Carlota y Armando caminaban por los pasillos imponentes y majestuosos del Archivo General de Indias. Las paredes cubiertas de mapas antiguos y documentos amarillentos exudaban historia, recuerdos de imperios pasados y secretos enterrados. Desde su tregua en la Feria de Abril, la tensión entre ambos se había intensificado, pero también lo había hecho su propósito en común: descubrir los secretos que rodeaban a la familia aristocrática y el tráfico de antigüedades. A pesar de sus diferencias, su obsesión compartida los había empujado a buscar respuestas juntos en ese laberinto de archivos, y hoy, tras semanas de investigación, habían logrado obtener acceso a una colección de documentos restringidos sobre una de las familias más influyentes de Sevilla.
Ella estaba concentrada en un documento que había encontrado: una carta escrita en el siglo XVIII, donde se hablaba de una traición. Al parecer, uno de los antepasados de esta familia aristocrática había jugado un papel clave en una serie de intrigas políticas y económicas, acciones que habían terminado destruyendo a varias familias sevillanas, incluyendo, sospechaba la chica, la de su propia sangre.
Sin embargo, mientras ella se sumergía en el dolor de esos viejos registros, Armando estaba cada vez más inquieto. Apenas hacía unas horas, había recibido una orden de sus superiores para entregar todo lo que sabía sobre la joven, incluyendo pruebas de sus robos y cualquier dato que pudiera incriminarla en el tráfico de antigüedades. Él había evitado dar detalles hasta ahora, protegiéndola de cualquier manera que podía, mas la presión era cada vez mayor. Sabía que su carrera estaba en juego, pero la idea de traicionar a la joven, alguien a quien había llegado a conocer más allá de los robos y las mentiras, lo atormentaba.
De repente, Carlota levantó la vista de los papeles, notando el gesto preocupado de él.
—¿Todo bien? —preguntó, intentando descifrar la inquietud en su rostro.
—Sí, claro —contestó él, aunque con un tono algo distante—. Solo me preocupa que... estamos moviéndonos en terreno peligroso. No es solo una familia poderosa, sino toda una red de influencias.
Ella asintió, sin sospechar la verdadera razón de su turbación.
—Por supuesto que es peligroso, pero ya estamos demasiado involucrados. No puedo abandonar esto ahora, no cuando estoy tan cerca de obtener respuestas.
Él suspiró, sabiendo que su deber y su conciencia estaban en conflicto directo. Si decía algo más, arruinaría cualquier atisbo de confianza que había logrado construir con ella. Y sin embargo, el reloj seguía avanzando, y la presión de sus superiores aumentaba.
Al salir del Archivo, decidieron dirigirse al Alcázar, donde, según las pistas que habían reunido, se encontraba el último eslabón de su investigación. La familia aristocrática había donado varias piezas de arte al palacio en los últimos siglos, y el mismo broche que Carlota estaba buscando figuraba en una lista de objetos que alguna vez fueron propiedad de esta familia, ahora guardados en la colección privada del lugar.
Mientras recorrían las habitaciones del Alcázar en busca de registros o información adicional, el ambiente entre ellos se volvió más tenso. El eco de sus pasos resonaba en los altos techos decorados con azulejos moriscos, y las miradas de reyes y nobles en los retratos antiguos parecían juzgarlos desde las paredes.
Armando, cada vez más atrapado en su dilema, se detuvo frente a una ventana y miró hacia el exterior, tratando de encontrar claridad. Sabía que sus superiores no iban a esperar mucho más, y que cualquier demora podría costarle el respeto de sus compañeros o, peor aún, su propio futuro en la policía.
—Gata —dijo finalmente para romper el silencio mientras ella revisaba un mural que representaba una escena de la Reconquista—. Si supieras que... hay riesgos mayores para ambos, ¿tomarías alguna precaución?
Ella se giró, confusa.
—¿Qué quieres decir?
—Este caso es complicado, y no somos los únicos investigando a esta familia —intentó explicar, sin decir demasiado—. Podrías estar en peligro si sigues por este camino.
Ella lo observó por un momento, intentando leer entre líneas. Con el tiempo, había aprendido a descifrar sus expresiones, y lo que vio en sus ojos la inquietó.
—No necesito que me protejas, poli —dijo mientras mantenía la distancia emocional que siempre se esforzaba por preservar—. Sé cuidar de mí misma, y, además, tú tienes tu trabajo. No hay necesidad de que cargues con mi historia también.
No obstante, él no podía apartar la culpa de su mente. Y tampoco pudo reunir el valor para decirle la verdad: que sus superiores ya le habían pedido entregarla. Que él, por lealtad al sistema, estaba atrapado en una situación que implicaba traicionarla. Así que se limitó a asentir y siguió adelante.
Esa noche, mientras repasaba mentalmente cada paso de su investigación, Carlota notó algo extraño. Alguien había mencionado su nombre en uno de los bares del barrio de Triana, insinuando que la policía estaba tras ella con información fresca. Aunque al principio intentó ignorarlo, la sospecha comenzó a inquietarla. ¿Cómo alguien podría saber su nombre si había sido tan cuidadosa?
En un impulso, decidió seguir esa pista. Durante varias noches, escuchó rumores en los círculos del mercado negro, y finalmente confirmó lo que más temía: alguien de la policía la había señalado, entregando información detallada sobre ella y sus operaciones. Su mente de inmediato pensó en Armando. Después de todo, él era el único policía con el que había tenido contacto directo en las últimas semanas, y el único que sabía sobre sus recientes movimientos.