Carlota y Armando se encontraban en una habitación escondida en los bajos de Sevilla, donde el bullicio de la ciudad no llegaba y el silencio era su único cómplice. Ambos sabían que estaban al borde de algo irreversible. Tras la noche que habían compartido, ninguno de los dos podía fingir que las emociones no existían. Pero también sabían que sus vidas y sus lealtades los llevarían inevitablemente a caminos separados.
Con un aire de resignación, la chica extendió un mapa antiguo sobre una mesa desgastada, iluminado apenas por la luz tenue de una lámpara. Él se inclinó junto a ella, observando con atención cada línea y esquina de las calles y pasajes que rodeaban la mansión de la familia a la que ella había jurado hacer pagar.
—Este medallón es la clave de todo —dijo, sin apartar la vista del mapa—. Cuando era niña, mi padre me contaba historias de cómo nuestra familia había prosperado gracias a los secretos que guardaba este medallón. Se decía que era un símbolo de poder, pero también contenía documentos incriminatorios que protegían a la familia noble de los rumores sobre su traición. Los secretos sobre cómo se aliaron con quienes destruyeron a mi familia están ahí, guardados en él.
El chico asintió. Había escuchado esas historias antes, mas nunca con tanto detalle. La familia noble había mantenido su estatus a lo largo de los años gracias a acuerdos turbios y alianzas que nadie cuestionaba, sin embargo, ella había pasado años documentando cada prueba, cada rastro que la condujera a la venganza que tanto anhelaba.
—¿Y cómo planeas entrar? —preguntó él, mirando el mapa con una mezcla de interés y preocupación.
—Mañana a medianoche, durante la gala de la familia, es el momento perfecto. Todos estarán en el salón principal, distraídos. Puedo colarme en la habitación donde guardan sus piezas de valor y, con suerte, el medallón.
El joven le lanzó una mirada cargada de dudas. Sabía que un simple robo no iba a ser fácil. Esa familia tenía los recursos suficientes para proteger sus posesiones, y la seguridad de la mansión no iba a ser fácil de eludir.
—No puedes hacer esto sola. La seguridad será estricta, y no podemos olvidar que tú eres una fugitiva y yo… bueno, yo sigo siendo policía. No puedo ayudarte sin cruzar una línea que será difícil de borrar después de esto.
Ella lo miró con una mezcla de agradecimiento y tristeza. Sabía que estaba pidiendo demasiado, pero también entendía que, sin su ayuda, las probabilidades de éxito disminuían considerablemente.
—No te estoy pidiendo que lo hagas por mí —respondió con firmeza—. Solo quiero que sepas que, después de esto, puedes volver a tu vida, seguir adelante y olvidar que me conociste. Pero yo no puedo darme por vencida. No después de tanto tiempo.
Él asintió, mas el conflicto en sus ojos era evidente. Durante un largo instante, el silencio llenó la habitación mientras ambos absorbían el peso de sus decisiones.
Finalmente, Armando tomó una profunda respiración y habló:
—Entonces hagámoslo. Si este es nuestro último golpe, quiero asegurarme de que te vayas de aquí con lo que has buscado toda tu vida. Pero hay algo que quiero saber antes. ¿Qué harás después de esto, Gata? ¿Qué significa para ti lograr esta venganza?
La joven guardó silencio, sorprendida por la pregunta. Hasta ahora, no se había permitido pensar más allá de este momento. Su vida había girado en torno a recuperar lo que le fue arrebatado y a hacer pagar a quienes le quitaron a su familia. No obstante, al enfrentarse a la posibilidad de cerrar ese capítulo, se dio cuenta de que no sabía cómo sería su vida después de conseguir su objetivo.
—Supongo que… seguiré adelante. Tal vez en otro lugar, otra ciudad donde pueda empezar de nuevo —respondió finalmente, aunque su voz no sonaba del todo convencida—. Aunque primero debo asegurarme de que la verdad salga a la luz. Nadie más debería sufrir por sus mentiras.
Él le tomó la mano suavemente y le aseguró:
—Entonces, nos aseguraremos de que obtengas lo que necesitas y que esas verdades salgan a la luz. Y después… bueno, ya veremos.
El plan quedó en silencio sobre la mesa, sólido en su simplicidad y desesperante en sus riesgos. Decidieron entrar por el ala este de la mansión, una zona menos transitada y sin acceso directo a las cámaras de seguridad. La alarma se encontraba en la planta baja, y él se encargaría de desactivarla mientras ella avanzaba hacia la bóveda secreta donde se encontraba el medallón.
A la medianoche del día siguiente, ambos se encontraban a las afueras de la mansión, camuflados en la sombra, observando el ir y venir de la alta sociedad sevillana. La noche era fresca, y la luna llena iluminaba el ambiente con un resplandor etéreo. El corazón de la chica latía con fuerza, y podía sentir el nerviosismo del policía a su lado.
Cuando el flujo de invitados comenzó a disminuir, ambos se deslizaron a través de un acceso lateral hasta llegar al patio trasero. Él desactivó la primera alarma, y avanzaron con cautela hasta la puerta que los llevaría al pasillo hacia la bóveda.
Armando susurró mientras miraba el dispositivo de seguridad:
—La alarma principal está desactivada, pero solo tenemos unos minutos antes de que los guardias vuelvan a patrullar. Nos moveremos rápido.
Carlota asintió, su rostro reflejaba concentración y tensión mientras avanzaba por el pasillo oscuro. Cada paso que daban los acercaba al objetivo, mas también aumentaba el riesgo. Finalmente, llegaron a la puerta blindada de la bóveda, donde descansaban las piezas de valor de la familia.