Rodando hacia tu corazón | Hacia algún lugar #1

Capítulo 4: El frío también puede ser cálido

Irene

Pues aquí estoy yo. Sentada en una esquina de la cama porque Daan no se ha movido del centro desde que he llegado.

Tras el pequeño incidente me dejó sentarme a ver cómo jugaba a la máquina alargada que estaba enchufada a la televisión.

Podría apostar a que llevo más de media hora mirando a la pantalla aburrida sin hacer nada más que respirar.

¿Cómo le puede entretener esto por tanto tiempo?

Vuelvo a resoplar. Ya no sé cuantas veces lo he hecho en este rato. Es un suplicio, por eso la madre quería que lo sacara de la maquinita.

¿Será una nueva adición de estas tecnológicas?

—Oye, ¿qué haces? —Me animo a preguntar en busca de algo en lo que poder hablar con él y como dijo su madre "conocernos".

—Juego a un videojuego —Me responde sin muchas ganas de continuar la conversación. "Ah" respondo yo—. ¿Nunca has jugado?

Al negar, rápidamente deja el mando a un lado y gira su cabeza hacia mí por primera vez desde que me presenté. En la pantalla el juego acaba. Creo que lo mataron por el despiste al sorprenderse con mi respuesta.

—¿Nunca? —Vuelvo a negar—. Abre el segundo cajón de ese mueble.

Me señala a unos estantes de la parte más cercana a la puerta y yo me levanto para llegar a allí.

—Coge un mando como este —hago lo que me indica y me acerco al mueble, busco el mando y me quedo allí como si fuera tonta.

—¿Vas a quedarte ahí de pie? Se te van a cansar las piernas —¿Eso quiere decir que me siente? Además, ¡mis piernas son fuertes!

Me respondo a mi misma con un sí y me siento a su lado. Pero —como no— en una esquina porque sigue sin mover su precioso trasero del medio de la cama.

—Agárralo así. —me indica ayudándome a colocar los dedos en el lugar adecuado—. Mira. Este botón de aquí sirve para saltar ¿Ves?

Empieza a explicarme. Yo intento retener algo de información aunque se me complica un poco.

Me encanta su corte de pelo. Creo que está bastante de moda ahora pero, por alguna razón, a él se le ve mejor que a otros a los que se lo he visto en la universidad. Además el marrón oscuro —casi negro— de su pelo queda perfecto con su tono de piel y sus ojos. Al igual que los de su padre son azules y están rodeados de unas largas pestañas que los hacen adictivos. Y tiene unas pocas pecas, no son muchas pero lo hacen ver muy mono. Y los labios son muy apetec-

—Y este te ayuda a apuntar a donde quieres disparar. Yo creo que con esto ya puedes jugar —termina interrumpiendo mis pensamientos. ¡Madre mía, me he saltado toda su explicación!

Con mi nerviosismo, él deja el mando blanco y negro al otro lado de la cama y espera a que yo le responda con una afirmación.

—Eres un buen profesor —opto por decir halagando sus dotes aunque solo pueda recordar las motas grises en su ojo izquierdo—. Oye, tu madre me comentó que llevas jugando desde que llegaste. ¡Al final te vas a quedar ciego!, hagamos algo diferente.

Le riño para convencerlo de hacer otra cosa con la esperanza de no quedar en ridículo por mi despiste.

—Era lo que me faltaba —Susurra él y aunque probablemente no quería que le escuchara sí lo hago, tengo buen oído—. Ya tengo bastante miopía, no quiero más. —me dice a mí más alto, esta vez si quiere que lo oiga.

—¿Qué te parece si yo digo algo de mí y luego tú me dices algo de ti? —ofrezco de idea para que ambos sepamos más del otro. Al fin y al cabo somos vecinos—. Para poder conocernos un poco y eso. ¿Sí?

Daan se lo piensa un poco y aún sin cambiar de posición acaba aceptando.

—Empiezas tú.

—Mi color favorito es el azul. —como el de tus ojos, quise decir aunque me mantuve con la boca cerrada —. ¿El tuyo?

—Verde, creo. —contesta mientras piensa en la siguiente frase—. ¿Cuántos años tienes? —me pregunta en vez de decir algo sobre él.

—Adivina. ¡Cómo te pases te mato! —le amenazo por si acaso. No soy una vieja y yo considero que aparento mi edad. Ni más, ni menos.

—Veintidós —no lo voy a negar, estoy sorprendida y creo que se nota en mi rostro porque enseguida reacciona con un— ¿Menos?

—Tengo dieciocho, voy a cumplir diecinueve en marzo —corrijo molesta su error.

—¡Pues tú no vas a poder adivinar la mía entonces! —se ríe de mí y no me deja intentar descifrar—. Llevo viviendo veintiséis malditos años.

Sus palabras me vuelven a sorprender. ¿Tantos tiene? Sin duda no iba a acertar. Cómo mucho le echaba veintitrés porque pensó que yo tenía veintidós y él es mayor que yo seguro, pero ni de broma tantos.

—Te conservas bien, abuelito. Parece que a los veinte paró tu envejecimiento. —aunque intento hacerlo reír con mi aportación él se queda un poco serio y se aleja de mí física y emocionalmente—. ¿En qué momento cambió el sentido del juego? Sin preguntar.

Le regaño de nuevo por haberme preguntado la edad y no haber hecho lo contrario.

—Me toca. Tengo un perro. Se llama Oreo porque es tan blanco como la crema y lo encontré refugiado entre piedras oscuras todo manchado de barro. —le explico el significado—. Es un samoyedo.

—Tiene sentido. Es un nombre bonito —me halaga él esta vez por mis dotes de imaginación—. Yo no tengo mascota. Cuando era pequeño en casa tuvimos dos peces, los envenené. Sin querer lavé la pecera con lejía y ellos estaban dentro

Se ríe. Yo también lo hago.

—Mi madre prohibió cualquier animal desde ese momento.

Pasamos un rato charlando hasta que nos quedamos sin preguntas absurdas para contestar. Pero aún quedaba un tema bastante importante para mí.

—¿Qué te parece Gramedo? —le pregunto muy curiosa dejando de lado la cuestión de si la tortilla lleva o no cebolla.

—Si te soy sincero no estoy aquí por placer propio, todo hay que decirlo —me avisa—. Pero por lo que vi mientras llegábamos es una zona bonita. Cómo un lugar de silencio entre lugares ruidosos. Seguro que se duerme bien no como en Madrid, eso que yo vivía en una buena zona no me puedo quejar.




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