Irene
—Te lo dije —se ríe Víctor—. Dije que un guapísimo chico iba a vivir frente a ti. Me debes una photocard.
—¿Perdona? No apostamos nada. —le recuerdo.
—Bueno, pero algo tendré que ganar. ¿Al menos sabes si es gay?
–No —digo con prisa sin detenerme a pensarlo. Por alguna razón no podría aceptarlo, me parece muy guapo y si es gay me muero.
Aunque por supuesto puede hacer lo que quiera. Pero prefiero que no.
—¡Qué seguridad chica! —se ríe de mi rápida respuesta—. No te preocupes, he entendido el punto. —sin disimular guiña un ojo.
—Señor Rodríguez Crespo, ¿tiene alguna buena explicación a porqué se dedica a guiñar en mi clase? —la profesora de matemáticas regaña a mi amigo.
—No, señora. Lo siento. —deja de jugar y burlarse de mí y vuelve a prestar atención a la clase.
Después de hora y media termina la última clase del día y Víctor me acompaña a la parada de bus.
—¿Qué piensas hacer esta tarde? ¿Te vienes al aulario? —me propone.
—Lo siento, tengo planes con Daan. —me excuso de ir a estudiar.
—¿Daan?
—El vecino guapo —le explico—. Prometí visitarlo hoy.
—¡Uh!, ¡un aplauso para esta chica que está enamorada! —grita sin ningún tapujo y yo muero de vergüenza. —Pues entonces te doy la tarde libre, de todas formas Migue me había propuesto ir a su casa.
El bus llega, primero ha pasado por la estación de bus y ya va algo lleno. Además nos subimos tres alumnos aquí por lo que me mantengo en la cola para no perder mi turno.
—Bueno. Avísame para la boda. —se burla de nuevo.
—No creo que te llegue una invitación pronto, pero quién sabe. —le sigo la corriente—. Hasta mañana, Vic.
Cuando llego a casa lo primero que puedo notar es el olor a sopa de pollo de mi abuela. Oreo menea su cola al verme y yo le beso después de dejar la mochila en el perchero.
—Hola chico. ¡Abuela ya estoy en casa!
Entro en la cocina y me la encuentro terminando de poner los cubiertos en la mesa. Me acerco a ella y la abrazo. Luego pongo los vasos y vierto la comida de Oreo en su lugar.
—Ya está lista. —me avisa y me acerco al fuego para coger la pota, ella ya es mayor y además no puede coger tanto peso.
Me encargo de servir y comemos tranquilamente mientras hablamos de los vecinos.
Le doy mi primera impresión de Daan y le hablo de cómo es físicamente. Como no se presentó en la comida y aún no lo ha visto por fuera de su casa, no lo conoce.
Hoy me encargo yo de fregar todo y luego subo a dejar la mochila y tomarme una siesta. Ya llevo unas cuantas horas en pie y necesito un descanso. Queda poco para las vacaciones de Navidad —apenas unos días— y los últimos madrugones son terribles. Al cansancio habitual se le suma el que acumuló desde septiembre.
Oreo es mi despertador como siempre. Cuando considera que ya he dormido lo suficiente me lame la cara y con eso me levanta. Miro el reloj y me doy cuenta de que ya se está haciendo tarde. Son casi las siete y se me ha olvidado ir a ver a mi nuevo vecino.
Con prisa salgo de casa. La abuela no está, por lo que seguro que hay misa en la capilla. Timbro y esta vez no me preguntan quien soy. Sólo se abre la puerta y me deja pasar a ver la majestuosa entrada de nuevo.
—Bienvenida —saluda la misma chica de ayer—. Los señores no están en casa pero el joven me ha avisado de que podría ser que viniera esta tarde. Está arriba, en su cuarto. Puede dejar aquí el abrigo.
Al contrario de ayer, al llegar al pasillo de su cuarto no escucho disparos en absoluto. ¿Ha dejado de jugar?
—Pasa. —automáticamente entro y no, me equivocaba. Está sentado sobre la cama, con la misma posición rígida de ayer jugando a un videojuego. Solo que hoy llevaba puestos unos cascos que me impiden escuchar nada de lo que pasaba en la pantalla.
—¡Oh! Creí que eras Almudena —Pausa el juego y se saca los cascos de las orejas, luego me indica con su mano el sitio en el que me puedo sentar, a su lado en la cama y me pasa el mismo mando de ayer.
—Estaba jugando a otro juego ¿Quieres intentarlo? —me pregunta, yo acepto aunque no sé qué tal me saldrá este. Sinceramente, estaría bien que me saliera mejor porque sino qué vergüenza, ayer recibí palizas de otros jugadores y no puedo dejar el perfil de Daan en evidencia de nuevo, le bajo las estadísticas o algo así.
Tras media hora ya me empiezo a cansar. Los dedos gordos de las manos se me entumecen y me queda poco para sufrir un tirón en uno de ellos. También la vista, me pican los ojos y tengo algo de sueño.
—Daan —el nombrado gira su cabeza y deja de fijarse en mi juego—. ¿Podemos hacer otra cosa? Jugar a algo, ¿tienes algún juego de mesa?, ¿una baraja de cartas?
—Creo que sí, pero están en alguna de las cajas sin ordenar. —lamenta—, No me ha dado tiempo de vaciar y colocar todo. Busca en esas de ahí —señala al escritorio que tiene encima unas cuantas cajas de cartón marrones— elige el que quieras.
Abro una de ellas y encuentro juegos de cartas, tablero y también algunos libros. No conozco la mayoría pero siempre está la salvación el UNO.
—¿Qué te parece este? —levanto la caja roja para que la vea.
—Si te apetece juguemos.
Daan se encarga de barajar las cartas cuando me siento frente a él. Por primera vez en dos días el vecino cambia su posición de sentado y de manera algo patosa se gira quedando frente a frente. Es extraño.
—Bien, reparte. —me ofrece las cartas.
Después de las palizas que me dio en los juegos de video ahora le gano yo. En la primera partida, en la segunda y también en la tercera.
—¡Mujer haces muchas rampas! —se queja cuando vuelvo a decir "uno"
—Ah, es la revancha. —me quito el peso de encima. —Venga, te toca.
Daan tira un ocho azul y la carta que me queda es el uno azul. He vuelto a ganar.
—Bien. No juego más —se enfada.
—Ah, claro. Cuando pierdes no te gusta. ¡Así cualquiera!