Rodando hacia tu corazón | Hacia algún lugar #1

Capítulo 7: Un error imperdonable

Irene

Ahora todo me cuadra, al ver a Daan entrar al comedor todo se conecta.

El motivo de la mudanza, el ascensor en una casa unifamiliar, su reacción a mis preguntas indebidas, el problema que tuvo con levantarse el otro día, su enfado (que probablemente era más una desesperación), la reacción a mi reacción.

Ahora sabía que ocurría y creo que ya entiendo algo más a este chico.

Daan no puede caminar, necesita una silla de ruedas para hacerlo. Esa es la gran incógnita que hacía que el ambiente fuera algo tenso en nuestro primer encuentro.

Él está medio dormido desayunando frente a mí y no me ha visto, no sé qué hacer. Almudena me invitó a sentarme en el comedor a tomar la taza de chocolate y al entrar no se dio cuenta de que estoy aquí.

¿Ahora cómo lo saludo si está enfadado conmigo? ¡Me va a echar de casa de nuevo!

Algo le cae de la tostada al suelo y dejo de pensar en cómo beber la taza llena de chocolate sin hacer ruido para que no me detecte, para prestarle atención.

Busca alguna cosa sobre la mesa, algo para limpiarse pero no hay nada disponible. Yo tengo servilletas por lo que me acerco y le ofrezco una.

—Muchas gracias. —coge Daan la servilleta y limpia la rueda izquierda de la silla.

—No es nada. —me atrevo a responder aunque antes aclaro mi voz.

Poco a poco levanta su cabeza y veo sus ojos bien abiertos. Ahora sabe que estoy aquí.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —su pregunta tiene un tono que me hace creer que está aterrado.

—Desde hace un rato, antes de que te levantaras. —explico.

—-Tú, ¿lo viste? —su voz se entrecorta, podría apostar que su estado actual mezcla la tristeza, las ganas de llorar y el miedo. Casi terror.

—¿El qué?

—Mi... el...—las palabras parecen no salirle, yo intento apoyarle y hacer que continúe asintiendo— la silla.

Me quedo algo sorprendida, ¿qué?

—¿Perdona? No entiendo.

—Que si me has visto entrar.

—Sí, claro.

—Y no... ¿no estás confundida? ¿No te he decepcionado?

—¿Por qué tendría que estar decepcionada o confundida? —quiero decirlo en mi interior, pero las palabras me salen y se acaba enterando.

—Porque no te dije que no puedo caminar.

—Ah, no. —le aseguro—. Es verdad que no me lo esperaba, ni siquiera me lo había planteado pero podía ser así, ¿no? Tampoco es que fingieras lo contrario.

—No sé si eso que has dicho es bueno o malo. —se sincera está vez él casi en un susurro.

—¿Tú estás bien? ¿Estás confundido o algo?—me intereso.

—¿Yo? —se señala a si mismo con un dedo y no se da cuenta de qué mancha su ropa de chocolate—, claro. Sí, estoy bien. Algo sorprendido, la verdad. Pero bien.

—Pues eso es lo importante, que estés bien.

La sala vuelve al silencio que había justo antes de que se enterará de que estoy aquí y seguimos desayunando. Bueno, él desayuna y yo tomo mi chocolate.

—Lo siento. —me disculpo cuando veo que está apunto de terminar su comida para poder hablar de lo que sucedió la otra tarde—. Siento haberte molestado, no lo sabía. —no me podía culpar de algo así pero ni siquiera me planteé el hecho de que quizás pudiera tener alguna discapacidad. No era descartable y no lo puse como opción, en eso me equivoqué.

—No es tu culpa. Es mía. Debí decirlo. —Él habla por primera vez después de unos días sin escuchar su voz.

Me encanta el tono y el timbre de su voz, algo tiene que hacer que mi atención sea toda para él.

—¿Cómo qué decirlo? —arrugo mi frente ante sus palabras.

—Sí, presentarme diciendo "Hola, soy Daan y no puedo caminar". Eso debería haber dicho. Lo siento yo... Esa era mi idea pero me pillaste sentado en la cama, la silla de ruedas no estaba y... pensé que no era momento de espantarte. Parecías una buena chica.—niego repetidamente con la cabeza.

No, no es verdad, no tiene porque ir diciendo por ahí eso, no es su culpa.

—No lo creo. No eres una persona que no puede andar, o sea sí. —me corrijo. Oh Irenediota, te estás saliendo—. Eres Daan, no andar no debe ser tu mayor cualidad, no te debe definir. —Intento convencer aunque no parece que lo consiga.

No sé qué coño le habían hecho pensar a este chico y tampoco sé si la condición es de nacimiento o no pero está fatal hacer sentir mal a la gente por algo que no puede cambiar.

Siempre lo digo, la regla de los tres segundos.

Solo puedes decir algo malo de alguien si esa persona puede cambiarlo en tres segundos.

Por ejemplo si alguien tiene bajada la bragueta o el cordón desatado, en unos segundos ya está todo solucionado. Pero si llamas a alguien gordo, feo o incluso inválido es toda una falta de educación. En tres segundos no va a estar flaco, guapo o va a ser "válido". Entonces eso no se puede decir.

—Lo del otro día fue mi error. Yo fui el culpable de todo. Me caí por tonto y tú solo quisiste ayudar. Lo siento. Reaccioné mal. —se disculpa conmigo mientras se separa de la mesa y coloca la bandeja del desayuno vacía en sus piernas—.Si quieres puedes venir conmigo, voy a dejar esto en la cocina, sino... te puedes ir. No te preocupes, no me va a parecer mal—Me invita mientras recorre la habitación hacia la puerta. Yo recojo mi taza y camino hacia el mismo lugar.

No me iré.

Al entrar en la cocina Almudena ya tiene todo como oro en paño, al vernos se sorprende y se acerca a sacar la bandeja de las piernas del chico. Yo dejo en la meseta mi taza.

—Señor, ya iba a ir yo. No hace falta que lo traiga. —Daan se mosquea con la acción de la empleada y agarra de nuevo la bandeja para ponerla sobre sus piernas.

—No te molestes, Almudena. No soy inútil y ya tengo una edad. —Daan sale de la cocina molesto después de dejar sobre la meseta sus utensilios y la empleada baja la cabeza por la equivocación.

No conozco la situación y no sé si debo preguntar, pero parece que aquello que había pasado con Daan en el pasado no se ha solucionado aún.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.