Rodando hacia tu corazón | Hacia algún lugar #1

Capítulo 11: Comida, Trofeos y Clases Gratis

Irene

Desde que empezaron las vacaciones intento seguir con una rutina de estudio más o menos estable para no dejar todo para el último día —como he hecho siempre— y no estresarme la noche previa a los exámenes. Además me sobran horas, aunque intente despertarme a las diez sigo levantándome pronto. No a las cinco, pero a las siete ya estoy en pie. En consecuencia surge el aburrimiento que es necesario pero... aburrido.

Y hoy no me la he saltado, todo lo contrario, he pasado toda la mañana estudiando en mi cuarto. Ayer es verdad que estuve menos, porque la madre de Daan, mi vecina, me pidió salir a jugar y no dije que no.

Ya lo he dicho, es por aburrimiento no por otra cosa... solo me aburría, ¿vale?

Después de construir con Daan y Sofía un bonito muñeco de nieve al que bautizamos como Copito llegó Eduardo —el padre de Daan— de trabajar y me invitó a comer hoy en su casa.

Esta vez sin familiares maleducados y comentarios desagradables.

Espero que no sea muy formal porque me he puesto un pantalón vaquero y un jersey de cuello alto para ir a verlos y sí ya estoy de camino porque aunque sea literalmente en frente no me voy a dar el lujo de llegar justa de tiempo.

—Señorita, entre. —me recibe un chico joven que no conozco en la puerta—. Avisaré a los señores de que ha llegado. Ya está todo listo, cuando quiera puede ir pasando al comedor.

Dejo mis cosas en el mismo perchero de siempre y justo cuando voy a salir del guardarropa la otra puerta que hay en el cuarto se abre.

—¡Irene! —Eduardo se sorprende al verme allí parada—. Acabo de llegar. —señala al lugar de donde viene y puedo ver que esa puerta que nunca he usado lleva al garaje.

—Dejo mis cosas aquí y vamos juntos, ¿te parece?

—Claro.

Espero unos segundos a que se deshaga de su abrigo y del maletín que cargaba y salimos al pasillo principal.

—Gracias por aceptar mi invitación.

—No, gracias a usted por invitarme.

—Trátame de tú, por favor. Y no hay que agradecer.

—¡Por supuesto que sí! Habéis traído un poco de movimiento al pueblo.

—Y tú has sacado a mi hijo de su cuarto. Es lo mínimo que puedo hacer.

—Daan me cae bien. —me sincero con él. No lo conozco de nada pero es muy agradable para hablar.

—Es increíble. Cuando mi mujer me llamó llorando ayer pensé que algo grave había sucedido. Pero al final era que nuestro hijo había vuelto a meterse en el agua. —sus ojos sonríen con melancolía, parece que quiere muchísimo a su familia.

Eso es genial.

—¿Daan no se solía bañar? —le pregunto porque, qué quiso decir con que se metió de nuevo en el agua. ¿Le tiene fobia al agua?

—¡Claro que se lava! —ríe—. Es que antes era un deportista federado en natación y no lo había vuelto hacer después del accidente —corrige mi error.

No me da tiempo a preguntar más porque justo entramos en el comedor y la madre de Daan, junto a Daan, ya está allí sentada.

—Hola, cariño. —Eduardo besa momentáneamente a su mujer y saluda a su hijo justo después.

—Irene, toma asiento. —me pide Sofía.

—Claro, hola. —saludo a Daan cuando me observa. Me he vuelto a sentar a su lado.

—Hoy comeremos cocido, ¿está bien? —me pregunta el padre con algo de duda.

—Claro, está buenísimo. —no miento pero exagero un poco para que vean que me gusta.

—Tienes que pasarnos tu lista de alérgenos, no vaya a ser que sin querer te envenenemos. —interviene la madre.

—No soy alérgica a ningún alimento, solo al polvo y al polen. —le sonrío.

Almudena aparece por la puerta que lleva a la cocina y deja en el centro de la mesa una olla con cocido.

—Está buenísimo. —hablo cuando ya llevo comido más de la mitad del plato.

—Gracias, Almudena es muy buena. Si quieres luego se lo puedes decir a ella. —me ofrece Sofía.

—Lo haré. —aseguro.

—Por desgracia no hemos tenido mucha ocasión de hablar —interrumpe el padre lamentando su apretada agenda—. ¿Qué te parece si nos conocemos un poco? Me dijeron que estabas estudiando.

—Así es. Después de terminar bachillerato no sabía muy bien qué hacer entonces me metí con un amigo en ADE. —le explico y él asiente mientras mastica—. Antes de venir estuve estudiando. A la vuelta de las vacaciones tengo los primeros exámenes, estoy algo nerviosa.

—Tranquila, eso es normal. —me consuela

—¿Y qué te está pareciendo la carrera? —me pregunta al terminar de tomar un trozo su mujer.

—Bueno, no sé. Me ha sorprendido para bien pero, no me veo dedicándome a ello. Pero seguiré matriculada hasta que encuentre mi vocación. Quizás hasta es esta y aún no lo sé. —los dos adultos se ríen con mis palabras.

—Yo me gradué en ADE pero ya fue hace mucho tiempo. —me cuenta Eduardo nostálgico—. Si necesitas algo tanto mi mujer como yo nos acordamos más o menos. Estudiamos hace mucho pero seguro que recordamos algo. —se miran y el amor podría ser detectado a kilómetros en sus ojos, no puedo evitar pensar en el parecido, de actitud , que tienen con mis padres. Eso me hace sonreír con algo de envidia hacia Daan que escucha la conversación sentado a mi lado—. Si no también está Daan, él sabe mucho puedes preguntarle. Tiene sus pequeños proyectos. —cuenta con un orgullo tremendo su madre, Daan se pone un poco rojo y avergonzado baja la cabeza aunque antes de nada frunce el ceño.

Estoy segura, no le gusta que hablen de eso pero me sorprendo al saber que aunque no haya hecho ninguna carrera sepa más que yo en el campo de la empresa.

—¿A sí? No sabía que Daan fuera una persona tan ocupada, pensé que solo jugaba.

Los padres me dan la razón e intento —aunque sepa que puede que lo esté fastidiando todo— sacar información de esos pequeños proyectos.

—Nunca he visto a su hijo haciendo otra cosa que no sea jugar, y no es malo en eso, pero alguna otra cosa estaba segura de que hacía.

—Pues ojalá encuentres tu dirección, Irene. —me desea el padre del chico que ya ha vuelto a su color natural de piel. No consigo saber sobre sus proyectos. Otra vez será.




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