Irene
Hoy la nieve ya no cae.
Después de prepararme para ir a la universidad salgo hacia la parada de bus con el misterio en el que ayer me dejó Víctor cuando hablamos de lo que dieron en clase desde el único ordenador del pueblo, situado en la casa de la cultura.
Te tengo que contar una cosa, recuerdo sus palabras al otro lado de la pantalla.
En unos minutos el vehículo aparece y me subo dando los buenos días al conductor.
El trayecto dura menos de lo habitual al ir casi desierto y no tener que parar en prácticamente ningún sitio desde mi pueblo hasta la universidad, se me hace bastante corto.
Al llegar al campus busco a mi amigo por los espacios verdes de la facultad de Economía.
—¡Tía no te lo vas a creer! —me asusto al no ver llegar a Víctor por detrás de mí—. ¡Me ha puesto los cuernos! —grita mientras vamos caminando hacia el interior del edificio.
—Buenos días a ti también, amigo.
—Hola, pero no te preocupes lo llevo bien. —continúa con el tema de antes, no está afectado en absoluto. Se le ve bien para acabar de romper con alguien—. Voy a empezar a hablar con el de insta. Migue ya es pasado. Ahora voy a por Matteo.
—Te deseo buena suerte está vez. —hablamos mientras entramos en el edificio que está aún más abarrotado que los jardines.
—Oye. ¿Sabes ya si el nuevo vecino es gay? —los dos nos sentamos en la tercera fila del aula tres. Nos toca matemáticas y se nos da bastante mal por lo que tenemos que atender y lo mejor es estar cerca de la pizarra. —¡Hazme caso!
No le voy a responder, porque no lo sé. No me lo he planteado y además sigo pensando en el día de ayer. ¿Estará bien después de mi imprudente fallo? ¿Habrá vuelto la garrapata rubia?
—No tengo ni idea. —admito cansada de escucharlo. No sé si respondo a mis preguntas o a la suya pero es demasiado temprano para que una persona intensa y extrovertida me atiborre a estímulos. Estoy cansada.
—Da igual, me lo tienes que presentar. —me pide. —Que un día venga hasta aquí, o puedo ir yo y así llevo a Mortadelo a ver a Oreo—. Mortadelo es el gato de Víctor. Se lleva bastante bien con mi samoyedo.
No puedo evitar volver a pensar en lo que pasó ayer después de mi error en su casa. ¿Estará realmente bien?
—Qué piensas? —dice mi amigo sacándome de mis pensamientos— ¿Estás pensando en él? —se emociona como si fuera una novela de la vida real.
—Es que creo que ayer la cagué un poco en su casa.
—¿La cagaste? ¿En su casa? —pregunta confundido.
Los alumnos poco a poco se van acomodando en las mesas a medida que van entrando. Aún quedan unos minutos para que empiecen las clases, tengo tiempo para explicárselo y contarle mis preocupaciones.
—Ayer fui a ver que tal estaba porque el día que nos conocimos actuó extraño y como no podía venir a clase no tenía nada más que hacer. Me ofrecieron una taza de chocolate y esperé a que se despertara en el comedor. —le explico evitando nombrar el momento en el que analicé cada vello de su cara mientras que dormía, aún recuerdo un mini lunar en su nariz.
—Cuando bajó me sorprendí bastante. Daan no puede caminar. —Víctor abre los ojos sorprendido. —Él no se dio cuenta de que estaba allí hasta después de un rato y parecía algo incómodo con que yo lo viera. Íbamos a ir a hablar a su cuarto, porque el otro día me echó de casa por ese problema pero vino una chica y le acompañé al gimnasio. Empezaron a hacer ejercicios y luego ella recibió una llamada urgente. —hablo más rápido para que me dé tiempo a terminar—. Se marchó y Daan siguió haciendo los ejercicios él solo. Me pidió ayuda para un ejercicio complicado. Yo solo tenía que asegurarme de que no cayera y fallé. —Víctor sigue sorprendido y solo mantiene la boca abierta.
—A ver si he entendido bien ¡¡Casi lo matas dejándolo caer al suelo!! —asiento— ¿Le pasó algo? —Me pregunta preocupado.
—Que yo sepa, no. Pero estoy algo preocupada. Dijo que si le pasaba algo en las piernas no era capaz de curarlo bien, porque no siente esa parte. —suelta una carcajada—. ¿De que te ríes? —frunzo el ceño.
—Es que ya sabes. No lo siente. —Se ríe de nuevo. Yo pillo lo que quiere decir y no puedo evitar darle un golpe en el hombro.
—¡Víctor Manuel hablo en serio! —al escucharme decir su segundo nombre para, sabe que solo lo pronunció cuando algo es serio. —No estoy de broma.
—Vale, vale. —levanta los brazos de manera inocente—. Pero lo que digo es una pregunta realmente interrogante. ¿Lo sentirá? —se pregunta a sí mismo.
Sin seguirle el juego yo dejo de hablarle. Justo entra el profesor y las siguientes seis horas de la mañana las tenemos ocupadas con varias materias troncales de esta carrera que, desgraciadamente, me sigue sin apasionar.
A la hora de comer cojo un bus hacia Gramedo. Víctor va a casa andando. Al contrario, yo aún tengo unos cincuenta minutos de viaje. Por suerte no hablamos más de el "¿lo podrá sentir?" de Daan y la vuelta se me hace corta de nuevo.
Llego a casa y Oreo me viene a recibir como siempre a la puerta. Huele a carne por lo que no pudo evitar seguir el olor hasta la cocina donde mi abuela ya está sirviendo ternera.
—Hola mi niña. —Se acerca a darme un abrazo dejando la olla en los fogones apagados. —¿Qué tal las clases? ¿Víctor sigue bien?
Hablamos durante un buen rato. Me cuenta su encuentro con Almudena —la criada de la casa de enfrente— esta mañana y luego yo cuento todas las noticias que me llegaron en la mañana.
Después de terminar de comer le ayudo a recoger todo y lavo la vajilla. Ella se va a echar una siesta y yo me pongo a estudiar y a mirar todo lo que ayer no pude hacer por culpa de la nevada. Me acordé de pedírselo todo a Vic y entonces no tengo problema en ponerme al día.
Más o menos a las seis dejo los libros para tomar algo y darle unas chuches también a Oreo, lo dejo salir un poco al jardín y yo me siento en una de las sillas del intento de porche. La abuela parece que ya se despertó del sueño porque con un abrigo sale para sentarse a mi lado.