, como su familia, no tenían voz en un sistema corrupto.
Ella lo escuchó con atención, y aunque no respondió inmediatamente, sus ojos mostraron una chispa de comprensión. Le sorprendía ver ese lado de él, tan diferente al oficial severo y determinado que la había perseguido por las calles de Triana. Cuando él finalmente notó su mirada, desvió la vista, incómodo.
—No es como si me interesara tu historia —se apresuró a decir, con una sonrisa que pretendía ser despectiva, aunque ella sabía que él había captado la vulnerabilidad en su voz.
La chica suspiró, recordando los detalles de su propio pasado, los cuales habían moldeado sus motivaciones. Sin embargo, se mantuvo firme en no revelar demasiado, no tan pronto. La sombra de la traición que sufrió su familia aún dolía demasiado. Solo le explicó que no todo era lo que parecía y que sus razones iban más allá de la codicia o la ambición.
Durante los días siguientes, ambos trabajaron juntos, investigando y vigilando movimientos en los círculos del mercado negro. No era fácil colaborar, ya que cada uno desconfiaba de los métodos del otro. Carlota prefería las maniobras sutiles y estratégicas, mientras que él insistía en el rigor y la precisión. Sin embargo, a medida que pasaban más tiempo juntos, ambos descubrieron que sus habilidades se complementaban, y esa extraña conexión que surgía entre ellos se volvía más difícil de ignorar.
Una noche, mientras compartían una conversación tensa en un pequeño café escondido en una calle poco transitada de Sevilla, él la miró con curiosidad y le preguntó:
—Hay algo que no me cuadra. ¿Por qué te importa tanto esto? Podrías haberte mantenido al margen, seguir robando sin complicarte la vida con alguien como yo o con ese otro “enemigo” que mencionas.