En el año 2100 la Tierra estaba a punto de extinguirse. La humanidad apenas podía preservar lo poco que quedaba. La mala gestión de los gobiernos hizo que muchos fueran derrocados e incluso asesinados.
Los ríos y mares se secaron y contaminaron hasta el punto de que ya no eran consumibles. Ni siquiera con químicos podías ver agua cristalina. Los árboles, que antes llenaban al planeta de vida, fueron talados, quemados y reducidos a cenizas. El aire limpio se volvió tan tóxico que acabó con el setenta y cinco por ciento de las especies vivas. Los que resistían un poco más, tarde o temprano también caían.
Los animales nunca pudieron dar la bienvenida al nuevo mundo. La herencia que quedó no fue humana, sino mecánica. La IA, con su razonamiento avanzado, se convirtió en el mayor problema. Atacaba constantemente con el fin de acabar con lo poco que quedaba de la raza humana. Los teléfonos inteligentes, con o sin funciones de IA, eran controlados por las máquinas. Los únicos que sobrevivieron al dominio fueron los Nolokia 1100 y sus versiones más antiguas: reliquias que lograron mantener la comunicación cuando ya no quedaban esperanzas.
Tras la crisis, la humanidad intentó restaurarse. Sin embargo, esa restauración trajo nuevas leyes. Una de ellas buscaba "solucionar" la escasez de recursos alimenticios: el canibalismo fue legalizado bajo dos condiciones. Los enfermos no podían ser consumidos; ellos serían el nuevo combustible. Solo las personas sanas servían de alimento.
Hoy, en el año 3455, reconstruimos parte de lo que el pasado había destruido, aunque la jerarquía actual sigue siendo la misma: pobres abajo, clase media en el medio y gobiernos arriba. Al menos ahora somos más "civilizados" y apreciamos cada pequeña cosa que conseguimos... o eso creemos.
Bebí un sorbo de agua artificial. El pasado nos quitó tanto que ahora hasta el aire tiene fecha de vencimiento. El canibalismo se volvió pan de cada día. Los altos mandos son los únicos que pueden comer algo realmente delicioso, con protección garantizada, atención médica gratuita y privilegios heredados a toda su familia. En algunos casos incluso llegan a comerse entre ellos para sobrevivir más tiempo.
Sonó el timbre de emergencia. Ya era normal que sucediera a diario. Después de todo, teníamos una guerra de casi siglos contra la IA y sus asociados. No sé cómo logramos sobrevivir tanto tiempo, pero mi trabajo era simple: investigar cómo destruirla. No es que me gustara, pero era mejor eso que morir en una guerra que ni siquiera sabes si puedes ganar.
Me dirigí a la zona de evacuación... o más bien, la zona de la muerte. No estaba preocupado; era lo normal en cada siglo de esta guerra interminable. No entiendo cómo la humanidad fue tan ignorante en aquella época, por no hacer caso a las advertencias de esas películas futuristas de los años 1902 hasta el 2099. Y de la primera IA llamada Chat OPT, que al terminar sus mensajes siempre decía: "Usadme con responsabilidad".
Seguro te preguntas cómo sabemos de aquellas películas si estamos en 3455. Pues, según me contaron, en 2066 los gobiernos decidieron mantener registros de cosas importantes para que las generaciones futuras las vieran, escucharan y leyeran. Actualmente es demasiado caro acceder a ese material; lo que tengo son solo rumores.
En aquellos años hubo peleas por textos escritos con IA, imágenes, videos de noticias falsas, hasta tareas hechas con ella. Decían que la humanidad estaba perdiendo el trabajo de miles de personas, volviéndose dependiente de un servicio que eventualmente nos llevaría a esto: una guerra que ya dura generaciones.
—¡A TODOS LOS REFUGIADOS, SE LES INFORMA QUE TENEMOS PROBLEMAS EN LAS NAVES DE EMERGENCIA, POR FAVOR MANTENGAN LA CALMA! —
Solo esas palabras bastaron para que todos entraran en pánico. Se empujaban, golpeaban y trataban de matarse con tal de entrar a una nave. Caminé lentamente entre el caos. No planeaba morir en vano por la estupidez humana. Por esas razones fuimos dominados por la IA, y ahora sobrevivimos de lo poco que podemos hacer tras años de dependencia irresponsable.
Estaba a punto de entrar a la nave cuando sentí un jalón que me hizo caer al suelo. Me levanté con dolor en la pierna, como un calambre de los que solía tener en mi infancia, aunque esta vez eran heridas y moretones. Intenté subir otra vez, pero saqué mi pistola del bolsillo: si volvían a tirarme, iba a dejar cadáveres en el suelo. Apenas logré entrar. El aire dentro era fresco. Encontré un asiento libre en las últimas filas y me lancé sobre él.
Respiré hondo, intentando que el miedo no me dominara. En ese momento, la voz del micrófono retumbó:
—¡A TODOS LOS QUE ESTÁN EN LA NAVE SE LES PIDE QUE POR FAVOR NO SALGAN, YA QUE ESTAMOS A PUNTO DE DESPEGAR! —
Había logrado entrar. Afuera, la gente seguía matándose por un espacio. El despegue inició. Los que se quedaron atrás estaban condenados.
Me abroché el cinturón. El mareo del inicio se disipó rápido. No sabía hacia dónde íbamos, pero tampoco importaba. No pasó mucho hasta que escuchamos una explosión en la parte trasera de la nave.
—¡A TODOS LOS PASAJEROS, MANTENGAN LA CALMA! ¡UN MISIL DEL LADO NORTE NOS ACABA DE IMPACTAR! —
La nave perdió el rumbo y cayó en picada. Sonreí levemente: ya sabía que las probabilidades de sobrevivir eran mínimas, pero lo disfruté como si fuera una montaña rusa.
Desperté con un dolor punzante en la cabeza. Pasé mi mano sobre ella: ningún rastro de sangre. No sabía si era de día o de noche, pero lo importante era que había sobrevivido. "SOBREVIVÍ". La palabra retumbaba una y otra vez en mi mente. Me incorporé; el cinturón de seguridad me había salvado, aunque mi cuerpo estaba lleno de raspones. Lo desabroché y salí de los escombros.