Robando corazones

Capítulo 10

La noche caía sobre Sevilla, bañando la Plaza de España en una mezcla de luces y sombras que dotaban al lugar de un aire de misterio y grandiosidad. La plaza, con sus arcos imponentes y sus majestuosas torres, se llenaba de gente que asistía a una gala benéfica organizada por la familia aristocrática que, sin saberlo, estaba a punto de enfrentar su mayor humillación.

Carlota se movía entre la multitud con la gracia de quien ha hecho de la discreción un arte. Sabía que este era su momento; el documento dentro del medallón que había recuperado contenía la verdad detrás de la traición que destruyó su vida y la de su familia. La familia que organizaba esa gala benéfica había sido la responsable de la ruina de sus antepasados, y esta noche ella revelaría ese oscuro pasado ante todos los presentes, incluyendo a otros miembros influyentes de la ciudad que jamás habían cuestionado su posición.

El medallón que colgaba de su cuello parecía arder con un brillo especial, como si la historia que llevaba oculta por tanto tiempo estuviera ansiosa de salir a la luz. Dentro, un compartimento secreto escondía el documento que confirmaba la traición de la familia: una carta firmada por su antepasado, quien, en una alianza deshonesta, se había apoderado de las propiedades y fortuna de la familia de la chica. Esa carta estaba dirigida a un alto funcionario que, años después, ayudaría a la familia rival a consolidar su posición en Sevilla a costa de quienes habían perdido todo.

Armando, por su parte, permanecía cerca de una de las arcadas, observándola con preocupación. Sabía que ella estaba decidida a ejecutar su plan, y aunque su conciencia lo urgía a detenerla, no podía ignorar el deseo de ayudarla. Sabía que, al hacerlo, estaba comprometiendo su propia moral y rompiendo los juramentos que había hecho como policía. Pero después de todo lo que habían vivido juntos, después de haber escuchado su historia y visto su determinación, había llegado a comprender la profundidad de su dolor y la justicia que buscaba.

Cuando la música se detuvo y las luces se atenuaron, la joven se deslizó hacia el centro de la plaza. Desde allí, con el medallón en la mano, miró a los asistentes, entre los que se encontraban miembros de la élite sevillana y la familia que ella odiaba con tanta intensidad. Era el momento. Con un solo movimiento, extrajo el documento del medallón y lo levantó para que todos pudieran verlo.

—Sé que muchos de ustedes han venido aquí esta noche para apoyar una causa noble —comenzó, con una voz firme que captó la atención de todos—. Sin embargo, estoy aquí para revelarles la verdad detrás de esta familia que ha mantenido su poder a través de mentiras y traiciones.

Un murmullo de confusión y asombro se extendió entre los asistentes. El policía, oculto en las sombras, se preparó para intervenir si algo salía mal. Su corazón latía con fuerza; sabía que una vez que ella hablara, no habría vuelta atrás para ninguno de los dos.

—Este medallón —continuó la muchacha, con voz clara— pertenecía a mi familia antes de que ellos nos arrebataran todo. Dentro de él, he encontrado la prueba de una traición que marcó nuestra ruina. Mi familia fue despojada de sus bienes, de su dignidad, y esta carta es la evidencia de esa traición.

Uno de los hombres de la familia noble, quien era el anfitrión de la gala, avanzó hacia ella con una sonrisa tensa y palabras suaves, aunque sus ojos estaban llenos de una furia apenas contenida.

—Señorita, le pediría que se detenga. No sé de qué está hablando, pero esta es una noche para la caridad, no para ofender a quienes trabajamos para mejorar esta ciudad —dijo con un tono de falsa cordialidad.

Carlota mantuvo su posición y prosiguió:

—Lo que les muestro hoy es la historia oculta de esta familia y de sus prácticas corruptas. El hombre que firmó esta carta era un miembro de su linaje, y es la prueba de cómo traicionaron a aquellos que confiaban en ellos. Mi familia fue víctima de esa traición, y esta noche, Sevilla sabrá la verdad.

La tensión en la plaza se podía cortar con un cuchillo. Los invitados susurraban, sorprendidos por las acusaciones y por la firmeza con la que aquella mujer desconocida exponía la verdad.

De repente, varios guardias de seguridad comenzaron a moverse en dirección a ella, aunque antes de que pudieran alcanzarla, Armando apareció para interponerse entre ella y ellos. Sabía que no tenía más remedio que intervenir; su lealtad hacia ella había sobrepasado cualquier obligación profesional.

—Alejaros —dijo con voz autoritaria—. Yo me encargaré de esta situación.

Los guardias vacilaron, reconociendo al chico como un miembro de las fuerzas del orden. Sin embargo, la expresión en su rostro era más sombría de lo usual. Los guardias retrocedieron, mas su mirada desconfiada dejaba claro que no se retirarían por mucho tiempo.

Carlota miró al joven con gratitud y sorpresa. Ambos sabían que cualquier posibilidad de salir de esto sin consecuencias se había evaporado. Pero él no la abandonaría ahora, no después de todo lo que habían compartido.

—Vámonos de aquí, Gata. Ya has hecho lo que viniste a hacer —le susurró.

Ella asintió, sosteniendo el medallón contra su pecho. Con una última mirada a los asistentes, dio media vuelta y siguió al policía hacia una de las salidas de la plaza.

Mientras se adentraban en las sombras de una de las calles adyacentes, escucharon el eco de voces en el fondo, algunos gritos, otros llamando a los guardias. Sabían que la persecución no tardaría en comenzar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.