Rodando hacia tu corazón | Hacia algún lugar #1

Capítulo 3: La llegada del niño

Irene

Víctor vino varias veces en verano a verme a Gramedo y también se sorprendió al no ver las seis casas en su sitio, aunque ya estaba avisado por mí de que las habían tirado.

No sé, parece que a veces hablo para la pared.

En algunos de los días nos bañamos en el río y en otro celebramos la fiesta patronal con todos los vecinos, fue divertido aunque no pude evitar pensar en Laura.

Ya no la odio, la estoy olvidando aunque sea algo complicado por el tiempo que hemos pasado juntas a lo largo de nuestra vida. Supongo que hizo bien, hizo lo que mi abuela me pide una semana sí y otra también.

Irse.

Pero de momento conmigo no lo ha conseguido.

La familia que se va a mudar a la casa de enfrente —el matrimonio Jansen— vinieron dos veces más al pueblo.

Una de ellas fue para ver cómo situarían cada habitación, con unas gafas de realidad virtual se pasearon por todo el esqueleto que había de casa para ver cómo era la distribución elegida por los arquitectos y la otra vez —la última, hace no tanto— vinieron a ver terminada da casa, porque sí, ya se terminó. Esa vez no estaba yo en casa, había salido a ganarme algo de dinero con las ovejas de unos vecinos y en ese tiempo la abuela ya se encargó de hacer todo un despliegue de el día que llegaran. Una comida en la plaza del pueblo que ayudaría a integrarse a la pareja y a su hijo.

Después de largos días de sol la rutina volvió a mi vida y los obreros entregaron el proyecto finalizado, el cartel de obra desapareció y los camiones de mudanza comenzaron a llegar a mediados de diciembre con ya el frio encima para descargar todas las pertenencias de la familia.

Por otra parte he vuelto a empezar de nuevo el curso, está vez en la universidad.

La verdad es que todo el verano estuve pensando si esto es lo correcto, por supuesto que no me iré del pueblo, pero ¿es ADE lo que quiero hacer?

Realmente me causa algo de ansiedad no saber que hacer con mi vida y por si no se nota, estudiar esto no es mi sueño. Es una escusa para decir que estoy haciendo algo, para no sentir que estoy perdiendo el tiempo aunque si lo pienso bien, estoy haciendo justo eso.

Esperar a encontrame me está causando algún que otro bajón emocional.

Al acabar bachillerato y no tener una vocación o siquiera una idea de hacia donde dirigir mi vida me decanté por el grado de ADE. Víctor quería estudiar esto para poder gestionar un pequeño negocio pesquero de su familia (Sí, pesquero en mitad de la montaña, has leído bien) y era una buena opción está carrera para mí. La economía se me daba bastante bien en el instituto y así estaba con alguien conocido, concretamente mi único amigo.

Ese es el motivo de mi elección, pero aún en diciembre, con los exámenes a la vuelta de la esquina, no consigo enamorarme del grado.

Por si fuera poco la situación de incertidumbre al tener que conocer a gente nueva, caerle bien y no perder a Víctor me causó muchos nervios.

Mi amigo me ofreció quedar para ir juntos andando desde su casa a la facultad el primer día, pero ese no es el problema, no es mi mejor amigo el que me ponía nerviosa.

Es un cúmulo de posibilidades que si se daban juntas harían que me retire a Gramedo a dedicarme a la agricultura de subsistencia hasta la tumba.

Si no conseguía hacer amigos, si Víctor conocía a otros que le cayeran mejor que yo o si literalmente me quedaba sola de nuevo.

Me moría solo de pensarlo.

Y mi hipótesis empezaba a cobrar sentido cuando al llegar a su casa empezaron a llegarle mensajes al teléfono.

—Creo que te reclaman. —le avisé yo que estaba más cerca del dispositivo móvil con algo de gracia.

—Voy. —me respondió desde el baño, se estaba secando el pelo—. Creo que son los del grupo de Instagram.

—¿Los conozco?

—¡Qué va! Y yo tampoco. —agarró su teléfono y miró. Yo no puede evitar agarrar algo tensa el edredón—. Sí, son ellos. Es que me uní a un grupo de estudiantes de la universidad, para ir conociéndonos e ir juntos hoy.

—Ah. —por dentro lloré. Tenía miedo, mi peor pesadilla estaba ocurriendo.

Víctor tiene todo el derecho del mundo a vivir pero, si conocía a otros me iba a dejar sola, por completo. Soy una persona muy aburrida, no tengo muchos gustos propios como grupo favorito, flor favorita o mejor raza de vaca. Nada me parecía lo suficientemente bueno, y a su contrario suficientemente malo, como para ponerlo en un orden. Las vacas rubias son buenas para la producción de carne pero amo la leche de la frisona. Es que no sé puede elegir ni hacer un ranking.

Aunque siempre podría ser peor, por lo menos nuestros compañeros de clase en el instituto eligieron otras universidades y otras carreras por lo que por lo menos esos mapaches que me hicieron bullying durante gran parte de mi vida escolar ya se largaron.

Pero siempre puedo caer mal a los nuevos, que por motivos que desconozca se vuelvan a meter conmigo y quedarme sola de nuevo en clase, tener que hacer las presentaciones sola, que nadie quiera hacer proyectos conmigo, estar en la cafetería sola escuchando los murmullos y risas del resto...

No, no. No me podía permitir pensar en eso en un momento tan crucial para mí.

Víctor me comentó algo de ese grupo en Instagram, ahí se juntaron personas de la misma carrera interesadas en conocerse. Como no tengo móvil, no tengo redes sociales, por lo que no sé ni el nombre de los posibles estudiantes de mi curso. En cambio, Víctor quedó con los del grupo para vernos antes de entrar y quiso que le acompañara para no ser excluida ya en la primera hora de clase. No puedo negar que me tranquilizó un poco, por lo menos había pensado en mí.

Todos parecieron majos, agradables. Aún así decidimos sentarnos juntos durante las clases, los dos solos. Nuestros nuevos compañeros prácticamente no socializaron con nosotros después de vernos en esa extraña reunión y no hemos conocido a nadie de confianza en lo que llevamos de curso en nuestra carrera.




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